Reflexiones en transición #5
Sé que muchos se preguntarán porqué defiendo causas ajenas, porqué asumo la defensa de los partidos, de sus líderes, porqué estoy con Leonel o las razones por las que mantengo una buena relación con los Castillo. Asimismo, es frecuente que me pregunten porqué fui aliado del PLD, porqué he defendido a Miguel en el PRD o a Quique en el PRSC y porqué, estando en posiciones en el gobierno, le serví a miles de perredeístas sin nunca pedirles apoyo, ni un voto.
La respuesta es fácil: en mí no existe el odio ni las malquerencias. Hago lo que hago solo por el compromiso de vida que tengo con mis orígenes. En eso yo vivo a la sombra de mi Padre, hombre bueno en toda la extensión de la palabra. Tan noble era que hasta ingenuo resultó ser este líder, un gran ser humano profundamente sensible y siempre en defensa de lo justo, el rasgo que más admiramos los que tuvimos el privilegio de esta cerca de él.
Hay afectos que se heredan, como el de mi padre con Don Federico Antún, padre de Quique. Igualmente sintió enorme y sincero afecto por Miguel Vargas, si bien puedo decir, y no se sorprenda nadie por esto, que mi padre estimó profundamente a tres seres de quienes ni siquiera las diferencias políticas pudo hacer mella en sus buenos sentimientos: su compadre y mentor Juan Bosch, su íntimo amigo Jacobo Majluta y Winston Arnaud, a quien quiso como un hermano menor. Ese era mi Padre, un alma noble sin importar cuán profundas fueran las diferencias que tuviera, en lo político, con otras personas.
Sin embargo, mi padre murió con tres espinas clavadas en el corazón. La primera de ella es que él entendió que debió haber hecho que su hermano Jacobo Majluta debió haberlo hecho Presidente. Me confesó que de todos los que fueron candidatos presidenciales por el PRD, quien más se lo merecía era Jacobo. Entendió que nunca debió traer el mecanismo de las tendencias desde Europa, puesto que, en vez de favorecer el crecimiento sano del partido, terminaron destruyéndolo.
Lo lastimaba mucho no haber podido ayudar a Hatuey Decamps a ser presidente, porque, según decía regularmente, Hatuey tenía todas las condiciones, el talento y la firmeza ideológica requeridas, aunque lamentablemente nunca tuvo la popularidad, debido a que tras su paso por el gobierno de Jorge Blanco perdió en parte el afecto de las bases.
Mi padre amaba su partido más que su propia vida, sin dejar de reconocer la proclividad perredeista a la división y al enfrentamiento interno permanente, que a la postre daría sepultura a ese proyecto, al que le dedicó la mayor parte de su existencia.
La política no se puede ejercer sobre la base de odiar a los contrarios, ni de hacerle daño a otros sólo porque se conviertan en nuestros contradictores. Si la amistad y el aprecio se basarán únicamente cuando haya unidad de criterios, entonces ni con nuestros hijos y esposas llevaríamos buenas relaciones. Es simple, todos tenemos derecho a pensar y a actuar diferentes. Eso es lo primero que un político debe aceptar y entender.
Todos tenemos el derecho de equivocarnos. Como dice el refrán, “nadie piensa con cabeza ajena”, de donde ha quedado como axioma que “uno acierta y se equivoca con su propia cabeza”.
Así las cosas, resulta necesario entender a los demás y respetar sus posiciones, aunque no estemos de acuerdo con ellas. Sé que en el gobierno actual y, penosamente también en el que viene, hay mucho de eso, de intolerancia, de incomprensión y de sectarismo la mayoría de las veces contra quienes, por una u otra razón, no los apoyamos. Lo que se ha perdido es la razonabilidad, la falta de entendimiento de que no todos traicionamos las causas que abrazamos.
He aprendido en todos estos años a reconocer cosas buenas en todos, de manera que pese a estar en un lado defendiendo a una posición, eso no es óbice para aceptar lo que es beneficioso para el país, realzar lo que de bueno tengan las acciones que tomaron y tomarán nuestros presidentes.
Hipólito, Leonel, Danilo y ahora también Luis tienen sus luces, muchas más que sus sombras. Por eso los aprecio a todos, sin desmedro de mi vinculación política con Leonel.
Quien no estima a Hipólito es que simplemente no lo conoce. Es auténtico, bonachón y servicial, de manera que a quien no le puede hacer un bien, no le hace un mal.
Leonel es, en mi opinión, un hombre de condiciones admirables, fiel a lo que piensa, amigo de los amigos y comprometido con las posiciones que defiende.
Danilo es llano, sabe conectar con la gente común, tiene talento innegable y le apasiona el tema social, tal vez por sus orígenes del lejano Sur.
Luis es un hombre de familia, correcto, digno hijo de su padre, nuestro estimadísimo José Rafael (EPD). Tiene su visión particular de las cosas y asume con ardor su posición, se sabe comprometido con sus propuestas y tiene temor a no cumplirlas. Tratará de hacerlas realidad, aunque fracase en el intento.
En la clase política hay mucha gente seria y noble. Su amplia mayoría de hecho, aunque por culpa de unos pocos un sector importante de la población asumió un criterio equivocado sobre los políticos. Esa es la verdad: por culpa de un puñado de viles, todos los demás somos víctimas del mal criterio popular.
Equivocados o no, en el PRM, en su vieja guardia está lo mejor y más comprometido de ese partido. Muchos de quienes están hoy al frente de procesos decisorios trascendentales fueron contemporáneos de mi padre. Tienen experiencia y pueden ayudar a su partido logrando que se sintetice “lo mejor de lo viejo con lo mejor de lo nuevo.”
El Presidente Abinader tiene que tomarlos en cuenta, reconocerlos. Ellos son el alma del hoy PRM, cuya impronta ha sido clave y su prestigio puede dar soporte suficiente a las ejecutorias que se emprendan. Quién osa cuestionar a Enmanuel Esquea, Tirso Mejía Ricart, a mi compadre Vicente Sánchez Baret, a la excelente educadora Ivelisse Prats. Nadie cuestiona la vastísima capacidad del Ing. Ramón Alburquerque, la rectitud de don Nano Porcella, entre tantos otros dirigentes históricos del PRD y ahora del PRM.
Esos hombres y mujeres son la cimiente misma del peñagomismo. A ellos le debe su partido su existencia. Estamos seguros de que sus últimos años los dedicarán a trabajar por la patria, como lo han hecho siempre. Pese a las diferencias del pasado, reconozco que ellos son el motor inspirador de ese proyecto y que tienen méritos justificativos de cualquier reconocimiento que se haga, de su entrega, su pasión y su trabajo.
Mi padre soportó con estoicidad la crítica amarga de sus adversarios, la incomprensión de algunos de sus compañeros, la traición de otros a quienes construyó con sus sueños y sus manos. Pero, actuando con grandeza hasta en sus últimos momentos, nos enseñó a no odiar, a servir a los demás sin esperar nada a cambio, a reconocer la parte buena qué hay en los seres humanos. Eso es lo que hago diariamente.
Entiendo que un gobierno perfecto sería el que utilizaría todo el gran capital humano de la nación, independientemente de banderías políticas, reconociendo que en todos los litorales existen dirigentes capacitados y bien intencionados.
Mientras, no importando que critiquen, seguiré haciendo mías las causas de otros, de aquellos que por no ser de mi equipo, puesto que no por eso dejan de ser causas justas. Tampoco dejaré de reconocer todo lo bueno que han hecho y hacen los demás, aquellos a quienes les ha tocado llegar al poder.
Desde el BIS o desde el FOPPPREDOM seguiremos comprometidos con promocionar lo bueno de nuestro sistema de partidos y de su dirigencia, a sabiendas de que nos queda mucho por recorrer para mejorarlo. Lo vamos logrando, poco a poco.
Estoy convencido de que en la política hay más compromiso, más honestidad y más trabajo solidario que en muchas otras actividades, como esas de las que se benefician muchísimo algunas personas, sin haber buscado jamás un voto ni haber tenido relaciones primarias con la base social humilde y mayoritaria de nuestra población.
Por eso, sin odios ni rencores, viviré, así como me enseño mi padre: perdonando, ayudando, sirviendo a los demás.
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