La sabiduría difiere del conocimiento que resulta de acumular información o de manejar técnicas para el desempeño de un trabajo. Tampoco consiste en el manejo de mañas o artilugios para alcanzar el éxito y los bienes materiales. La sabiduría a la que me refiero parte de un sentido más empírico o quizá intuitivo.
Es un tipo de inteligencia y agudeza del entendimiento, constituida a partir de vivencias, que permiten a las personas encontrar respuestas oportunas ante situaciones diversas, e incluso les sirven como prontuario que orienta sus acciones para la vida en sociedad.
Ese conceptualizar se expresa a través de refranes, adagios, sentencias, proverbios y máximas, unidades lingüísticas que guardan en común la condición de que rezuman un saber consolidado por la experiencia y se agrupan en el nombre genérico de paremia.
Representan un filón fundamental de nuestra identidad porque acumulan una suma de experiencias que constituyen lo que llamamos sabiduría popular. Las paremias tienen sus raíces en la tradición, sobre todo de los más antiguos pueblos del mundo, como judío, griego y árabes.
A propósito de una declaración del candidato presidencial Leonel Fernández, he observado las respuestas y comentarios de los lectores de un diario digital y eso mueve a compasión. El doctor Fernández acusó al Gobierno y al PRM de “cambiar el sistema democrático por la dinerocracia”. Le recordaron una ristra de acciones dolosas durante los 20 años que gobernó su partido.
De las paremias mencionadas quiero traer el concepto de sentencia: Advierte lo que las cosas deben ser, por lo cual es norma o patrón que ampara una determinación. Un ejemplo es: “Delante de ahorcado no se debe mencionar el lazo”. No hablar de soga en presencia del ahorcado es expresión simbólica que encierra lección de prudencia.
Esa sentencia es muy antigua, ya la hemos fichado en “Don Quijote de la Mancha”, de Miguel de Cervantes. Ante la insistencia de don Quijote de enviar una carta a Dulcinea, para exaltar la belleza como lo hicieron otros galanes con sus pretendidas, según se cuenta en el capítulo 25 de la primera parte, Sancho respondió lo siguiente:
-Digo que en todo tiene vuestra merced razón -respondió Sancho- y que yo soy un asno. Más no sé para qué nombro asno en mi boca, pues no sea de mentar la soga en casa del ahorcado. Pero venga la carta, y adiós que mudo”. (pág. 245, edición IV Centenario). En el caso de Fernández, es paradójico que sea el ahorcado quien hable de soga. No le conviene.
rafaelperaltar@gmail.com
(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).