En este momento de encierro domiciliario leo el libro “Decir No no basta”, en el que la periodista canadiense Naomi Klein, sostiene la desorientación que hoy sienten las sociedades y que por todo el mundo se utiliza la táctica del shock diseñada para forzar políticas que arruinan a la gente, el medio ambiente y la economía.
La autora analiza el comportamiento del presidente Donald Trump, a quien acusa de apelar al resentimiento social y al odio racial como arma política y pone de ejemplo la intensidad e irracionalidad de su rabia ante Barack Obama, al pretender despojarlo de su nacionalidad, o su reclamo para que encarcelen a Hilary Clinton.
No pretendo referirme al planteamiento que esa periodista refiere en su obra, solo resaltar una expresión que me llegó muy hondo: “nunca jamás debemos subestimar el poder del odio”, porque la verdad es que aquí se ha intentado propagar ese virus para obtener ganancia política.
La expedición de dominicanos e internacionalistas que integraron la Raza Inmortal, “llegaron llenos de patriotismo, enamorados de un puro ideal”, nunca fue por odio ni por rencor, en la empresa de liberar pueblo dominicano de una cruenta tiranía.
El estallido de la Revolución de abril de 1965 fue motorizado por jóvenes militares, dirigentes políticos, obreros, estudiantes, empresarios que empuñaron el fusil para reconquistar la democracia esquilmada por clanes que mercadearon odio para sustentar un régimen corrupto y opresor.
Odio y rencor se asocian en la historia dominicana a los Santana, Báez, Lilís, Trujillo, el Triunvirato y al menos durante los 12 primeros años de Balaguer, mientras que Espaillat y Bosch representan el valor de la democracia y la civilidad.
La abrupta suspensión de las elecciones municipales se constituyó en el mejor caldo de cultivo de sectores políticos sirvientes de clanes oligárquicos para mercadear odio y rencor, sobre una legítima plataforma de reclamo al esclarecimiento de ese infortunado suceso.
En una sociedad donde no hay presos políticos ni se promueven políticas de vulneración de derechos fundamentales, ni privilegios o monopolios económicos o deslealtades empresariales, se gestó un movimiento de naturaleza política dirigido por clanes que arrastran los pies y caminan de espalda a la historia.
Hoy, cuando la Patria reclama el concurso de todos sus hijos para combatir la propagación de coronavirus, esos clanes retrógrados prefieren insistir en propagar la epidemia del odio y rencor, como puede constatarse en las redes sociales, donde riegan su veneno.
Es conveniente que, sin renunciar a sus principios, creencia, reclamos u objeciones, los muchachos de la Plaza de la Bandera deberían unirse a la lucha contra el enemigo principal y, en este momento único, que es el covid-19, en el entendido de que en mayo 17 el odio y el rencor serán derrotados.
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