Roberto Valenzuela
En estos días escuché a uno de mis analistas favoritos, el distinguido periodista J.C. Malone diciendo que en Estados Unidos abunda mucho la frase que en esa nación «es más fácil comprar un arma que una aspirina». Probablemente le pidan una receta para comprar el medicamento más común, pero para el arma, sin importar el calibre, no le van a pedir nada.
El vendedor de armas lo único que va a contactar es si el joven cumplió los 18 años y la persona se lleva el artefacto de matar. Ya que las armas no tienen ninguna otra función que no sea matar, matar, dañar, herir. Si alguien conoce otra función de las armas, que nos explique.
Recordemos el último caso de la matanza de 19 niños y dos profesores en Texas. El sueño del autor de la masacre, Salvador Ramos, era cumplir 18 años para ir a comprar las armas (un rifle de asalto y una pistola) con la que ejecutó la matanza.
El periodista Malone explica que en USA hay una incongruencia, ya que a los 18 años el joven puede comprar el arma que desee, pero no le venden bebidas alcohólicas porque no ha alcanzado la mayoría de edad de 21 años.
La utopía
Bueno, la historia se repite y se repite: cada vez que hay una matanza siempre el Presidente de turno y algunos sectores de la opinión pública hablan de controlar la venta de armas.
Pero el restringir el mercado de las armas es una utopía por dos razones y no se sabe cuál es más invencible. Uno es que los fabricantes y comerciantes de armas son un sector poderoso.
El otro elemento es que el adquirir un arma de forma fácil está en la psiquis del ciudadano norteamericano: es parte de su idiosincrasia, de su cultura desde que se forjó como una nación independiente.
Cuando las 13 colonias inglesas, el 4 de julio de 1776, proclaman su independencia, establecieron una política o estrategia de defensa ciudadana a la recién creada república. Se basaba en que los ciudadanos puedan conseguir armas fácilmente para defender el nuevo país de un ataque de los ingleses.
En caso contrario, también con esas armas podrían enfrentar a cualquier gobernante que quisiera convertirse en tirano y dañar el sistema democrático.
Es noble reconocer la proeza del pueblo norteamericano, conducido por el hazañoso general George Washington y demás padres fundadores de la primera república moderna. Comenzaron con 13 colonias inglesas y hoy son 50 estados más Puerto Rico y otros territorios esparcidos por el mundo.
Y desde su fundación, hasta el día de hoy su sistema democrático no se ha interrumpido, aunque proliferan las armas y a cada rato hay una matanza de inocentes.
Libertad de culto
Mientras Europa vivía su etapa más oscura de persecución por religión, las nuevas colonias inglesas en América tuvieron la visión de fundar una nación en base a los principios democráticos y la libertad de cultos. Su nobleza estriba en que eran de mayoría perseguidos protestantes, pero olvidaron los resentimientos religiosos.
En base al sacrificio y trabajo honrado de su gente, han creado uno de los más grandes imperios de la historia de la humanidad.
Hacemos este preámbulo para señalar que ese inocente ciudadano, que vive inmerso en su quehacer diario; y que no se mete en política, no merece vivir el desasosiego de un atentado. O que un desequilibrado (por la razón que sea) provoque un tiroteo, que ponga explosivos en una discoteca, una escuela, iglesia, aeropuerto, un maratón, una guardería.
Desde Santo Domingo oramos, nos solidarizamos por tantas escenas de horror y lloramos con la sociedad norteamericana, la misma que da cobijo a tantos inmigrantes dominicanos; además de ser nuestro principal socio comercial.
Ojalá encuentren una solución definitiva al complejo y tan debatido problema de la proliferación de las armas.
rovertbalenzuela@gmail.com
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