Por Emiliano Reyes Espejo
Para los ojos del mundo se trata de una hermosa pareja que se profesa amor eterno. Pero ocurre, sin que lo perciba la gente, que detrás del embrujo de aquel amor tierno, puro, fogoso y contagiante subyacen prácticas inusuales, pocos acostumbradas, o no comunes en las tradiciones de los esponsales del remoto poblado.
En principio, los moradores de Yomata se sentían abrumados por las preocupaciones, no concebían el extraño comportamiento de estos dos jóvenes esposos recién llegados. ¿Por qué tienen que ser así?, comenzaron a preguntarse. Llamó la atención las vibrantes expresiones eróticas, desenfrenadas, propias de amantes que surgen con la fuerza de un huracán en los cobijos de la pasión.
Esas relaciones ardientes y entusiastas, abiertas y disolutas que fluían sin tiempo ni espacio produjo un shock entre los moradores de esta tranquila comunidad conservadora y vida sosegada.
Los mozalbetes solían aprovecharse para pasar por el frente de la casa donde se hospedó la pareja. Era un espectáculo verla entregarse sin rubor en escenas propias de películas prohibidas.
– «A esta hora los médicos hacen el amor con las puertas abiertas, vamos a verlos», expresaban los muchachos en las banquetas de la avenida Libertad.
El inusual hecho causó alarma y disparó en la población un mar de comentarios ladinos y comenzó a observar esta conducta como algo ajeno a las costumbres locales.
Para todos resultaba inverosímil, increíble, y lo percibió como un mal presagio de lo que vendría después. La bella pareja de médicos Julio Almendares y Susana Taylor de Almendares había sido designada para ofrecer sus servicios en el dispensario sanitario de la comunidad.
Ellos no tenían reparos en prodigarse sublimes gestos de amor a la vista de todos o hacer un acto de exhibicionismo bañándose desnudos en el río. Se deslizaban entre lo excelso y hermoso de la vida, dándose besos y caricias que terminaban en explosiones de arrebatos y desenfrenos con éxtasis inimaginables.
La inusitada manera de expresarse el amor, según rememoran vecinos de la época, rompió el equilibrio, el estilo y la forma de vivir de los habitantes de Yomata. Por primera vez hubo allí asomo de amores libres, abiertos y sin tapujos que distaban mucho de las usanzas pueblerinas.
Los más conservadores deploraban estos procederes. Persistían las antiguas usanzas al momento de practicar el amor. Los más jóvenes, en tanto, aceptaban de buena forma estos actos amatorios, porque asumían que con esta pareja afloraba la magia del amor, un destello de luz y dulces ternuras en la comunidad.
A partir de su presencia, la vida no fue la misma en Yomata, decían. Los moradores comenzaron a mostrarse más desinhibidos y resultó lo inevitable, la forma de los dos «periquitos del amor» prodigarse cariño a la luz de la luna o bajo los fuertes rayos del sol, en la intimidad del nido hogareño o en sus encuentros furtivos en ríos, terminaron contagiando a todos los lugareños.
Algunos afirmaban que era el preludio de un mundo desenfrenado. Pero también se hizo presente un mayor cúmulo de expresiones ocultas de felicidad entre los habitantes.
¿Quién iba a sospechar que detrás, en el trasfondo de estas estampas amorosas, se escondían raras formas de prodigarse el amor?
La gente comenzó a recelar de estos amores casi perfectos, dando lugar a cuestionamientos. ¿Qué impulsa a estos a entregarse tan apasionadamente en sus relaciones?
Los rumores no se hicieron esperar.
La pareja se agredía después de hacer el amor. Eso llamó la atención y la gente comenzó a especular sobre el porqué de esas acciones. ¿Era algo normal que estos practicaran el amor sin prejuicios ni ocultamiento público?, se preguntaban.
La pareja no solo se amaba, sino que respondía a una rara manera de agresión consensuada.
Los idilios que se consideran raros, como los de estos jóvenes, han sido motivo de innumerables y profundas investigaciones por parte de eruditos de la conducta, los cuales, tras sus indagatorias, concluyen casi siempre que detrás de todo existe algo sublime, una especie de fenómeno insondable e indescifrable.
Por eso no resultó extraño lo que luego se vio venir.
En principio su presencia causó alegría. El modesto centro de salud del lugar estaba acéfalo y la llegada de estos fue motivo de júbilo. Solo una enfermera empírica prestaba allí sus servicios porque la comunidad se había quedado sin médico.
El cambio se notó de inmediato, ya que, además de médicos, a partir de entonces llegó a este lugar el amor sin barrera. Ellos no solo ofrecían sus servicios facultativos, sino que mostraron una faceta no muy conocida en el lugar: una singular cara del amor. La gente comenzó a imitarlos, prodigando cariño con la espontaneidad propia de la naturaleza humana.
Esperaban un médico
En aquel apartado poblado, muy conocido por su tierra pródiga para la producción agrícola, especialmente plátano, caña de azúcar y otros rubros, sus moradores rogaban a Dios para que el gobierno le asignara un médico. – «El tiempo de Dios es perfecto, en vez de uno nos enviaron dos médicos», decían los parroquianos con cierta satisfacción. Ya se había perdido la esperanza, según cuentan los habitantes de Yomata, cuando se produjo la llegada de estos médicos.
La noticia circuló como pólvora en el pequeño lugar: –»Ahí llegaron dos muchachones, buenos mozos ellos, que según se dice, van a ser ahora los médicos de aquí», comentaban.
Para agradecer a Dios por escuchar sus ruegos, los parroquianos decidieron celebrar una misa con la presencia de los galenos.
Las campanas de la iglesia repiquetean insistentemente el día del oficio religioso. Los bomberos tocaron la sirena y la banda de música entonó algunas marchas en la glorieta del parque. La gente expresó alegría por la presencia de la pareja y comenzó a llevarle regalos a su hogar, como racimos de plátanos, guineos, rulos, mangos, aguacates, lechosas, entre otros.
Con el tiempo, vinieron los recelos
Pero con el tiempo, personas del pueblo, las de más edad, comenzaron a recelar de la pareja, fruto tal vez de que tenían otras costumbres y expresaron el amor a la vista de todos. La sociedad entonces le fue retirando el aprecio inicial y empezó a verlos como personas depravadas y sin hábitos de moral.
Antes de que estos llegaran al pueblo, los noviazgos eran muy formales y los hombres se comportan con mucho respeto hacia las mujeres. El hombre llevaba serenatas a su pretendida y acudía a la casa de esta, pedía sus manos a los padres, pero tenían que esperar a que fueran consentidos.
– «Los hombres eran románticos. Llevaban flores, daban serenatas y para ese entonces no se maltrataba como ahora a las mujeres», expresan viejos moradores del lugar. Para entonces también las parejas se veían en callejones, en el río y en las «regolas». Las jóvenes acudían a bañarse o a lavar las ropas, pero solo eran pretextos para verse con sus enamorados.
Los amoríos eran actos cuasi misteriosos, llenos de profusos y ocultos temores, propios de códigos morales de antaño. Eso no quitaba que en los enamoramientos hubiera entregas, lujurias y desenfrenos, con luces y sombras, como siempre, y que estos dieran sus frutos con la aparición de nuevos vástagos.
También llegaron los tiempos de los piropos, los encuentros a escondidas y los afectos prohibidos, los flirteos en iglesias, bares o en los paseos en los entornos del parque. La etapa más romántica fue sellada por las serenatas y por brincar paredes para ver a las enamoradas: – «No importa que pongan vidrios, alambres y cuellos de botellas, voy a brincar la pared para estar al lado de ella», dice el cantautor de Tamayo Enrique Féliz en su canción La Pared, inspirada en aquellos tiempos de amores furtivos.
Volviendo con los jóvenes galenos se daban fuertes pellizcos cuando se enfadaban, una forma de manifestarse enconos por alguna diferencia. Eran peleas concertadas, acordadas desde sus tiempos de estudios universitarios. Si peleaban por algún motivo, luego se calmaban de sus rabietas con caricias, pellizcos y evitando así dañarse.
Terminada su estadía de servicios en Yomata estos volvieron a la capital, llevando de aquel recóndito lugar cálidos recuerdos de sus apasionados amores sin límites. Continuaron sus estudios de Medicina y se especializaron en cirugía. Siendo ya cirujanos éstos tuvieron una fuerte discusión mientras realizaban una cirugía, pero esta vez no acudieron a las caricias y pellizcos, sino que bruscamente blandieron los bisturís y se desafiaron.
La inesperada situación causó pánico entre asistentes y enfermeras en el quirófano. Una enfermera amiga desde los tiempos en la universidad salió corriendo de la sala, mientras gritaba:
-Este pleito con bisturí no está concertado, ahora es de verdad. ¡Sálvese el que pueda…!
En ese instante el paciente despertó brevemente de la anestesia y cuando vio la actitud de los cirujanos, atinó a decir:
-«Terminen primero conmigo, terminen la cirugía y después se matan». Éste se sumergió de nuevo en un profundo sueño anestésico y cuando despertó ya estaba felizmente operado.
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).