Podría parecer irreal, pero no lo es. Uno piensa que no existe nadie indispensable en la vida de cada uno de nosotros, sin embargo, cada vez que caemos en esos lodos del abismo, donde nos sentimos solos, a menudo buscamos el consuelo de «alguien» que nos escuche «maullar» nuestras penas.
Los solitarios suelen «pretender» que son fuertes y que «los demás» son innecesarios para alivianarse. Buscan su consuelo en su interior y, aunque algunos lo logran, la mayoría «pierde» en subsistir. ¿Necesitamos a los demás para vivir?. No es que sea «vital» el asunto, pero sí, los demás terminarán alcanzándonos por más que intentemos alejarnos.
Los indispensables son nuestro otro yo, aquella voz que buscamos escuchar para «reafirmar» lo que en el fondo nuestra conciencia ambivalente no define o termina de aclarar. Buscamos la aprobación para mantener el balance vibratorio de nuestra energía. Para «limpiarnos» un tanto de nuestra trillada imperfección.
Como seres pensantes, adolecemos de ser reconocidos o por lo menos «aceptados», por lo que somos y pensamos. Nos debatimos diariamente en decisiones que contradicen el pensar de los demás y por ahí vamos dando brincos intentando imponer nuestras ideas. Es allí donde los indispensables suelen desplegar sus alas para asentarnos nuevamente a la «cordura».
Los escuchamos y aunque debatamos inclusive con ellos, somos conscientes que «ellos» tienen licencia de intervenir porque nos conocen tanto o más que nosotros mismos. Son aquellos que gozan de la habilidad de sacarnos una sonrisa e iluminar el más oscuro rincón de nuestra alma. Con solo su presencia logran arroparnos de sus claras energías, limpiándonos de paso las nuestras.
Su voz transmite calma, su mirada consuelo y nos sentimos a buen resguardo con sentirlos a nuestro lado. Proyectan luces que irradian constantemente todos los caminos andados. Van abriendo surcos de esperanza que siembran frutos de amor propagando el bienestar de todos.
Los indispensables mantienen girando al mundo, oxigenando de optimismo el futuro incierto de cada día. Saben que todo se acabara un día y, sin embargo, ven más allá de la muerte, otro camino interminable de ligeras y superiores virtudes.
El amor les queda corto porque saben que existe otro más amplio y perfecto y eterno que está al doblar de la esquina y allí van de expectativa en expectativa sin menguar su fe arrolladora de incertidumbres. Contagian desapegos que moldean el espíritu, brindándonos conocimientos indispensables, forrados de impenetrables escudos que impiden sentimientos oscuros.
Son las columnas que nos levantan sonrientes cada mañana al tan solo pensar que existen y que aún sean derrumbadas suelen erguirse una y otra vez. Vuelven con sus cantos a arrullarnos y a abrigarnos de esa aura cálida y serena.
Los indispensables no son un sueño, existen y brotan por todas partes. Se visten de azul, marrón y verde y de todos los colores que conoces y de los que aún no has logrado ver. Se sientan a tu lado a respirar el aire y son el aire que refrescan tus pulmones y tu sangre y tu cerebro y tu boca.
Alimentan tu apetito y te bañan como un río todos los poros de tu cuerpo. Abrigan tu frío y te dan calor en el invierno. Están en todas partes como Dios, porque son Dios y gota y lluvia y cielo y estrella.
Cada vez que sientas que te derrumbas, que estás solo y que nadie te quiere o le importas, recuerda que solo tienes que cerrar los ojos. Los indispensables te están escuchando desde cada célula de tu humanidad. Ellos te empujan y te sostienen, motivándote a levantarte como un ejército en perfecta sincronía de mágicos milagros.
Sus puertas están siempre abiertas y dispuestas para ti, aprende a no cerrarlas y bota todas las llaves de los vacíos y estériles pensamientos. No trates de encontrar las razones por que no tendrás las respuestas de este lado, las encontraras al otro lado, cuando cruces la puerta, allí, donde nacen los indispensables. ¡Salud! Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).
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