A raíz de la crisis financiera de 2007 y 2008 provocada por el estallido de la burbuja en el mercado inmobiliario en los Estados Unidos, muchos inversionistas se desplazaron de ese renglón hacia la compra de materias primas, especialmente petróleo y sus derivados, como una manera de preservar sus Intereses en un sector que siempre tiene demanda.
Fue así como el petróleo alcanzó niveles nunca vistos, con el barril del WTI rozando los 150 dólares el barril y el Brent cercano a los 170 dólares.
Lo que empezó con la caída de Lehman Brothers, una de las insignias de la banca de inversiones a nivel mundial, pronto se convirtió en la mayor contaminación financiera de la historia estadounidense y por contagio de todo el planeta, poniendo en jaque a las principales economías.
Pero la crisis «subprime» o hipotecas basura, si bien afectó a otros sectores, como por ejemplo el automovilístico, abrió un camino al apogeo de la industria petrolera.
Recordemos que el Gobierno del presidente Barack Obama se vio en la obligación de adquirir la totalidad de las acciones de General Motors para garantizar la supervivencia de uno de los símbolos industriales de los Estados Unidos, aunque pasados los efectos de la crisis se desprendió de ellas y la empresa regresó a manos privadas.
Sin embargo, la pandemia del COVID-19 que ha puesto de rodillas a todo el planeta, ha tenido un impacto imprevisto en la industria petrolera, lo que en principio parecería de gran alivio para países como la República Dominicana que tiene que importar cada galón de combustible que se consume.
Ahora bien, el hecho de que los precios del petróleo hayan caído a niveles de baratijas, no necesariamente puede considerarse como algo alentador, sino todo lo contrario.
Esto lo que apunta es a resaltar el carácter devastador del coronavirus y rebasar las previsiones de los especialistas más optimistas, en el sentido de que los efectos económicos de la pandemia superan cualquier proyección.
Lo que se colige es que aún se tuvieron previsto que la pandemia vaya a reducirse al mínimo en lo que resta de año, al menos los grandes consumidores de petróleo y sus derivados no consideran que sus economías estarán en condiciones de demandar combustibles en cantidades relativamente normales.
Es decir, que el derrumbe de los precios del petróleo, hoy a niveles que ES más rentable regalarlo que venderlo, significaría que el mundo camina hacia un alarmante empobrecimiento colectivo.
Con la agravante de que, contrario a lo sucedido con la burbuja inmobiliaria de 2008, los Gobiernos no pueden poner en práctica ningún mecanismo de rescate, pues ellos, junto a todos los ciudadanos que representan, también son víctimas del COVID-19.
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