(A los amigos de verdad)
El breve relato, que me envió a través del celular mi padre adoptivo, Cesar Ruiz, inspira este largamente deseado «latido».
«Sabía que ibas a venir», así se titula la anécdota, que dejaré para el final… me hizo llorar.
Vivir la vida del otro es un absurdo. Si la de uno es casi una carga, cargar la de otro sería imposible. Inmiscuirse en los asuntos personales, así sea con intenciones buenas, molestan ya que somos seres diseñados individualmente.
Socializamos en busca de no caer en la soledad ya que no todos tenemos la capacidad de vivir con uno mismo…
En esa cascada de relaciones se van forjando una que otra relación afectiva y nos vamos «involucrando» más con unos que con otros. De allí surge lo que de niños solemos afirmar «mi mejor amigo»…
La realidad es que sí, a través de nuestra historia irán apareciendo «esos» amigos entrañables, los que estarán dispuesto a «morir» por ti si fuera necesario, pero, «eso» solo se dará «asegún» la etapa por la que vayamos.
Si estamos en la infancia, solo sentiremos afectos y complicidades nada comprometedoras. Cuando llegamos a la adolescencia, de 10 a 20 más o menos, nos sentimos «súper héroes» y dispuestos a dar la pelea por nuestros amigos.
Ya de adultos, los afanes de la vida nos van obligando a sentar cabeza y nos lanzamos en una aventura donde los amigos se van quedando atrás o bien se enrumban por sus propios caminos.
Iremos haciendo y deshaciendo sueños. Los nuevos «mejores amigos» que llegarán no serán tan «arriesgados» como los dejados atrás. Ni estarán dispuestos «a morir contigo».
Con extrañas excepciones, aparecerá uno que otro loco, que «deje de comer» para que tu comas. Que deje su comodidad para reconfortarte a ti. Ya no se encontrará muy fácil, el amigo que comparta el «chimichurri» por la mitad para que el hambre sea más leve.
Con el tiempo, hasta «aquellos» amigos que daban todo por ti, dejarán de llamarte. Algunos se harán ricos y si se enteran que estás jodido…no te tomarán la llamada.
Con el tiempo, te darás cuenta que de aquel grupo de veinte o treinta tigres que andaban a tu lado y por los que estuviste dispuesto en dar tu vida…ya no les importas.
Saben cómo localizarte, saben en dónde estás, pero no les importas porque «esa vida pasada» no es la vida presente.
La realidad es distinta y cada uno hizo lo suyo y se disolvió como el viento.
Sin embargo, siempre queda uno pululando por ahí, siempre hay uno que se alegra si lo llamas, que te busca si sabes que regresaste al pueblo o al barrio.
Son aquellos que siempre se acuerdan de ti y te llaman o envían mensajes cada dos meses o te joden diariamente con mensajes de cualquier pendejada.
Los que un día te regalan un pedazo de la tierra que compraron, como hizo Orlando Reyes, dejando a todos preguntándose ¿!coño! y eso? Si, la gente se sorprende con estos detalles. Y es que estamos acostumbrados a compartir lo nuestro, solo, con «los nuestros»…
El egoísmo no es conocido cuando la amistad trasciende las fronteras. Uno debe ser generoso con todos los que nos han dado su amor, su lealtad, su sinceridad…muchas veces la familia carece de esto y sin embargo los recompensamos…
Esos amigos, que el tiempo no pudo quitarte bajo ninguna circunstancia, ni sus hijos, o sus mujeres u hombres. Que verdaderamente se preocupan por tu salud, por tu situación económica o mental.
No podrán vivir tu vida, porque como ya dije al principio, es muy pesada, pero sí se preocuparán porque la tengas en buen estado, colaborando bien sea física o emocionalmente de acuerdo a sus circunstancias.
Esos amigos, que nos enseñan la fraternidad inquebrantable a través del tiempo, son los que nos hacen soñar, en esta breve vida, que una vez, alcanzada la muerte, «quizás» habrá un amigo, que vendrá por nosotros.
«Cuenta una vez, terminada la batalla, un soldado le pidió permiso al capitán para ir a buscar a su amigo que había quedado rezagado en el campo de batalla. El capitán le dijo que no, ya que su amigo seguro estaba muerto. Sin embargo, el soldado desobedeció la orden y fue a buscarlo. Regresó con él, muerto y cargándolo en sus brazos. Cuando el capitán vio aquello, solo atinó a decir ¡te lo dije!. Fue inútil que fueras por él. El soldado le respondió; se equivoca capitán, cuando llegué todavía estaba con vida y alcanzó a decirme: ¡sabía que ibas a venir!.
Dedicado a esos amigos que me llaman en las buenas y se aparecen en las malas. ¡Salud!, Mínimo Caminero.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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