A Pleno Sol
La explosión de cualquier hecho social, debe ser motivo de amplia meditación. El mejor ejemplo es La Revolución francesa y su sangrienta lucha interna entre intelectuales, hombres de la calle, el clero, y los nobles redomados.
Nadie toma el fúsil y va a un choque que dejará sangre y muerte, por simple capricho. El toque de corneta para empuñar las armas lo dieron las calles donde campeaba el hambre y la miseria, mientras Luis XVI llevaba una vida de derroches y lujurias que rechazaba el pueblo.
El «Siglo de las Luces» aglutinó a un amplio movimiento de reformas, donde se ponía en duda la santidad de los Papas, el poder de por vida de los reyes, mientras surgían los artesanos, precursores de los trabajadores, y la intelectualidad que pregonaba cambios.
El pensamiento de los pensadores de «El Siglo de las Luces», se unió al grito de los parisinos de pan y derecho a la vida.
La toma de La Bastilla, fortaleza militar símbolo del poder y almacén de armas y alimentos, dio inicio a la madre de todas las revoluciones, la revolución francesa, el 14 de julio de 1789.
El que se considera el estandarte de principios de la revolución fue sintetizado eñ la frase «Libertad, Igualdad, Fraternidad», empero por las luchas internas de siglos fue en el 1958, durante la Tercera República, que se consignó en la Constitución.
Una de las frase más emblemáticas de la revolución francesa fue «es de temer que la revolución, como Saturno, acabará devorando a sus propios hijos».
Esta frase lapidaria fue pronunciada por Pierre Victurnien Vergniaud, quien murió guillotinado en plena era del terror, en 1792. A este abogado, político y revolucionario francés le tocó como presidente de la Asamblea Legislativa y la Asamblea Nacional pronunciar la suspensión de Luis XVI, y dictar su sentencia de muerte.
La revolución estaba en marcha, y las luchas sociales, grupales y económicas la llevaron a sucumbir con la muerte de sus dos principales dirigentes, Maximilien Roberpierre y Georges-Jacques Danton.
Las pugnas por el poder entre las principales figuras de la revolución francesa llevó el proceso a un colapso coyuntural, aunque sus principios y su legado es lo que norma hoy la vida entre los ciudadanos y las naciones.
A un paso de la guillotina, y viendo como la revolución ya estaba devorando a sus hijos, Danton, el símbolo histórico del luchador revolucionario, dejó escrito su testamento: «Yo soy inmortal, porque yo soy el pueblo, y el pueblo es inmortal!. ¡Ay!, se me acabó la tinta.
manuel25f@yahoo.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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