«No conozco mayor absurdo que el propuesto por la mayoría de los sistemas filosóficos al declarar que el mal es negativo en su carácter. El mal es solo lo positivo; hace sentir su propia existencia» Arthur Schopenhauer.
Desde que tengo uso de razón, el malo siempre ha estado presente en mi vida, y sospecho que en la de ustedes también. Desde niño, puedo recordar «ese primer acto de rabia» que sentí, cuando mi amigo Arturito, pregonó a boca suelta, que me habían robado.
Yo era apenas un niño de cinco años y recién mudado a mi nuevo barrio, por lo que decidí…»irme a dar una vuelta» a la manzana, pero, ¡no sabía que había un desgraciado que me iba a hacer la vida imposible por los próximos…15 años!!
La pela que me dieron por «ese azaroso» no fue chiquita y no era para menos, pues el susto de mis padres fue mayor. Pero de esta manera «inocente» conocí la maldad desde niño.
Así fui creciendo entre «sensatos» y «desprestigiadores», pero la verdad es que, los muy «sonsos» siempre fueron aburridos. Los malos eran los que ponían el movimiento e incentivaban el chisme y los rumores del barrio.
Poco se hablaba de los buenos, demás, atraían las envidias por sus buenas notas y «formal» presencia. Los malos andaban siempre sucios y descuidados, y su excelencia en la escuela era la más baja, por supuesto.
Yo fui una especie de híbrido, pues tenía muy buenas relaciones con los malos, aunque solía andar más con los buenos. Los excelentes no eran de mi «alcurnia», ya que había que estudiar para ser el número uno y eso de ser el primero es algo que a mí siempre me ha parecido «sospechoso».
Lo relajado que veía a los malos contrastaba con lo apurado de los buenos. Los malos siempre tenían tiempo para jugar y divertirse, mientras que, apenas lograbas ver a un bueno en la calle.
Con el tiempo, los buenos se convirtieron en profesionales «exitosos» mientras los malos, terminaron de obreros y choferes, los más «suertudos», y otros en la cárcel o el cementerio. Uno que otro terminó dedicándose «al arte» y se fue a buscarle «la razón» a la vida…
Lo cierto es que, «la salsa» del barrio, la alegría y todas las demás vainas que lo remenearon, los malos tenían una alta cuota de responsabilidad. Eran los que hacían las cosas, los que daban la noticia, los que impulsaban al desarrollo…
Uno se preguntará ¿Y cómo es eso? Pero bastaría para ver cualquier película, cualquier serie, cualquier tira animada y veremos desde brujas y dragones hasta vikingos y piratas. No existe una película que no incluya la maldad en su guion.
Siempre hay un malo jodiendo, y es que, una vida sin malo es una vida «estoica», pálida, insípida y «boba».
Resulta paradójico que yo, que siempre ando pregonando el amor y los infinitos universos y la magia del pensamiento y todas esas pendejadas que no se alcanzan a tocar, sino hasta el final de los finales, me expresé «a favor» de esta gente indeseable y molesta.
Pero no soy yo quien lo dice, lo dice Popeye y Trucutú, La Caperucita roja y el lobo feroz. ¿Qué sería de «perdidos en el espacio» si no se hubieran encontrado con los malos en sus viajes a través del Universo? ¿O el cuento de la bella durmiente sin la bruja desgraciada?
¿Superman sin el Guasón o Batman sin el Joker? Los malos en la vida real son indeseables, pero en las fantasías son imprescindibles. Además, los malos son interminables, cualquier nueva serie de muñequitos, cualquier telenovela, o novela de ficción los trae arraigados a la espalda.
Lo triste de estos personajes, es que suelen tener finales trágicos. Así vemos en las películas «como gozamos» cuando al malo lo destroza el fuego o el abismo o cualquier bomba. Tenemos que ver al malo sufrir lo más que se pueda como si con ello sacáramos «lo bueno» que somos…
No supe el final de Arturito, pero sí el de Pirulo. Trágico como su vida violenta y desquiciada. Todos los malos tienen algo de bueno, como los buenos, algo de malo. Es una correspondencia hermetista que nos consagra como seres «duales» y hasta ambivalentes.
Lo digo porque cada vez que me reencuentro con mis amigos buenos del barrio, suelen mirarme con una «envidia escondida», con una rabia sana, con un deseo perdido, con un arrepentimiento tardío…
Los buenos habrán tenido una «vida mejor» en apariencias. Pero reconocen el valor del desenfreno de los malos. Y es que hay malos buenos, son los malos que todos quisimos ser, los que abrieron las puertas y ventanas y salieron a conquistar al horizonte.
Los que no se encadenaron a un camino, sino que fueron ellos el camino. Los que cortaron las mañanas a puro machete hasta alcanzar el ocaso al otro lado. Los incurables, como los llamaba Pedro Bonifacio Palacios, poeta argentino, mejor conocido como «Almafuerte».
Dentro de los malos, hay muchos que son mejores que los buenos. Son aquellos que siempre andan luchando por un mundo justo y sensato, cualidades estas que los colocan ante el bando de los rebeldes. Los inconformes y soñadores.
¿Habrá, quizás, mayor maldad que la de clasificar al bueno por malo, que hace el malo del bueno? ¡Esas son cosas que solo se «disciernen» con cierto grado de sabiduría, mucha intuición y cierto grado… de maldad!. ¡Salud!. Mínimo Malero
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).