Uno de los errores en que se suele incurrir al analizar los procesos electorales en la República Dominicana consiste en concluir que el votante nacional no toma su decisión de favorecer una candidatura atraído por programas de gobierno o por atributos personales de los postulantes.
En definitiva, lo que se quiere resaltar es que el elector dominicano se inclina al final por cuestiones de escaso valor como la militancia partidaria, los afectos personales o el aberrante clientelismo, este último practicado en demasía por el partido de Gobierno.
Sin embargo, en lo que concierne a la militancia partidaria como un factor determinante a la hora de decidir el voto, podemos afirmar que eso fue así durante el predominio de los tres grandes líderes que acaudillaron la política dominicano, principalmente a contar de 1970 y que desaparecieron físicamente en un corto lapso entre 1998 y 2002.
A partir de la desaparición física de José Francisco Peña Gómez, Juan Bosch y Joaquín Balaguer, si bien el encanto personal y la militancia han jugado papeles importantes en la inclinación del voto, cuestiones como la formación, la honestidad y la experiencia han sido de mucho valor para que una franja importante de electores decidiera por quién inclinarse.
En la coyuntura actual de la humanidad a partir de la aparición de la pandemia de coronavirus, el factor experiencia está llamado a jugar el papel más relevante en los procesos electorales, particularmente en la República Dominicana, donde el COVID-19 tiene un impacto terrible en la economía, al punto que el próximo Gobierno la tendrá muy difícil para lograr la recuperación.
¿Seremos los dominicanos tan irracionales que, guiados por la emoción, clientelismo, la coacción u otros elementos accesorios o de los dominios del corazón, elegir, por ejemplo, a un candidato que ha sido incapaz de decir cómo piensa abordar las cuestiones cruciales de nuestra realidad y cuya principal baza electoral consiste en la dádiva?.
Estamos seguros de que la gente coge lo que da ese tipo de aspirante pero al final la racionalidad lleva a la mayoría a valorar otras cuestiones de mayor calado.
Es en ese momento determinante cuando entra en juego la racionalidad colectiva y una franja importantísima del electorado no comprometido emocionalmente—probablemente la gran mayoría—decide a partir del razonamiento y el buen juicio.
Y es ahí, justamente, donde entran al escenario la pericia, la capacidad y la determinación de Leonel Fernández, cuya figura se afinca en una historia, no sólo de hechos visibles, sino en la experiencia de ser el único con el aval de enfrentar con éxito dos crisis terribles, pero las que palidecen frente a la bestialidad de lo que nos dejará la pandemia.
(El autor es periodista)
Nelsonencar10@gmail.com
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