Tu ausencia ahora recorre todas las calles de Miami Beach, no podría ser en otra parte pues, a pesar que fuiste un alma errante, te gustaba la playa, aunque nunca fueras al mar.
Te me apareciste una tarde en mi estudio de la Collins, cuando colectaba donaciones para uno de los tantos huracanes dominicanos que nos golpean de vez en cuando.
Menudita y frágil, morena con medio afro de cabellera. Rondabas los sesenta, vestida sencilla y tropical, me saludaste a la vez que anunciabas que venias de voluntaria y que pensabas quedarte conmigo hoy y para siempre…y así fue.
No tenías una hora de conocerme y ya me confesabas que habías sido mi madre en otra vida. Yo, como estoy acostumbrado a mi «sex appeal» con los locos sonreí y asentí como buena y «válida» aquella afirmación.
Sin dudas que estabas en lo místico, dos cosas me lo confirmaron, primero; aquellos avistamientos de platillos voladores sobre South Beach que solo «tú» y «la otra» amiga vieron. Y segundo, la vez que me hiciste llegar hasta Homestead para conocer a «la gente más rara que he visto en mi vida» realmente parecían extraterrestres… lo seíian?.
Hablabas de prepararnos para el fin del mundo y mencionabas unos túneles ubicados en Ecuador donde deberemos de guarecernos para salvarnos.
Lo que nunca me dijiste fue ¿cómo pensabas ir? Pues le tenías pánico a los aviones. Lo tuyo eran los trenes y los autobuses. Te la pasabas de Miami a New York, a Los Ángeles, a Texas…
Solo te arriesgabas al vuelo cuando visitabas Cuba, esa Cuba que arropó tanto de tu tiempo. Te hiciste miliciana y fidelista con una determinación tan intensa que siempre esperé que te fueras a vivir a La Habana, pero no, tu misión estaba aquí, promoviendo la conciencia.
Fue por esto que una vez le diste la espalda a la catedrática cubana que daba una charla en mi estudio. Habló tan mal de Cuba que provocó tu indignación y repudio…
O la pelea con la colombiana que te preguntó ¿qué hacías aquí? Al ver tu «comunismo incomprensible» y vivir en el imperio. Pero esas cosas nunca te afectaron y yo de ti aprendí, cuando se me sale mi lado izquierdoso y me dicen lo mismo, que la respuesta es «abrir ojos y destapar oídos».
Cierto que te portaste como una madre para mí, pues fuiste suegra de ¡tres! Y casi te convenzo para que aceptaras la cuarta…
Lamento haberte puesto a pasar trabajo en las transiciones, pero al igual que yo, te quedaste siendo amiga de todas y terminaron adorándote…eso me faltó…
También te conseguí tres maridos ya que Don Tiberio, Don Luis y Don César también me consideraban su hijo y como tú «eras mi madre» y los tres estaban solteros…pero nada, en eso no saliste a tu hijo…
No tenías celular ni receptora de mensajes en el fijo de tu casa. Para localizarte estabas o no estabas y si se había muerto alguien te enterabas a los días de ello exactamente como hoy me enteré de la tuya…a los tres días.
Te moriste fiel a tus principios Noemí. Te negaste a ponerte la vacuna, como yo, y te agarró el virus en un momento en que tu presión escalaba alto. Los 80 años te «diabetizaron» y mermaron tus fuerzas.
Te sembraste en tu oscuro apartamento de Surfside, trancaste con seguro la puerta y sintonizaste a radio reloj de La Habana. Sabías que morirías y contigo todas las pequeñas plantas que te rodearon siempre.
Hoy se hunden en silencio todas las memorias que guardaste y que alguna mano incomprensible manoseara indiferente. Arrojara a la basura todo lo que una vez amaste y que hoy pierde sentido.
No sé porque madre, pero este final tuyo me recuerda algo a mí. ¿Será que en verdad lo fuiste en otra vida?. Bueno, si mis cuentas van bien, estarás naciendo de nuevo en estos días y yo muriendo cuando seas una jovencita.
Quizás me paras en Cuba o Ecuador ¿quién sabe? ¡Con las relaciones que tienes no me sorprendería nacer en Saturno! Madre, la vida es un chiste y la muerte también. Por lo menos eso espero. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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