Acuérdate de abril, decía una vieja canción. Hoy abril para el recuerdo. Es una fecha emblemática de la historia dominicana. Ahora estamos escribiendo quizás la página más importante del siglo 21, que es la fuerza por la sobrevivencia.
Abril, en la segunda parte del siglo 20, fue una fecha para sintetizar el heroísmo, el sacrificio y la lucha anegada de los dominicanos por una mejor vida. Ríos de sangre se derramaron en el cuarto mes del año. Épocas diferentes, años diferentes. El 1965, o el 1984 sintetizan el reclamo de los desarrapados, de los que nada tenían que perder, salvo su círculo de opresión.
Hoy es totalmente distinto. Se lucha contra un minúsculo enemigo, soterrado, tan pequeño que a simple vista no se puede ver. Obliga a no pasarse las manos por la cara, a mantener distancia, a evitar la inclusión social.
Salió del oriente rojo, no con aires de revolución ni de un libro bajo el brazo, pero si ha logrado estremecer al mundo entero. Está destruyendo las bases actuales de esta sociedad. Abrirá puertas a un nuevo mundo, sea para mejorar o para empeorar. Nada será igual, cuando el corona virus deje de ser una amenaza.
Las armas hablaron en el 1965. Se luchaba por el retorno sin elecciones a la Constitución de 1963. Un golpe de Estado militar que termina en una revolución popular. El pueblo en armas forma los comandos, y las fuerzas leales a los que derrocaron a Juan Bosch son colocados al borde de la derrota.
La llegada de las tropas norteamericanas, esa 82 división aerotransportada que iba camino de Vietnam, pisoteó el suelo nacional. El pueblo en armas se enfrentó a los paracaídas, escribiendo páginas heroicas de resistencia, pero al final se tuvo que negociar.
La batalla del Puente Juan Pablo Duarte detuvo a las tropas que avanzaban desde San Isidro, pero el cordón de seguridad tendido por los norteamericanos dividió en dos a la Capital y permitió que los casi derrotados por el pueblo en armas, ejecutaran la sangrienta operación limpieza en la vieja parte Norte de Santo Domingo.
Los efectos colaterales de esa gloriosa revolución popular fue el resurgimiento del doctor Joaquín Balaguer para encabezar un gobierno represivo que duró doce años. Al final, los que levantaron la consigna de las manos limpias, crearon la insostenible situación económica y social para que los moradores de los barrios se lanzaran a las calles para el segundo abril glorioso, el del 23, 24, 25, del 1984.
Se quiso sorprender al pueblo con la recién finalizada Semana Santa para aumentar los precios de los comestibles, devaluar el peso y cristalizar la firma de acuerdos guillotina con el Fondo Monetario Internacional.
Nunca se sabrá cuantos murieron en esa poblada que tiño de sangre nuestros barrios, cuando Salvador Jorge Blanco llamó a las fuerzas militares especiales a ahogar con el silencio de la muerte la disidencia y la protesta. Hoy solo buscamos sobrevivir. Otro abril, que no sabemos cómo terminará. ¡Ay!, se me acabo la tinta.
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