Todo buen ser humano es poseedor de excelsas cualidades, entre ellas, paciencia, generosidad, humildad, desprendimiento, buen carácter, sinceridad y cortesía. Esto así, porque cuando ejercemos las normas de urbanidad a conciencia y a cabalidad propiciamos armonía en la colectividad. Al mismo tiempo, garantizamos felicidad en la sociedad que pernotamos.
Estas normas están representadas en la correcta forma de interactuar; en el saludo, respeto, amabilidad, responsabilidad, el cumplimiento de los deberes ciudadanos, en una sonrisa; el reconocimiento, agradecimiento, la inteligencia emocional, confianza, honestidad, justicia, solidaridad, empatía, seguridad ciudadana, y la paz…, porque van más allá de las reglas de conducta, se fundamentan en la educación de valores.
En este aspecto, la educación cívica, hoy carente en la currícula escolar, nos enseñó cómo accionar normas de urbanidad, que están unidas a nuestros deberes y se exhiben de forma tan simple como mantener nuestros entornos limpios, por tanto, abstenernos de ensuciar el espacio público; preservar el derecho al medioambiente sano y al agua; respetar al peatón, las normas de movilidad, transporte terrestre, tránsito y seguridad vial.
De igual forma, conducir siempre en estado de sobriedad, cuidar el mobiliario urbano, respetar los espacios reservados para personas con discapacidad. Solicitar servicios con cortesía y respeto, sin atropello al servidor público o privado. Salvaguardar las áreas protegidas y los derechos de la familia, entre otros.
Siempre recuerdo una de las máximas utilizada por una jefa que tuve en el pasado reciente, ella solía repetir: «la cortesía nunca está de vacaciones», y yo creo su premisa. Esta nos abre puertas, nos humaniza. Pero hoy, las carencias que exhibimos en normas de urbanidad, nos pegan fuerte en la cara.
La realidad es que estamos siendo cada vez más irresponsables con el cuidado al planeta y en el modo de relacionarnos con nuestros semejantes. Los excesos, irrespeto, falta de comprensión entre vecinos; el ruido y la contaminación en todos los niveles y formas; imprudencia y mala educación están destruyendo a la humanidad, la ultraja, qué aquelarre!, le impide que pueda alcanzar niveles de plenitud, de paz y felicidad colectiva.
Sencillamente, «la cortesía y los buenos modales son una parte fundamental de la convivencia», inobservalos es propiciar lastre. Por eso, debemos educar desde la niñez en moral y cívica, para obtener en el futuro mayor nivel de desarrollo sostenible, la paz es uno de sus pilares, y esta, como afirmaba Madre Teresa de Calcuta: «comienza con una sonrisa». Es tiempo de ser responsables y accionar urbanidad, «para atrás ni para coger impulso».
Hasta la próxima entrega
santosemili@gmail.com
(La autora es abogada y periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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