Aquella mañana que cambiaría al mundo no fue nada distinta para mí. Dormí, como siempre, hasta las diez y luego me iba a ser mi rutina. Me monté en el auto e introduje en el radio uno de aquellos CD que acostumbraba mezclar con mi música favorita.
El tráfico se veía normal, la gente caminando tranquila, no tuve por qué sospechar lo que pasaba… Al llegar a recoger a una amiga, fue cuando me enteré de la tragedia. Dos inmensos aviones se habían estrellado, a propósito, en las torres gemelas de New York.
En el año 1987 me tomé una foto desde el último piso de una de estas, y otras imágenes más desde la entrada, abajo.
Me invadió una rabia muda. Deseaba que se castigara a los culpables de tan abominable acto, incluso podría decir, que ese día fue cuando sentí, por primera vez, que yo también era parte de este país. Un país que se ha inventado en diversas ocasiones y que aún sigue en evolución.
La lógica nos indica la imposibilidad de que aquellas dos moles que se levantaban fastuosas sobre los cientos de rascacielos de Manhattan, fueran derribadas de forma tan «casual» y similar, una detrás de la otra.
Los estudios se cuentan por montones y las teorías conspirativas también. La gente, es decir, nosotros, nos comemos todos los cuentos que «oficialmente» se nos diga. No hay lógica en pensar que un avión, por muy pesado que fuera, se incrustaría en los pisos superiores y ocasionaría un desplome tan calculado, en dos ocasiones, sobre sus cimientos como suelen hacer las explosiones «planeadas» de demolición.
En el principio, todos estábamos intrigados y ciegos de venganza. Hoy, a dos décadas del desastre que dejó más de 3 mil víctimas, podemos pensar con la cabeza fría y aplicar la lógica a estos asuntos.
Tampoco aplicamos la lógica cuando le estamos quitando la belleza y alegría de la niñez a niños de 7 años, cuando los profesores le cuentan lo que ocurrió aquel septiembre. ¿No podríamos despertarlos más adelante? Llegan a casa algo nerviosos y luego no son capaces de dormir solos en las noches ante esas historias «ilógicas» de los mayores.
¿Cómo es posible que fuéramos capaces de hacer atrocidades de tal tipo? Septiembre 11 no ha terminado aun de expandir su onda de choque. Afganistán, apenas fue desocupado por nuestro odio vengativo y los opioides florecen desde las amapolas talibanas…
La lógica humana no hace sentido para los niños que aún no entran en detalles y formalidades. Su mundo es demasiado noble para imaginarse los salvajes y absurdos que podríamos ser.
Más del 50% de norteamericanos vivimos envueltos en el estrés. Unos 10 millones tienen angustia psicológica grave. De cada cinco ciudadanos gringos, uno goza de «algún» tipo de enfermedad mental. Son más de cien mil los fallecidos al año en los Estados Unidos debido a la crisis de opioides. Unas 130 muertes por sobredosis diarias.
La lógica nos dice que «algo» hemos estado haciendo mal para llegar a este punto. Desde Vietnam, en los 60, cuando enviamos a miles de adolescentes a una guerra que los traumatizaría, hasta la guerra del golfo, en años más recientes. Nos fuimos llenando de enfermos que perdieron la lógica y muchos terminan en la calle viviendo de «homeless».
Ya estamos preparándonos para la próxima entrada a la locura cuando nos enfrasquemos en nuevas guerras e incrementemos el número de «ilogicidad» ante tales desmanes.
Pobres niños de América. Desde muy joven los van tirando a «tentar» con la locura y terminarán, la mayoría, consumiendo antidepresivos que los ayude a entender «la lógica» del asunto.
Las consecuencias del atentado de septiembre 2001, parecería parte del karma a pagar ante otro septiembre 11 del 1973 en chile, en donde fuimos nosotros los terroristas.
La lógica está ausente y es urgente el rescatarla. Comenzando con los niños de siete años, hasta llegar a los ancianos. El discurso ganador siempre será el amor, ¡es lo más lógico! ¡Salud! Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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