Por José Francisco Peña Guaba
Reflexiones en el Cambio #6
En esta entrega voy a tratar un tema espinoso que, ante su delicadeza, nadie se ha atrevido a escribir sobre él con absoluta sinceridad. Lo hago sobre todo porque soy parte de la clase política, si bien entiendo que se cuestionará mi criterio y hasta mi objetividad.
El pueblo está convencido que la más corrupta del país es la clase política. Pudiera decirse que aquí se aplica muy bien una frase atribuida a Gobbels, aquella de que «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad.» En este caso, frase repetida millones de veces, hasta que para la mayoría, todos los problemas del país y todo el dinero robado es únicamente por culpa de los políticos de oficio. Por lo menos en cuanto concierne al imaginario popular, «los más ricos del país son los políticos».
Este artículo no pretende excluirnos de nuestras responsabilidades, mucho menos exculparnos. Ahora, si bien tenemos faltas, son sólo en parte. De hecho, la mayor cuota de responsabilidad de los quienes integramos el sistema de partidos es que nunca nos hemos defendido, ni siquiera para conservar un mínimo de honor. Nunca hemos aclarado nada. Con esto, acepto que bien ganado nos tenemos los dirigentes políticos lo mal que se piensa o se piense de nosotros, por callados y permisivos.
Como referí en un artículo anterior, la corrupción es sistémica. ¿Cuál funcionario no ha cometido una «indelicadeza»? ¿Quién no ha pedido que se nombren a compañeros para «pagar deudas de campaña»? ¿Cuántos no han «autorizado» retribuciones a financiadores de procesos electorales?
Sería irrealista pensar que la búsqueda del poder es un acto de renunciamiento o de filantropía. En países como los nuestros quien se dedica a este ingrato oficio siempre espera ser tomado en cuenta. Quienes invierten dinero en la política lo hacen en el entendido de que sus aportes serán retribuidos y con intereses.
La mayor parte de los recursos de la corrupción se quedan en el círculo vicioso de la propia política, en la búsqueda o el mantenimiento del poder; en pagar las costosísimas campañas electorales que celebramos, que exigen multi-millonarias inversiones, al punto de que en muchos casos, como ocurre con las candidatura congresuales, son un dolor de cabeza porque como no administran recursos no tienen forma alguna de ayudar a nadie y los ganadores afrontan mil dificultades hasta para sobrellevar el día a día. Por eso la casi totalidad de nuestros congresistas tienen que tomar prestada la totalidad de su salario de los 4 años desde que se expiden las certificaciones que los acreditan como tales, para poder pagar deudas o para devolver favores, de manera que se pasan 4 años, todo transcurso de su gestión, sin cobrar o cobrando el mínimo.
Conozco a la casi totalidad del liderazgo de la clase política, miembros de las organizaciones partidarias reconocidas y no reconocidas por la JCE. Les puedo decir, sin temor a equivocarme, que la amplísima mayoría no tiene patrimonios importantes y, por cierto, algunos no tienen absolutamente ninguno.
El país está convencido de que somos nosotros los beneficiarios de todas las compras, de todos los contratos, de la gran mayoría de obras y de las concesiones del Estado. ¡Nada más falso! Si de algo todos deben acusarnos es de que hemos sido tontos útiles, que hemos dado cabida a nuestro desprestigio para beneficiar a otros, quedando nuestros nombres en el fango de la inmoralidad. Hablo claro, de la mayoría, porque pueden existir excepciones, pero créanlo son muy pocas.
Es necesario definir qué es un dirigente político, especialmente para diferenciarlo de los miles de «enganchados» que nunca hicieron militancia partidaria en ninguna organización. Es importantísimo subrayar que ahora hasta las «amigos, novias o conocidos» resulta que son supuestos «cuadros políticos.»
Este país ha contado con gente honorable en este difícil oficio, que han estado en el pináculo del poder. Presidentes como Don Antonio Guzmán, de una honestidad acrisolada, Salvador Jorge Blanco –que permitió que lo asociaran con amigos que se aprovecharon de su buena fe a pesar de que siempre fue un hombre correcto e incluso austero, toda su vida–; como Hipólito Mejía, cuya humildad y límpida conducta personal es su mejor pasaporte y, por qué no decirlo, del propio Dr. Joaquín Balaguer –de quien sus contradictores nos quedamos esperando que aparecieran los cientos o miles de millones de la supuesta herencia que dejaría. Pasado el tiempo se demostró en los hechos que no existió fortuna alguna–. También es el caso de mi amigo Leonel Fernández, a quien muchos creen poseedor de grandiosos recursos y que, cuando desaparezca de esta tierra, que ojalá sea dentro de muchísimos años, lo único de valor real que encontrarán es lo que se ha invertido en FUNGLODE, una organización sin fines de lucro con marcado mérito educativo, internacionalmente reconocida, un verdadero faro de luz y centro del pensamiento político, jurídico y social latinoamericano que ha procreado algunos de los más brillantes profesionales de la actualidad.
De que algunos de estos fueron muy permisivos no cabe la menor duda, porque aceptaron que se hicieran inmensamente ricos algunos oportunistas, que lo primero que hicieron al salir del Palacio Nacional fue darles la espalda a ellos mismos. Mejor no citar en detalle los casos de varios de esos desagradecidos.
En nuestra media isla hay 27 Partidos reconocidos. Son apenas dos o tres los Presidentes de esas organizaciones que cuentan con un patrimonio importante… pero se trata de herencias o resultado de sus actividades comerciales privadas, como son el caso de los honestos y exitosos empresarios Ismael Reyes, Emilio Rivas y Maritza Ortiz.
El Miguel Vargas que conozco es el mismo que fue el tesorero de la campaña de mi padre, hijo de un hombre trabajador que con mucho esfuerzo logró su posición económica y sé que ha sido un desarrollador inmobiliario de éxito, que al contrario de lo que se piensa, ha invertido en la actividad política gran parte de su patrimonio privado.
¿Qué fortunas tienen Luis Acosta, Pedro Corporán, Elías Wessin Chávez, Nelson Didiez? Entre muchos otros que han dedicado toda su vida al ejercicio de esta ingrata actividad.
Es precisamente en los Partidos donde están los hombres más serios del país, profesionales honorables como lo son Guillermo Moreno, Pelegrín Castillo, Max Puig, Elexido de Paula y Eduardo Estrella.
Los grandes beneficiados del carnaval de la mega corrupción no son los políticos sino los empresarios, los inversionistas de campaña, los oportunistas que se dedican al lobismo gubernamental. Son los amigos de los funcionarios, que nunca hicieron vida partidaria pero que de repente son puestos al frente de departamentos con delicadas funciones, como financieros, administrativos o compras, puestos en los que no se ponen políticos sino familiares y amigos que las más de las veces se aprovechan de eso lazos de consanguineidad o amistad para agenciarse pingües beneficios.
La lista de beneficiarios que asaltan el erario nacional no termina, que va. Hay que agregar los compadres y las amantes, que en su inmensa mayoría tampoco hicieron vida política previa, sino que producto de su cercanía con individuos de poder y realizando prácticas non sanctas y punibles, terminan haciéndose ricos y desprestigiando a todos con sus gravísimas inconductas.
Conozco ciudadanos que obtuvieron miles de millones de pesos en obras. Y son individuos que de políticos tienen lo que yo tengo de astronauta.
Hay todo un entramado de la canchanchanería que se hace dueña de todo, que lo suple todo y que lo construye todo. Estoy segurísimo que el 90 % de la dirigencia partidaria nunca ha visto ni siquiera una contrata de obra.
Solo tienen que fijarse los nombres y los niveles de vinculación política de quienes representan las mega fortunas de que se habla en la calle y rápidamente se darán cuenta de que no son políticos, mucho menos de larga data, ni tuvieron ni tienen responsabilidad partidaria real, más bien son los «enganchados» que se dicen ser «promotores de campaña» solo para recibir y mientras reciben los grandes favores gubernamentales.
Este desprestigio galopante de la clase política terminará por hundir el sistema de partidos, pero serán otros, pseudo líderes de la sociedad civil, quienes se erigirán como «salvadores» de la nación. Lo que estoy diciendo es que algunos representantes de la misma, que han llegado a ser parte del Poder en sus más altos niveles, de esos la mayoría lo que van a los cargos es a defender intereses económicos particulares y de las clases dominantes, no de los partidos.
La mayoría de la dirigencia partidaria somos, como peyorativamente se refiere a nosotros la mayoría de la ciudadanía, «un grupo de chimichurris» frente a las fortunas de los «arribistas» que, a través de loas y elogios desmesurados, cómo buenos cabilderos logran penetrar el Poder para hacerse de influencias que siempre usan en el aprovechamiento personal, y todo bastante rápido, ante lo efímero del cuatrienio que dura una gestión.
Por lo general los «oportunistas» se hacen buenos lobbistas y excelentes socios, intermediarios o comisionistas del empresariado, sector que al final, siempre será el gran beneficiado de la corrupción. Ambos tienen una misma naturaleza, su único sentido de existir y de relacionarse es agenciarse recursos para disfrute propio. Por el contrario, cuando los políticos consiguen algo en la cadena de la solidaridad, del chapeo o del dao dejan hasta el 90% de lo conseguido.
De la más acendrada honestidad tenemos en el País dos ejemplos: Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, tan sectariamente honrados que para que ambos tuvieran casa propia, entre todos sus amigos tuvieron que regalárselas.
Cargar con el peso de todo lo robado en esta media isla es muy gravoso, particularmente mientras la amplísima mayoría de la dirigencia partidaria vive en tremenda escasez. No hay razón para tener que aceptar que se nos endilgue ser los mayores defraudadores de las finanzas públicas sin ser cierto.
Mientras, pasando por ciudadanos comunes, la mayoría en el anonimato, algunos disfrutan sus multimillonarias fortunas, se pasean por las grandes ciudades del mundo, se ocultan en sus lujosas villas y andan en costosísimos vehículos deportivos, ellos, sus hijas y queridas.
No quieren que se les mencionen. Quieren siempre pasar desapercibidos, solo a uno que otro le gusta la «vida de pasarela», pero tienen asegurada la buena vida hasta sus más lejanas descendencias, con la ventaja de que, como tienen recursos a borbotones, siguen invirtiendo en política, sobre todo aquellos que ven posibilidad de llegar a la mansión de la Dr. Báez. Su conducta amorfa les permite ser «colchón» que flota en todas las aguas.
El título de este artículo infiere que es cierto, hay una mega corrupción que drena los impuestos pagados por los ciudadanos. Es verdad que los políticos tenemos la gran culpa de lo que ha sucedido y sucede, cómo es verdad que hemos apañado todo este carrusel de inconductas. Pero lo que sí es un millón de veces mentira es que nosotros, los políticos de oficio, seamos los dueños de todo lo que aquí se ha robado al Estado. ¡Ni por asomo! No obstante, lo que sí es real es que en la mente del pueblo esa gran mentira se ha convertido en una injusta verdad.
(El autor es dirigente político residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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