¿De qué otra manera puede vivir una isla inmovilizada en el mismo centro del fragor caribeño? Hay muchas maneras, pero, la efervescencia arrastrada en siglos de sudor y libertinajes, es muy fuerte.
Santo Domingo, La Española. 5 de diciembre 1492. La llegada de las tres carabelas esa tarde pareció parte de la rutina. Ya habían andado por una pequeña isla de las Bahamas y peinado todo el litoral norte de Cuba.
Sin embargo, uno de los barcos encallo en la costa y aquello fue el preludio de un mal presagio…
En esta isla, llamada Quisqueya, llamada Haití, llamada La Española, llamada Santo Domingo, llamada de tantos nombres. Las cosas salieron mal desde el principio.
Partieron de regreso a España con un barco menos, dejando a 39 hombres los cuales fueron exterminados por los indios.
El 22 de noviembre de 1493 comenzó la conquista oficial de américa.
17 barcos y más de dos mil buscadores de tesoros arribaron a esta isla, violando a las inocentes y desnudas y hermosas indias tainas.
Fue una tragedia para aquella gente. Vivian en un paraíso que solo era asediado, de vez en cuando, por la otra banda de caníbales caribes, que de vez en cuando también, se comían a uno que otro taino.
Nada tan horrendo como lo que les sucedería con estos «extraterrestres» venidos de «otros mundos». Testimonio de esto nos lo brinda Fray Bartolomé de las casas en su libro publicado en 1552 «brevísima relación de la destrucción de las indias».
Así detalla en unas líneas; «llegados como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos, que no hicieron más que DESPEDAZALLAS, MATALLAS, ANGUSTIALLAS, AFLIGILLAS, ATORMENTALLAS y DESTRUILLAS por las entrañas».
Así en mayúsculas acabaron con esa «mansa gente».
No voy aquí a dar un repaso general de la historia de nuestra isla tan adorada por aquella «mansa gente», los mal llamados indios, y adorada por los actuales «mansos dominicanos» que prácticamente seguimos siendo avasallados con todos esos «tormentos» descritos más arriba.
Los actuales habitantes de «Quisqueya» poseemos la dualidad de actuar como «mansos corderitos» o «lobos crudelísimos hambrientos». Todo depende de la oportunidad y la ubicación en la que nos encontremos.
Estamos forjados de asedios constantes de piratas, invasiones de diversos imperios, abandonados a nuestra suerte como huérfanos, divididos por la mitad como una rebanada de pan y colocado de vecino todo el odio acumulado por el látigo esclavista de los hacendados.
Hemos crecido como una turba de barbaros cortando cabezas de gobiernos tras gobiernos sin sostener una estabilidad que pueda ser llamada «civilizada».
Debería darnos vergüenza el espectáculo que vamos viendo en estos días, sin menoscabar méritos de quienes están haciendo posible lo que parecía imposible en un pueblo contaminado de corsarios.
Se han estado robando la isla peor que en los 1500s. Ya no se trata de una sola familia como la de los años 30 a los 50s. Ahora se turnan por pandillas organizadas que cuentan con una intrincada red de cómplices y lambones.
La política corrompida, el Ejército corrompido, los empresarios corrompidos, hasta la música ha llegado a un extremo de perversión que sobrepasa lo imaginable.
El dinero del estado se escapa a particulares obligando a la mayoría a emigrar por el hambre y el desorden. La nacionalidad se pierde lo mismo que se está perdiendo la isla en el abrazador sol que la hunde en sus pasiones.
Los escándalos recientes de individuos allegados al pasado gobierno, no son siquiera una pajita del espectáculo mayor que debe llegar pronto.
Los dominicanos debemos entender que si no cambiamos nuestra mentalidad retrograda y no nos ponemos los pantalones, tendremos constantemente a estos piratas que no son dominicanos sino fieras como describe de Las Casas; «llegados como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos.
A mí me apena que, 529 años después, tenga uno que retomar lo escrito en ese entonces para describir lo mismo que está sucediendo en la actualidad.
¿Es que el hombre siempre será una mierda llena de vanidad?. Preguntémonos que tanto de pirata llevamos cada uno en nuestra sangre y que tanto de buenas intenciones podemos aportar para que el peso de la «dualidad» se vaya por el mejor lado.
Los indios tainos debieron de comerse a todos los conquistadores que pisaron las arenas de sus playas. Hubiésemos sido «gente mansa» y buena. Llena de frutas y de indias desnudas correteando libres y a salvo de depredadores ambiciosos. Un verdadero paraíso absuelto de tantos dramas y piratas. ¡salud!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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