Permítame contarle un recuerdo de mi infancia pueblerina, que se adhirió a mi conciencia para siempre. Alguna vez un compueblano dijo en presencia de mi padre que uno de sus yernos tenía con él una deuda monetaria, sin que diera muestras de querer saldarla. Era deuda de menor cuantía, pero deuda al fin.
Esto ocurría al frente de mi casa paterna, en el apacible Miches de los años 70, donde solían concurrir muchos hombres a charlar. De pronto, mi padre entró a la vivienda, fue al escondite donde guardaba su clavito, y regresando al punto de reunión, entregó al hombre el valor que adeudaba el esposo de mi hermana.
Es que los hombres de vergüenza sienten en lo íntimo las fallas de su familia. Todo quien se respete sufre tener una hija prostituta o un hijo ladrón. Son verdaderas desgracias familiares. Individuos tramposos o estafadores provocan que sus progenitores se esfuercen en desligarse de sus acciones y así disminuir la afrenta.
Tales aclaraciones laceran al padre de ese hijo pródigo de impudicias. Pero, no solo hijos, el hombre íntegro no soportará tener hermanos o amigos de comprobada conducta impropia. Y para tapar las faltas de aquellos saldan deudas, ofrecen disculpas y a veces se lamentan de que “los hijos no siempre salen a los padres”.
Estar donde no lo han invitado, consumir en bares o restaurantes sin pagar el costo, así como permitir que su palabra se incumpla, son actos inaceptables para la persona de pudor. En los pueblos, como en los barrios citadinos, se tiene fichados a los hombres que comparten en los bares y a la hora de la cuenta no responden.
El hombre sensato siente apuros hasta de los actos de personas ajenas a su entorno. Quien no honra sus compromisos, quien defrauda a su familia o quien vulnera normas de convivencia social puede ser considerado un desvergonzado o sinvergüenza. “Para mí, ese no vale una guayaba podrida”, suele decirse.
¿Cómo puede un hombre proclamar que no se avergonzará de que sus hermanos, amigos y compañeros estén involucrados en actos dolosos “del tamaño del pico Duarte”? Quien no se avergüenza de las tropelías de sus relacionados carece de pudor. Nunca es de fiar la persona sin pudor, pues no teme a la ley ni a la censura.
El expresidente Medina ha declarado que nadie lo avergonzará por las acciones del Gobierno del PLD. Todos sabemos de lo repugnante de esas acciones. La gente suele juzgar a este tipo de persona con una alegoría repleta de sentido: “La vergüenza de ese hombre era verde y se la comieron los burros”.
rafaelperaltar@gmail.co
(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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