Por Rosa Die Alcolea/
Redacción (Zenit).- “¿Cómo podemos restaurar una relación armoniosa con la Tierra y el resto de la humanidad?” pregunta, perseverante, el Papa Francisco.
“Como la trágica pandemia de coronavirus nos está demostrando”, ha indicado, “solo juntos y haciéndonos cargo de los más débiles podemos vencer los desafíos globales”.
La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar en la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano, a las 9:30 horas en Roma, y ha tratado sobre un tema especial: La 50ª Jornada Mundial de la Tierra (Earth Day), que se celebra hoy, coincidiendo además con el 5º aniversario de su carta encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la Casa Común (Gen 2,8-9.15).
“Necesitamos una nueva forma de ver nuestra casa común”, asegura el Papa. “Entendámonos: la Tierra no es un depósito de recursos para ser explotados”.
Así, Francisco ha advertido que “por egoísmo hemos fallado en nuestra responsabilidad como custodios y administradores de la Tierra”, en el marco del Día Mundial dedicado a la Tierra, nuestra Casa Común.
En esta línea, llama a todos los hermanos en este tiempo pascual de renovación, a comprometerse “a amar y apreciar el magnífico regalo de la Tierra, nuestra casa común, y a cuidar de todos los miembros de la familia humana”.
Después de resumir su meditación en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado a los fieles. La audiencia general ha terminado con el rezo del Pater Noster y la bendición apostólica.
Aquí ofrecemos la catequesis del Santo Padre completa:
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:
Hoy celebramos la 50ª Jornada mundial de la Tierra, Es una oportunidad para renovar nuestro compromiso de amar nuestra casa común y de cuidarla junto con los miembros más débiles de nuestra familia.
Como la trágica pandemia de coronavirus nos está demostrando, sólo juntos y haciéndonos cargo de los más débiles podemos vencer los desafíos globales. La carta encíclica Laudato si’ tiene precisamente este subtítulo: “sobre el cuidado de nuestra casa común”.
Hoy reflexionaremos juntos sobre esta responsabilidad que caracteriza “nuestro paso por esta tierra” (LS, 160). Tenemos que crecer en la conciencia del cuidado de nuestra casa común.
Estamos hechos de materia terrestre, y los frutos de la tierra sostienen nuestra vida. Pero, como nos recuerda el Libro del Génesis, no somos simplemente «terrestres”: también llevamos dentro de nosotros el soplo vital que viene de Dios (cf. Gn 2:4-7).
Vivimos, pues, en la casa común como una familia humana y en la biodiversidad con las otras criaturas de Dios.
Como imago Dei, imagen de Dios, estamos llamados a cuidar y respetar a todas las criaturas y a nutrir amor y compasión por nuestros hermanos y hermanas, especialmente por los más débiles, a imitación del amor de Dios por nosotros, manifestado en su Hijo Jesús, que se hizo hombre para compartir con nosotros esta situación y salvarnos.
Por egoísmo hemos fallado en nuestra responsabilidad como custodios y administradores de la Tierra. “Basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común” (ibíd., 61).
La hemos contaminado y saqueado, poniendo en peligro nuestra misma vida. Por eso, se han formado varios movimientos internacionales y locales para despertar las conciencias.
Aprecio sinceramente estas iniciativas, y todavía será necesario que nuestros niños salgan a las calles para enseñarnos lo que es obvio, es decir, que no hay futuro para nosotros si destruimos el medio ambiente que nos sostiene.
Hemos fallado en custodiar la Tierra, nuestra casa jardín, y en custodiar a nuestros hermanos. Hemos pecado contra la Tierra, contra nuestro prójimo y, en fin, contra el Creador, el Padre bueno que provee a cada uno y quiere que vivamos juntos en comunión y prosperidad.
¿Y cómo reacciona la Tierra? Hay un dicho español, que es muy claro, al respecto y dice así: “Dios perdona siempre, nosotros, los hombres algunas veces perdonamos, otras no; la tierra no perdona nunca”. La Tierra no perdona, si nosotros hemos deteriorado la Tierra, la respuesta será muy contundente.
Queridos hermanos y hermanas, “despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros”. (Exhortación ap. postsin. Querida Amazonia, 56). La profecía de la contemplación es algo que aprendemos sobre todo de los pueblos originarios, que nos enseñan que no podemos cuidar de la tierra si no la amamos y la respetamos. Ellos tienen la sabiduría del “bien vivir”, no en el sentido de pasárselo bien, no: sino del vivir en armonía con la tierra. Ellos llaman “el bien vivir” a esta armonía.
Al mismo tiempo, necesitamos una conversión ecológica que se exprese en acciones concretas. Como una familia única e interdependiente, necesitamos un plan compartido para evitar las amenazas contra nuestra casa común.
«La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común» (LS, 164). Somos conscientes de la importancia de trabajar juntos como comunidad internacional para la protección de nuestra casa común.
Exhorto a cuantos ostentan la autoridad a liderar el proceso que conducirá a dos conferencias internacionales muy importantes: la COP15 sobre la Biodiversidad en Kunming (China) y la COP26 sobre el Cambio Climático en Glasgow (Reino Unido). Estas dos citas son importantísimas.
Me gustaría alentar a organizar acciones concertada también a nivel nacional como local. Es bueno converger desde todas las condiciones sociales y dar vida también a un movimiento popular “desde abajo”.
Así nació la Jornada Mundial de la Tierra, que celebramos hoy. Cada uno de nosotros puede dar su pequeña aportación: “No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se puede constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente” (LS, 212).
En este tiempo pascual de renovación, comprometámonos a amar y apreciar el magnífico regalo de la Tierra, nuestra casa común, y a cuidar de todos los miembros de la familia humana. Como hermanos y hermanas que somos imploremos juntos a nuestro Padre celestial: “Envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra” (cf. Sal 104,30).
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