Las grandes crisis económicas, irremediablemente producen convulsiones sociales. El capitalismo se reinventa, pero el proletario se va al vacío. Las guerras han sido tradicionalmente las salvadoras de los terremotos que sacuden a los poseedores de los bienes, de la tierra, del dinero y en ocasiones de la vida.
El mundo hoy está sumido en una gran crisis económica. Llegó en el momento de plena expansión de nuevos mercados. Los Estados Unidos peleando día a día para continuar con su posicionamiento de dominio universal, mientras Europa trataba de salir de su letargo que comenzó en la segunda guerra mundial.
China reinventaba el maoísmo, ahora como capital de Estado dirigido por el Partido. Desde allí nace la actual pandemia. Mientras que Rusia recobra todo su poder imperial. El mundo ya tenía cuatro líderes fuertes, pero ahora habrá que ver quienes sobrevivan.
Llegará una recomposición mundial. La parálisis de la economía no será un hecho que pasará sin dejar huellas, heridas y fracturas. La revolución tecnológica podría ser la salvación. Sin embargo, le temo a la vieja receta, que siempre ha salvado al moribundo: las guerras regionales o mundiales.
Sigue siendo en estos momentos difícil de predecir la crisis mundial, por la sencilla razón de que todavía el agente que causa los problemas actuales no ha sido controlado. El golpe que se quiere dar para volver a la normalidad y salvar algo del desarrollo económico, puede provocar la hecatombe total.
Sin estar controlada la pandemia, en los países desarrollados se están abriendo los comercios y pidiéndole a las personas que retornen a su normalidad cotidiana, tomando de manera individual las medidas sanitarias recomendadas.
Ese podría ser un experimento envenenado. En Alemania se llevó a cabo, y casi de inmediato se tuvo que imponer de nuevo la cuarentena. Todavía se está cuantificando como pueden ir los resultados en Francia, España, Italia, Inglaterra y los Estados. La forma de los líderes capitalistas al tratar de resolver la crisis sanitaria, con el virus en acción, debe ser seguida con mucha atención por los dominicanos.
Nuestra suerte futura dependerá de cómo se reorganice la economía en los Estados Unidos. Si los norteamericanos no se pueden levantar de inmediato, sus planes de asistencia serán nulos para los países que dependen de ellos. Ya el turista europeo que viene a la República Dominicana piensa en subsistir y no en vacacionar.
Con millón y medio de trabajadores cesantes y la casi totalidad del comercio y la industria paralizados, el país está en una profunda crisis, pero no hay solución a la vista. Las medidas salvadoras tendrán que comenzar a implementarse cuando el virus sea controlado.
Cuando el capital se quiebra la crisis llega a lo más profundo de la sociedad. Se pueden abrir los negocios, pero la suerte de un millón de hombres y mujeres que se quedarán sin empleos dictará la norma a seguir en una sociedad que está camino de ir a la deriva, con una barca que parece que quiere comenzar a hacer aguas. Podemos llegar a buen puerto, pero hay que cruzar por vientos negros y fuertes tempestades. ¡Ay!, se me acabó la tinta.
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