¿Cuál es la causa, motivo o circunstancia que «nos inclina» a «creer»?
La filosofía, la ciencia de las especulaciones, ha sido la que más ha abundado en el intento de discernir «el fin o propósito» del hombre en la tierra.
El simple hecho de tener «un cerebro» que ha clasificado todo lo «que vemos» en la tierra, dándole nombre y hasta, cierto sentido, a las cosas que nos circundan y de las que estamos compuestos.
Sin embargo, ese hecho no significa que «tenga sentido» lo ya establecido y acuñado por un nombre. Más allá de toda esta «organización» que hemos aceptado por buena y «válida» está «un más allá» al que no hemos tenido acceso.
Incluso, no tenemos certeza de que exista «ese misterio» al que solemos atribuir como el causante de nuestra presencia. Lo más lógico sería atribuirle todo esto al «caos químico» que, pacientemente en un proceso de millones de años… ¡funcionó!
Nadie lo tenía planeado, pero surgió porque no tenía remedio. Después de millones de «experimentos fallidos» en los que surgieron cucarachas y demás alimañas indeseables, logramos surgir como un elefante o mono o vaya usted a nombrar…
¿Podríamos pensar que para «un Dios» tiene sentido una culebra? ¿O un ratón? Muchos dirán que todo cumple con una cadena de «equilibrio» y que cada una de los miles de vainas que habitan el planeta es necesaria…
¡Posiblemente, lo más absurdo de todo lo surgido seamos nosotros! Autodestructores, ambiciosos, chismosos, manipuladores, entre un montón de cosas malas que dan al traste con todas las buenas.
¡Por eso creemos! Porque no somos capaces de creer en nosotros mismos. No confiamos en nuestra capacidad de solidaridad, ya que el ego nos domina como nos dominan todas las energías planetarias que conformaron la personalidad…
Otro de los misterios a resolver dentro del absurdo que es vivir para sobrevivir mientras le toque lo inevitable que es lo que todos sabemos que siempre pasa…
Pensando en «ese final» al que todos vamos, insistimos en «crear» ese más allá «parecido» a este, solo que sin las maquinaciones humanas, porque por más que nos engañemos, no creemos en nosotros.
Solo le damos «esa cualidad» a «algo» superior, que contradictoriamente fue el creador de este desmadre. Una cosa que no tiene sentido lógico, pero que sí se cimentó en «la fe», otra vaina tan abstracta como la filosofía.
A la vez suceden «cosas» tan extrañas y fuera de «la normalidad» terrenal, que inmediatamente la atribuimos a «mensajes» y «pruebas» de que «Dios está mirando». ¿Mirando qué? ¿Su vida personal? ¿Su «extraordinaria» y cuidadosa forma de vivir?
Seguimos creyendo, a pesar de las tragedias que permite «ese señor» causadas por su «brillante» creación. Las matanzas y holocaustos no son cosas nuevas y contemporáneas. Vienen sucediendo desde que estamos documentando eso que llamamos «historia».
Las sagradas escrituras son testimonios de esos eventos, en donde los que escribieron «esa historia» se cuidaron de poner a «su Dios» de su lado, además de cómplice, autor y mandatario de esas matanzas descritas para «complacerlo»…
«El mérito es de la verdad, no de quien la dice». Dijo José Martí. No estoy diciendo aquí inventos ni «creaciones» mías. Todo gran estudioso de esos libros sabe lo que estoy «repitiendo».
¡Entonces! ¿Por qué creemos? Aunque la pregunta está mal formulada, ya que «creer», además, se «extiende» a muchos y diversos campos. Hay quienes creen en «esos Dioses» y otros que creen en teorías científicas, mantras espaciales y extraterrestres y vaya usted a saber cuantos miedos y «cucos» más nos «colocamos» en esta esfera intergaláctica.
Precisamente el miedo es la causa principal de nuestras creencias. ¡No podemos concebir que moriremos y ya! Se acabó todo ¡No! Esto tiene que seguir y tener «un final feliz», aunque también tenemos en oferta al infierno, donde está «ese otro» desgraciado y devorador esperando para quemarnos y torturarnos, pero… ¡Por Dios!
Sí, apelamos a un Dios que nos saque de las dudas y creencias en las que nos hemos metido y las que terminarán destruyéndonos en cualquier momento. Un holocausto nuclear, creación de «ese cerebrito» que jodió y jodió, hasta dar con la fórmula de la extinción.
No logramos dilucidar la creación, sino a través de «cuentos» y leyendas que terminaron dividiéndonos y empujándonos a superar a la siguiente tribu en pos de dominarla e imponerle nuestras creencias.
Y al final terminamos con todo. No hubo una cucaracha que sobreviviera ni un habilidoso ratón «que presintiera» lo que se nos venía. No hubo un solo animal que corriera a las montañas evitando el tsunami, ni pájaros que se elevaran de pronto ante el inminente terremoto.
Solo el animal humano supo lo que se avecinaba. Corrió a las iglesias y allí imploró a su Dios que evitara lo inevitable, pero tampoco fue escuchado. El infierno terminó quemando toda la tierra y «el Diablo» sonriente comentando… ¡Misión cumplida!
No sé si brindar con mezcal o arsénico después de este latido, pero, de todas formas, sí voy a «creer» ¡Que nos vamos a joder to! ¡Así que salud!. Mínimo Creyero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).