La sola transparencia que emana de una mente oscura, de una mente risueña y nada estable. Una mente que flota y se disipa como el humo. Luego, atribuimos a «esta otra» condición, que llamamos «consciencia». Pero que tampoco sabe nada y sí es una experta en «teorizar».
Discutimos por puntos de vista de los que no estamos seguros, y si lo estamos, tampoco podríamos asegurarlo plenamente. Aun hayamos visto y «confirmado». Por nuestros propios ojos, «algo» se desvanece en algún punto y terminamos dudando hasta de nuestra propia creencia.
La duda es quizás el más arraigado concepto del instinto. Arma vital para su desarrollo y supervivencia. Es el espectacular salto de gato, que nos hace «huir» ante el desconcierto del peligro.
Somos gatitos, frágiles y asustados ante la inmensidad del universo. Ante tantos misterios, entre ellos, nuestra propia existencia, motivos, causas, efectos y demás razones «arbitrarias» que no hemos podido alcanzar a lo largo de tantos siglos… y tanta gente…
Seguimos en las cavernas y creemos que hemos salido a construirnos edificios y lugares «seguros» donde poder sentarnos «a pensar». Rodin, atino a dibujar «ese momento» y plasmarlo en piedra. Tan muda como siempre y tan dura para «explicar» lo que parece inexplicable.
Desde extraterrestres, hasta códigos cimbrados en mármol; desde fantasmas, hasta mensajes de ultratumba. Brujas y adivinas, magos y notarios que sellan «una verdad» imaginada…
Científicos, pensadores, analistas, estrategas, matemáticos y físicos. Todo un ejército de mentes en proceso en busca de las llaves perdidas del hombre y su existencia. Una bóveda cerrada desde una cabeza que huele, ve, oye… y «piensa».
Nadie sabe nada, ni del universo infinito, ni de los fondos oceánicos, ni de lo que tiene dentro, ni de lo que tiene al frente. Todo termina en «teorías» y «deducciones» desde la semilla a la planta y del Sol interviniendo desde las galaxias…
Un «Verde Nila», un azul lavanda, un rojo que destila «amor», unas sáanas blancas, un amarillo vinagre. Toda una definición de «cultos»: detalles para «organizar el alma», y sus aires, y sus sueños, y su abstracta presencia.
No sabemos que llevamos ni que traemos. Ni «qué» intenciones se harán presentes en determinados momentos. Ni para qué servirán si se esfumaran, eventualmente, ni a donde, ni cuando, ni nada.
No sé ni para qué estoy escribiendo, ni si me estás leyendo, ni si entenderás o entenderé…
Solo veo «aquella luz» de Tesla o Edison, que ilumina apacible el patio. Y el gato callado que en aquel rincón oscuro acecha, paciente, inmóvil, imponente. Una luz, que podría delatarlo ante «aquellos otros ojos», de negro apagado, donde la luz se absorbe. Diseñados para ver al gato escondido y sus malas intenciones.
Y también aquella estrella, que bajó al riachuelo a tomar de su agua y luego saltó viva sin que nadie la viera, pero yo la vi y ella también me vio. Y nos hicimos novios en secreto, donde cada noche hay besos entre el fuego y el agua.
Testigos son el gato y el ratón, que cada noche coquetean entre la vida y la muerte. Mudos nos contemplan revolcarnos en el suelo y luego elevarnos por los cielos en abrazos mezclados de sal y centeno.
Pero nadie sabe nada, y aún nos vieran, dudarían de ese amor entre «la braza y la lluvia», entre un gato y un ratón… y así seguiremos navegando entre «lo cierto» y «lo imposible».
Cuando descubras tu ignorancia, te harás sabio. Aunque «eso» tampoco te servirá de nada. ¡Salud! Mínimo Nadiero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).