El COVID-19 no se ve. Lo llaman “enemigo invisible”. Ataca y se esfuma. Lo detectan sin agarrarlo. Se evapora para reproducirse y volver a atacar.
Es un “espíritu” malthusiano que juega a la escondida. Dudan donde nació. Si solo en China. Si en varios países a la vez.
Si en laboratorio, en granjas, en cuevas de murciélagos… o si en los más recónditos vericuetos de la selva maltratada.
Es de familia monárquica. Sus parientes pertenecen a una nobleza invisible, microscópica, etérea…Porta una corona de brillantes al estilo Reina Isabel.
No se la quita para invadir y matar cual conquistador español, invasor francés, inglés o belga en África, como gringo en Vietnam y Santo Domingo. Pero no se le puede ver.
Algunos dicen que fue enviado por un Dios parecido a Lucifer. Otros, que es un arma de la guerra biológica ya aplicada a pueblos insurrectos.
No faltan los incluso que se lo atribuyen a Bill Gates, al gran filántropo de la voracidad capitalista.
Todas curiosas sospechas no confirmadas. El misterio de lo aparentemente desconocido, de lo que sorprende y atemoriza, o se usa para meter miedo. Para que “panda el cúnico”.
Y no aparece Chapulín. Puede que esté agachado. No surge el anticovid. Apenas tanteos en laboratorios manipulados por mercaderes. Remedios que no remedian como es debido.
Competencias espurias y bloqueos de aquello que no está bajo control de los dueños del negocio.
Por eso -sin desistir del uso de la espada de la ciencia contra lo invisible, de enseñanzas útiles contra lo desconocido y creatividad de los pueblos contra vulnerabilidades impuestas-, con apertura de mente y corazón a favor de las pobrecías abusadas, quiero destacar lo que se ve en esta tierra querida. Visible hasta para invidentes.
Políticos en campaña sucia. Corrupción impune. Negociantes de la salud especulando. OMS y protocolos sanitarios controlados por Bill Gates y corporaciones farmacéuticas.
Obstrucción de tratamientos alternativos eficaces. Empobrecimiento y sufrimientos explosivos. Pero hay mucho más.
Un millón de trabajadores/as formales despedidos o suspendidos sin ingresos. Dos millones de “informales” gravemente afectados; agregados a desempleados y hacinados de antes.
Un asistencialismo precario ante necesidades agravadas: 16 mil millones de pesos mensuales para salud, alimentos y porciones de ingresos, cuando se requieren 58 mil millones solo para compensar salarios.
Todo por no tocar escandalosas ganancias de bancos y magnates, AFP, ARS, Barrick, Falcondo… fondos para comicios inservibles, deudas onerosas y fortunas corruptas. Y nos conminan a quedarnos en casa ¡Todo esto, coñazo, no es invisible!.
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