Carlos Alberto Montaner, un renombrado escritor, ensayista y periodista cubano, conocido como una de las voces críticas más importante desde el exilio contra el régimen del fenecido Fidel Castro, padecía una enfermedad neurodegenerativa. Falleció hace poco en Madrid, España, donde residió los últimos años de su existencia.
Se le recuerda como el intelectual y comunicador que escribió más de una treintena de libros de diversos géneros y cuyos artículos eran publicados en numerosos medios universales.
Se cuenta que siendo todavía menor de edad, fue sentenciado a 20 años de prisión en Cuba por pertenecer a una organización que se oponía a la orientación marxista de la Revolución.
Estuvo preso en un centro especial, luego se asiló en una embajada en La Habana y de ahí viajó a Estados Unidos con un salvoconducto e inició un exilio que duró hasta su muerte y le llevó a España en dos ocasiones: primero en los años 70 con una beca y el último año para morir.
Antes de partir hacia el mundo de lo desconocido, dejó escrita una carta en la cual le revelaba a sus lectores que su muerte sería asistida (la eutanasia), tal como lo permite la ley española, voluntad que contó con el apoyo incondicional de su familia, según reseñas de los medios de comunicación europeos.
La eutanasia es la intervención deliberada para poner fin a una vida sin perspectiva de cura. Ese método se practica en varios países tanto en humanos como en animales de otras especies.
«Cuando usted lea este artículo yo estaré muerto. Creo firmemente en la eutanasia y la muerte asistida», fue la frase impactante que proclama en la misiva.
En el artículo póstumo, Montaner habla con naturalidad de la muerte en sentido general y en particular y de las dificultades que le ocasionaba su enfermedad para hablar y escribir sin perder el sentido del humor.
El escrito póstumo lo comenzó a elaborar en Miami, Estados Unidos, a inicios de 2022 y lo concluyó dictándole a un familiar, pues tenía dificultades para escribir a causa de su enfermedad, que ya le había quitado la capacidad de improvisar oralmente.
«Mi vida diaria, en la que la lectura, la escritura y la expresión oral han sido mis señas de identidad, se borran de un día para otro. Desde hace mucho mi cuerpo tampoco me acompaña», escribió.
Al repasar los países donde la eutanasia o la muerte asistida están permitidas legalmente, dice que son casi 200 naciones reconocidas por la Organización de Naciones Unidas, pero «es poco».
A su juicio, «de la misma manera que se donan los órganos en vida, creo que bastaría consignarlo por escrito o designar a una persona para que tome las decisiones en caso de que sea materialmente imposible asumir esa responsabilidad».
Al final del artículo cuenta cuáles fueron los trámites que debió seguir para que se aprobara la «prestación de ayuda para morir» en su caso y agradece el asesoramiento en el proceso a la Asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD).
«Cumplo mi deseo de morir en Madrid, la ciudad que amo y en la que he compartido tanto junto a Linda, mi adorada mujer en las duras y en las maduras. Lo hago gozando todavía de la capacidad de expresar mi voluntad de ejercer mi derecho a finalizar mi vida de una forma libre y digna de acuerdo a mis creencias. No le doy más la lata, querido lector. Adiós», son sus últimas palabras a los lectores.
Pienso que Montaner tomó la correcta decisión de recurrir a la eutanasia para terminar con la situación de salud que padecía, pues de esa manera evitaba ver sufrir más a sus familiares y, además, incurrir en inmensos gastos financieros innecesarios en tratamientos médicos.
Sabido es que las enfermedades catastróficas incurables generan tristeza, compadecimientos y, en el menor de los casos, mucha lástima en algunas personas con las que nos relacionamos, al punto de que dejan de visitarnos ni llamarnos para no ser testigos del descalabro de salud que padecemos.
Existe el concepto a favor de la eutanasia en razón de que es un método de propiciar al paciente poner término a sufrimientos innecesarios y degradantes que no le permiten llevar una vida digna, sino de dolor y agonía, situación que atentaría contra el libre desarrollo de su personalidad y su dignidad como persona humana.
Independientemente de los argumentos éticos y religiosos que se puedan alegar, en una sociedad democrática avanzada las leyes deben garantizar que las personas puedan decidir libremente cómo quieren vivir su vida.
No sé si yo pediría lo mismo en caso de verme en una situación similar, aunque la idea no es descartable. Tendría que someterme a una profunda reflexión. Sin embargo, asumo la eutanasia como una forma digna y honorable de morir, diciéndole adiós al sufrimiento.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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