Al final, uno saca un papel y un lápiz y se sienta tranquilo en un lugar solitario y alejado de ruidos.
Conversa con su soledad y a ella acude acompañada de la memoria…la que queda, la más persistente y posiblemente la necesaria.
Se olvidaron momentos estériles que solo nos hicieron temblar el corazón por instantes.
Se borraron muchas angustias que solo llegaron para llenar el vaso de la vida y su templanza.
Al final, uno solo logra ver atrás lo que en verdad el Universo puntualizó como una lección necesaria.
Como si una niebla ocultara el grosor de la vida vivida.
De la “pensada” vivida.
Hay un sueño que cae estrepitoso y otro que fue soñado.
La arena dibuja discreta reflejos de la aurora y se parte en millones de espejos.
La mirada se funde en algún punto del cielo, no hay explicaciones, por lo menos hasta ahora.
Y uno vuelve a intentarlo y subraya una línea, dudando de lo escrito. Busca pensativo la ayuda del bosque y se distrae entre sus brazos.
Retoma el lápiz y borra. No brota aun el alma, que espera paciente que la llave encaje en el despertar de su sueño.
Parece un final sin final. Un sueño despierto, una madrugada que no despierta, un atardecer que no cae, una noche de blanca oscuridad.
Y ese derroche de eventos que de repente pasan como en pasarela. Sin detenerse, sin juzgarnos ni justificarse.
Las caras de mis sueños, las calles olvidadas, los momentos confundidos, los adioses y sus dolores.
Pasa también el silencio que me grita desesperado. Las lunas de aquellas noches, pasan ecos de pasos…muchos pasos.
¡Miradas! muchas miradas que no miran, que se pierden detrás de mí y continúan mirando un pasado que hace presente infinitas veces.
El carrusel se ha detenido y entre las sombras cientos de manos que me llaman. Que me exigen y reclaman. Solo una parece discretamente compadecerme.
Pero no eras tú, ni aquel, ni el otro. Ni nadie a quien tanto ayudé. Ni siquiera los que agradecieron en su momento.
La verdad intenta engañarse, se sonríe, pero anda desnuda y no puede evitar que la vea.
Es la mano de un corazón muy puro, un corazón que se llama así mismo y se quiere.
Reconozco mi mano entre tantas manos…la mano que me llama.
Hay envidias en ese letargo de pasiones. Sentimientos que se rompen para volver a construirse. Nadie puede escapar a su polaridad, a su correspondencia, a su ritmo.
Las causas quedaron sin efectos. Se vaciaron cual balde de agua lanzado a los abismos. Llegarán imperceptibles esas gotas, harán falta muchas para alcanzar el rocío.
Al final no escribo nada. Comprendo o intento comprender que todo es un todo que anda en un todo que en realidad es un uno.
¿Cómo escribir lo que ya está escrito?. La página queda en blanco mientras ella misma se lee.
Estoy a expensas del ritmo y la armonía. Soy un género que se sitúa en ambas partes. Tanto arriba, como abajo.
Devuelvo mis pasos vacíos hacia el ruido dejando la soledad cada vez más sola. Ya ni siquiera tiene memoria que le insinúe un gesto.
Me distrae el trotar de cinco perros blancos, presurosos, juveniles. Me provoca irme con ellos a hurgar entre la basura y el fango.
Miro mis manos y me sorprendo. Por primera vez me pregunto ¿quién y para que me las dio?. Parecen ser la suma de todas las cosas.
Retomo el lápiz y el papel, esperando la respuesta. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
massmaximo@hotmail.com
Comentarios sobre post