Por Agustín Perozo Barinas
No seamos ingenuos, el odio se está esparciendo rápidamente por el mundo… mientras más aprieta una crisis en los bolsillos de los ciudadanos de cualquier país más perentorio es buscar culpables, los chivos expiatorios: los inmigrantes. Los judíos conocieron bien esto dentro de la Alemania nazi.
En las redes sociales circula un escrito atribuido a un político estadounidense, aunque no hay registros de que lo haya dicho, y dice: «Las personas emigran ilegalmente a los Estados Unidos porque sus países son un asco. Es culpa de los gobiernos corruptos que se roban el dinero. Si les dieran un salario digno la gente se quedaría en su país». Bueno, no todo es tan simple pero ciertamente es parte del problema.
La corrupción rampante y criminal, más la otra, la «legalizada», como son los salarios, pensiones, exoneraciones, viáticos y demás privilegios exorbitantes, son una succión extraordinaria de los recursos públicos. De los negocios turbios en contra del Estado, ni hablar…
Para agravar el escenario las masas acéfalas enfrentan la consabida inflación y en consecuencia un menor poder de compra al pasar el tiempo. Como si fuera poco, pagando impuestos sobre el dinero que ganan; sobre el dinero que gastan; sobre cosas que ya poseen, por las cuales ya pagaron impuestos con dinero que también ya fue gravado. Y continúa la loca carrera de endeudamiento público que se paga con, adivine usted: impuestos, más impuestos.
Sobre esta realidad en la República Dominicana un ciudadano comentó: «Este es el elefante que tenemos dentro de la habitación y nos han entretenido a base de pan y circo para que no lo podamos ver».
¿En qué se utilizan esos recursos o, mejor dicho, en qué no se utilizan? La idea de gravar nuestros ingresos y nuestras compras para alimentar al Estado podría haber tenido un encomiable propósito: garantizar una existencia plena a todos los tributantes.
Pero resultó que no… las privaciones económicas, sociales, políticas y culturales que han limitado el desarrollo humano y la integración social se explican por sí mismas. Ya lo había advertido Claude Bastiat: «Cuando el saqueo se convierte en una forma de vida para un grupo de hombres en una sociedad, con el transcurso del tiempo se crean un sistema legal que lo autoriza y un código moral que lo glorifica».
No olvidemos los premiados con las exenciones, el aclamado gasto fiscal, que, más allá de su finalidad en cada caso, se acomodó como algo rutinario mientras que el resto de los mortales continúa sumido en un sistema que recuerda otro premio de consolación que supone trabajar durante más de once meses para poder disfrutar de unas semanas de descanso. (Jorge Fdez Mencías)
Las mayorías sufriendo las privaciones de sus hijos y una angustia diaria que no da respiro: deudas sobre deudas, carencias tras carencias… y en esa licuadora de problemas van surgiendo mentes dañadas, y he aquí la historia de una de ellas…
Con mayor frecuencia tenemos en las noticias, desde cualquier rincón del planeta, atacantes radicalizados dentro de alguna ideología o religión extrema, con violencia letal hacia personas inocentes y también actos barbáricos contra poblaciones civiles en conflictos bélicos.
¿Qué impulsa a algunos seres humanos a estos niveles de insensibilidad? La deshumanización que proyectan es la privación de las cualidades que distinguen a esas personas como seres humanos, que al empezar a ser comparados con objetos o animales puede ser considerados como incapaces de sentir algo más que dolor.
Vivir experiencias muy traumáticas no hizo a nuestro antihéroe marginado necesariamente más fuerte, sino más frío; como la frialdad de un sepulcro. Su mirada se tornó en un abismo impenetrable e hizo de la soledad una aliada incondicional: un ser sin nada que perder, parece más bien un espanto, una aparición.
Ese tipo de hombre es más común de lo que se piensa, ajeno al apaciguante mundo natural -la versión no agresiva de la naturaleza-, y que vive en un mundo moderno rodeado de cemento, metales, plásticos, tejidos, cibernética, informática, vehículos, electricidad y tecnología por doquier…
La publicidad le brinda la idea de un mundo casi idílico. Advirtió Hoffman: «El problema es que vivimos en la cultura del final feliz, la cultura del «como debería ser» en lugar del «como es». Si no nos hubieran enseñado esa fantasía creo que seríamos menos neuróticos».
Y sumergido diariamente entre ese bombardeo publicitario, se lo cree, consumiendo hasta lo innecesario; pero hay un trasfondo: un individuo frustrado, rabioso e impredecible. Mantiene un nivel de autocontrol precario entre sus aspiraciones y su realidad: «¿Qué necesita un ser humano para no apartarse de sí?» (Silvio)
No le perturba la privación de cosas materiales y murmura la obviedad de Marco Aurelio: «¿A qué tienes miedo de perder si en realidad nada de lo que hay en el mundo te pertenece?»
Como casi todos, cuando niño, era apasionado de una pelota, cualquier pelota. Ya como adulto ve millones de dólares pagados a deportistas por jugar con algún tipo de pelota: fútbol, tenis, béisbol, golf, etc., mientras los desarrolladores de vacunas, como ejemplo, no son compensados merecidamente por sus aportes, subvaluados en este mundo del entretenimiento.
Y así continúa su andar observando injusticias por doquier. Se carga de odio, lo acumula y evoluciona como escribiera Ren Maran: «El odio es una larga espera». Le es casi imposible procesar algún tipo de equilibrio entre su mente y el mundo con sus variables, buenas y malas.
Un día, con su mente perturbada más allá del autodominio, decide ejecutar lo que ha sido planificado: arrollar una multitud con un vehículo en alta velocidad; disparar aleatoriamente contra personas con armas automáticas de alto calibre; acuchillar transeúntes desprevenidos, autoinmolarse con un artefacto explosivo en alguna calle concurrida… las posibilidades son muchas.
Especialistas de la conducta humana podrían encasillarlo dentro de algún diagnóstico psicótico pero su descarrilamiento mental responde también a algo lóbrego… que talvez ni él mismo comprenda: «Nadie se hace malvado de repente», sentenció Juvenal.
Para Mefisto la siembra de odio entre los hombres ya es tan sencillo como esparcir granos de trigo en un labrantío: odiar a tu prójimo, es la máxima torcida. «Entonces esto es lo más parecido al infierno. Jamás lo hubiera imaginado. ¿Recuerdas todo lo que nos dijeron acerca de las cámaras de tortura, el fuego y el azufre? ¡Son solo cuentos antiguos! No hay necesidad de ser fanático del rojo vivo, ¡El infierno son las otras personas!» (Sartre)
¿Y qué tiene que ver la economía con el odio? Una mente inestable por fuertes presiones económicas es más propensa a sentir ira… un portal muy conveniente para penetrar el odio. Una condición económica precaria y sostenida genera esa inestabilidad mental necesaria para odiar y borrar la línea divisoria entre el bien y el mal, como escribió Spurgeon: «Quien le sirve a Dios por dinero es capaz de servirle al diablo por un mejor salario».
El odio entonces, según Mefisto, hay que guiarlo con motivaciones: políticas, raciales, migratorias, religiosas, ideológicas… hasta sentimentales, si se quiere. La delincuencia más violenta tiene sus raíces en el odio, muchas veces por vacíos sociales. Por ejemplo, los atracadores son depredadores cargados de odio puro, sin retoques.
¿Por qué ya no es aconsejable tener un terreno rural para una linda casita campestre y solitaria en la República Dominicana? ¿Por qué más negocios populares tienen barras protectoras como jaulas? ¿Por qué tantos residenciales custodiados con personal de seguridad? ¿Por qué casi todas los hogares, de ricos y pobres, están enrejados? ¿Acaso es producto de «ama al prójimo como a ti mismo?»
No. Es el odio, la distorsión de todo lo bueno. Es el resultado de infravalorar al ser humano en un submundo con escasas oportunidades desde su infancia. Pero también secuela de otras causas muy variadas, tantas como hay seres humanos con sus particularidades existenciales. El odio es más versátil que el amor y se ajusta a cada necesidad.
¿Y qué importancia tiene saber o no sobre estas cosas? Muy simple: hasta que no llegue a la puerta de tu casa… El odio no se conoce hasta que no se siente. Similar al dolor y la angustia, desgarra las personas. Casi todos vemos estas cosas como lejanas y no nos mortificamos sobre si nos acaecerán o no, pero están latentes en nuestro errar por la vida. No hay finales felices… ¿o morimos felices?
Concluimos este collage literario con una reflexión: «¹Cuando veas a un hombre malo, examínate a ti mismo y ten mucho ojo, ²que el destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde». Confucio¹/Murakami²
agustinperozob@yahoo.com
(Autor del libro socioeconómico La Tríada II en Librería Cuesta).