Por David R. Lorenzo
El uso de malas palabras, insultos y groserías en el periodismo de opinión es un fenómeno que gana espacio entre periodistas y oyentes y que va desplazando al periodismo bien pensado, bien argumentado y de calidad.
Esta indecente lexicología, que era propia de patarucos, gañanes y de otras personas con escasa formación intelectual, va también calando en aquellos profesionales que tienen preparación académica, ciertos grados de formación intelectual, fluidez verbal y hasta un buen vocabulario.
Estos últimos, están sacrificando el buen periodismo, por el hecho de montarse en la ola de los likes, de tener seguidores y ganar fama.
Es cada vez más frecuente ver a periodistas, locutores, comunicadores y usurpadores subir de tonos sus vocabularios y hasta gritar cuando están frente a un micrófono o una cámara de televisión a la hora de expresar sus opiniones.
Las razones son varias, y se pueden estudiar desde distintas disciplinas. La Primera, desde el punto de vista jurídico, se puede decir que se debe a falta de legislación o de leyes modernas que regulen la materia.
También, por inactividad, incompetencia o falta de voluntad para actuar por parte de los organismos competentes, como en el caso de la República Dominicana, la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos, que se rige por el obsoleto Reglamento 824. Asimismo, por la falta de sanción penal de los delitos cometidos, entre ellos, el ultraje, la difamación, la injuria y el atentado al honor y las buenas costumbres, entre otros.
Segundo, desde el punto de vista de la neurología, esta ciencia entiende que los periodistas, locutores, los llamados comunicadores o quienes sean que utilicen las groserías, berrinches y el pronunciamiento de palabras descompuestas llaman más la atención que los que verbalizan de forma educada y con profundidad conceptual.
Por eso ya es cotidiano escuchar a muchas de estas personas acompañar sus cóleras, con maldiciones y palabrotas, como “malparido, hijo de puta, desgraciado, tu maldita madre, cojonudo, “maricón”, cuero (prostituta), pendejo, chapiadora (mujer que busca hombres ricos), azaroso, ladronazo, delincuente, estúpido o asqueroso, entre otros, que lo ven como algo gracioso, pero en realidad es un nuevo tipo de agresión social, que incluso, puede dañar la moral del afectado y la sensibilidad de oyentes refinados.
En la República Dominicana, la palabra que está más en la boca de muchos y hasta en películas producidas en esta isla, es decir a todo pulmón “coño” o peor aún, “coñazo”, que en algunas naciones se refiere a la parte íntima de la mujer, pero aquí, es un vocablo malsonante y vulgar que más o menos quiere decir “carajo”.
Desde otro punto de vista, el de la neurociencia, la liberación de estas expresiones fuertes les provocan un placer emocional a quienes las utilizan, porque creen que nadie les escucha sino las sueltan por sus bocas, o que nadie le va a hacer caso. Además se sienten más hombres o más mujeres porque creen sentirse con poder.
Además, aumenta el ego y la arrogancia de casi todo el que habla por un medio de comunicación, porque cree que tiene licencia para decir todo lo que le dé la gana, criticar e insultar a todo el mundo y de estar por encima de cualquier autoridad y de la Ley.
Así las cosas, los escandalosos y pestilentes serán mejor recordados que los bien educados. Incluso, pueden llegar a tener más famas, ser más respetados, tener más éxitos y conseguir mayor cantidad de dinero.
Desde otro punto de vista, el de la ciencia de la comunicación, estos personajes procuran la fama a cualquier precio, y así como en matemáticas, la distancia más cortas entre dos puntos, es la recta que los une, la indecencia es el camino más rápido para alcanzar la fama, porque a la mayor parte de los oyentes se deleitan con ella, les gusta el circo y que ruede la sangre.
Esto nos explica por qué hay tantos analfabetos y legos que alcanzan el rango de los mal llamados “influencers” que abundan como la hierba mala en los medios de comunicación y en las plataformas tecnológicas.
Lamentablemente ese periodismo desbocado va destruyendo las buenas costumbres del pasado, y de tanto repetirse, está siendo aceptado como bueno y como algo normal, y no es más que otra forma de violencia social.
A pesar de todo, creemos que el buen periodismo debe resistir hasta donde sea posible, y se debe seguir enseñando que las expresiones indecorosas, los insultos, gritos y alaridos no forman parte del manual de un buen periodismo.
Pero sobre todo, se debe tener bien claro, que de la boca del buen periodista, ninguna palabra corrompida puede salir, sino aquellas que sean buenas, que edifiquen y añadan sabiduría.
(El autor es periodista y abogado residente en la República Dominicana).