Reflexiones en el cambio #48
Todo el que me conoce sabe que no hipoteco mi pensar ni por todo el oro del mundo. Por eso es tan difícil mantenerme callado: no existirá mutismo en mí, ni por intereses económicos ni por cargo oficial alguno; la espontaneidad de mis pareceres no las negocio, son parte consanguínea de mi ADN político.
Tuve frecuentes diferencias con mi padre sobre varios temas y el hecho de amarlo y admirarlo como nadie, no me limitó para expresarle mis opiniones, como es el caso de que nunca estuve de acuerdo en que se organizara el PRD a través de comités de bases y no por estructuras electorales, por colegios y recintos, como debió hacerse. Por no realizarlo lo que hicimos fue darle una ventaja amplísima a los balagueristas, que conocían al dedillo a los electores de las mesas electorales. Por eso les fue tan fácil en el 1994 extraer del padrón de electores a una cantidad significativa de perredeístas, trasladándolos para otras mesas con la intención de dislocarlos y que terminaran no votando por mi padre.
Igualmente estuve en desacuerdo con que no llegáramos al acuerdo del «2 y 2» con el doctor Balaguer, porque, aunque en el tema incidían varias consideraciones históricas, morales y estratégicas, no menos cierto es que la no llegada al poder del más grande líder de masas del país hizo retroceder enormemente a las fuerzas liberales y llenó de desesperanza a los humildes y a la mayoría de mulatos y negros, que vieron en él un símbolo de esperanza de que «sí se puede.»
Cómo no sé hacer causa común con lo que no creo correcto, le expresé mi desacuerdo a mi amigo Presidente Leonel cuando el PLD se excedió en las elecciones del 2010, dejando al PRD sin un senador. Y así, claro como soy, se lo hice saber en su despacho del Palacio Nacional antes de que se terminaran de contar los votos.
Como no tengo madera de oportunista rechacé la oferta noble del Presidente Hipólito Mejía cuando, en visita al Palacio Nacional, me dijo que olvidáramos las diferencias y me integrara a su gobierno en el 2000, pero no lo entendí adecuado después de mi acuerdo electoral con el PLD y me quedé en mi oposición, con mi estimado Leonel, para hacerlo Presidente, lo que logramos.
No me arrepiento aunque no tenga ni un solo, óigase claro, ni un solo empleado de mi partido ni de Juntos Podemos en el Gobierno actual, pese a todo lo que hice para ayudar al triunfo municipal y senatorial del PRM, que sabía que le daría un impulso definitivo a la candidatura del buen amigo y hoy Presidente Luis Abinader.
Yo asumo causas y no me importan consecuencias. Estaba convencido de que había que parar un nuevo y alocado proyecto reeleccionista de Danilo Medina, a quien no negaré tenerle en gran estima. Por eso trabajé sin descanso para que llegara un cambio, pero además, ya estaba bueno, la alternabilidad tenía que llegar y 16 años de por sí eran demasiado tiempo para el disfrute de un solo partido.
No creo ser tan tonto como para no saber, con la experiencia acumulada que dan los años en el ejercicio de esta actividad, que nosotros también pagaríamos nuestra cuota de sacrificio. Así lo hicimos ya que se nos canceló en este gobierno más de 800 empleados que nos quedaban , a los cuales Danilo no quiso cancelar, entre ellos casi 100 por decreto.
Nosotros lo entendemos, ya que la realidad es que primero están los perremeístas y ellos tenían 16 años en la oposición. Por eso entendimos que una parte de los bloquistas, aunque apoyaron a la entonces oposición, tenían que tener también sus «vacaciones laborales», porque esto es un derecho de todos y se le debe dar prioridad a los que tantos años han estado afuera. Solo me he quejado ante mis amigos del gobierno por aquellos que los peledeistas cancelaron hace años y desde ese tiempo «no han visto a linda.»
Todo lo que aquí expreso viene a cuenta porque los dirigentes políticos no debemos creernos dueños de toda la verdad y de toda la razón. Es cierto que somos los armadores, los carpinteros de la mesa del poder, pero también es muy cierto que tenemos una pésima valoración y estima pública, que se nos acusa de ser los causantes de todos los males que adolece la República, más aún, se cree falsamente que somos multimillonarios y beneficiarios directos de la «gran corrupción».
Ciertamente, todo eso se debe a una percepción equivocada de casi toda la sociedad, de la cual nosotros tenemos parte de la culpa por permisivos y guardar silencio sobre lo que nos imputan, sin respuesta alguna por parte de nosotros.
Aunque son determinantes, los partidos políticos y la militancia, que es la pata más importante de la mesa del poder, sería insensato no reconocer que el Internet, los teléfonos móviles y las redes sociales han cambiado todos los paradigmas y han creado un verdadero empoderamiento ciudadano.
El derecho a opinar se ha democratizado de manera tal que, el más humilde de los ciudadanos expone sus criterios y los defiende. Con ello, construye una opinión pública que pesa demasiado en el quehacer diario gubernamental, porque ese populismo digital es una nueva ola que busca satisfacer la voluntad o el deseo de la mayoría cuando se expresa opinando de manera favorable en cualquier tema.
Aunque creo que en términos estratégicos y a largo plazo, se pueden estar cometiendo errores, lo cierto es, sin embargo, que la acciones y reacciones del Presidente Abinader gustan de la mayoría de la población, porque el «pueblo virtual» en este momento de la pandemia no está valorando resultados sino buenas intenciones, y en esa materia la pareja presidencial de Luis y Doña Raquel está pasando con notas sobresalientes.
Podemos decir lo que queramos a nuestro particular interés pero, siendo sinceros, el país reconoce en ellos la voluntad de hacer las cosas bien, de manera diferente a como se hacían en el pasado. Cuando hace varios días escuché al Presidente en su evidente indignación por el asesinato del matrimonio de pastores en Villa Altagracia, me emocioné y me llenó de orgullo su proceder, porque ese debe ser el comportamiento de un estadista para con su pueblo. No lo duden, el pueblo aplaudió ese gesto auténtico del Primer Mandatario de la nación.
El éxito de Luis es que no baraja respuesta alguna y eso a la gente le gusta, y lo está valorando bien porque él actúa con rapidez ante cualquier desafío. Aunque se equivoque en la posible solución, el ciudadano está reconociendo su esfuerzo sin importar los resultados, por eso es que el Presidente, pese a los mil y un problemas existentes, muchos agravados en su propio gobierno y otros como secuelas del Covid, mantiene una muy alta valoración de su persona más que de su gobierno, donde la inexperiencia está afectando la imagen de varios de sus funcionarios.
Pese a conocerlo desde hace muchos años, ante la amistad verdadera que mantuve con su padre, mi estimadísimo Don Rafael (EPD), no he tenido el placer de conocer a Doña Raquel, su esposa. Pero ¡cuánta clase, humildad y espontaneidad en una dama que debe de tener muy orgulloso a su querido esposo y a toda su familia! Por eso coincido con mi amiga la periodista María Asela Lamarche, quien sostiene que esa señora es una «primera dama de lujo» que tiene el país, una compañera ejemplar y una ciudadana comprometida con que las cosas se hagan bien.
Pese a los errores, la inexperiencia, los gazapos y la ineptitud de muchos de los colaboradores de su propio partido, seríamos injustos si dejáramos de reconocer que todas las encuestas demuestran que hay una muy positiva percepción ciudadana de la pareja presidencial. Como ciudadano que ama esta media isla que nos vio nacer deseo lo mejor para esta patria, independientemente de intereses electorales, solo nos resta motivarlos, a Luis y a Doña Raquel, para que sigan así, ganándose el corazón y el respeto de su pueblo.
(El autor es dirigente político residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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