La palabra miedo es harta, conocida por todos, no bien «adquirimos» algo de consciencia cuando no las insertan en nuestro cerebrito de manera imperecedera. Tanto usted como yo y los demás, tenemos miedo a «algo» y en la mayoría de los casos… no sabemos ¿Por qué?
La altura me da «tiriquitos», un escalofrío que eriza mi piel y me produce un vacío en el estómago que en segundos transfiere a mi cerebro una señal de «aturdimiento». Se dice, que traemos fobias de otras vidas como consecuencia de la «forma» como morimos en el pasado…
No debemos confundir el miedo con el instinto, ya que este último es quien lo agarra por las greñas o le da una patada por las nalgas para sacarlo del «lío o la situación» de peligro en la que usted se «haya metido»… díganmelo a mí…
Yo he brincado techos, saltado de alturas mortales, luchado con tiburones, revolcado con tigres, entre muchas otras andanzas por andar metido en patios desconocidos detrás de algunas faldas… el instinto me hizo sacar las agallas para enfrentarme a esas «situaciones» imprevisibles, pero miedo no me dio tiempo a sentir.
El miedo es «más íntimo» y silencioso. Se nos va trepando por las sábanas como una araña ligera y nos pica sutilmente, dejándonos impregnado su retardado efecto que aparecerá cuando menos lo esperemos.
Generalmente, nos llega gota a gota, se va haciendo parte de nuestra vida cotidiana y como un impostor se nos coloca al lado y no solo opina, sino que nos hace decir lo que «él piensa». Ejemplo de esto lo vi en tres individuos que venían de tres regiones distintas. Uno era de la India, otro del medio oriente y el último !Era yo!
El tema de la discusión fue «los tres dioses» que defendíamos, cada uno mostraba su libro sagrado como prueba de sus afirmaciones y el tono de voz se alzaba y los ojos escudriñaban intentando «encontrar» gestos débiles donde poder clavar «nuestras verdades»…
Cada uno tenía temor de su Dios, cada uno tenía miedo de «fallarle» ante los profanos que, por nacer en regiones distintas, teníamos «distintos miedos» que se resumían en un mismo sentido «del común humano».
Si no te portas bien, te saldrá «el cuco». «Alguien» te está mirando desde «allá arriba», las nubes, ¡y sabe todo lo que haces y piensas… ten cuidado! Bueno, hoy en día ya sabemos que todo lo que hagamos tenemos pegado a las nalgas el celular, quien funge como un eficiente espía. Es decir, nuestros gustos y debilidades, por no decir nuestras intimidades y genitales, ya las conocen de sobra… nada diferente que no tengamos todos.
Ya ese miedo a que lo vean a uno desnudo quedo obsoleto con las nuevas tecnologías. Tenemos a la mano una enciclopedia inimaginable de todas las fobias, inquisiciones y «antasñables» miedos que si usted todavía le tiene miedo a «algo» es porque usted es de los últimos dinosaurios y momias existentes que quedamos en el planeta y que estamos al borde de la extinción en los próximos vente años.
Pero aun teniendo a la mano «la inteligencia artificial» que lo «sabe todo». No podemos desprendernos de ese miedo interior que implica el quedarnos solos sin el abrigo o abrazo de otro que sienta y nos quiera de verdad.
Ese es el miedo mayor, «la soledad». Lo veo en los viejos y en los jóvenes. Todos buscan sentirse parte de una comunidad, de algo que les dé sentido de pertenencia.
Seguimos enfrascados en los mismos errores de antaño. Nos vamos congregando para «darle un sentido» a ese miedo que no consigue desprender el instinto llamado muerte. Continuamos creando sueños que ofrecen «recompensas en otras vidas» y dejamos de vivir esta precisamente por miedo a vivirla… un absurdo.
Desperdiciamos tanto tiempo preguntándonos ¿Por qué? Que no nos damos cuenta lo rápido que nos agotamos físicamente, perdiendo el aliento de vida que recibimos de «esos tres dioses» que, al parecer, no le tenían miedo a nada…
El miedo suyo como el mío nunca lo podremos evitar mientras no nos atrevamos a buscarlo adentro de nosotros. Sin ruidos, ni distracciones de los otros. Ahondándonos profundamente en esa oscuridad interior, en silencio y a pasos lentos pero seguros. Donde iremos abriendo puertas brumosas que revelaran luces que nunca alcanzamos a ver precisamente por miedo.
Continúe teniéndole miedo a su Dios, a su mujer o a sus amigos. A su trabajo y rutina. A su indecisión a los cambios. No cruce la calle, ni se mezcle con piratas como yo. No me haga caso, ni escuche a su vecino o a sus hijos. Siga dejándole sus imposibles al destino sin moverse de su cama por sus temores.
El miedo inmoviliza, estanca, detiene, fanatiza y nos hace perder la vida que ni siquiera es nuestra ni la concebimos nosotros. En otras palabras, como diría cantinflas, «tenemos miedo de perder lo que no somos ni nunca seremos y lo que si somos tampoco lo sabremos»… ¿Entonces?… ah no, a mí no me pregunten. ¡Salud! Mínimo Cuquero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).
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