¿Qué está haciendo esta gente? Cuando vean el video que anexo a estas líneas, entenderán la pregunta.
Kensington, es el barrio más pobre de una de las ciudades «más pobres» de los Estados Unidos, Philadelphia. el incremento del crimen en esta ciudad aumenta día a día colocándose por encima de la media nacional.
Mirar las imágenes de lo que sucede en este «microcosmo» parecería que estuviésemos viendo la más impactante película de zombis.
Caminar entre toda esta gente es como haberse trasladado a otro planeta en donde «yo», que estoy medio normalito, soy el extraterrestre o el loco del barrio.
Ser normal en Kensington no es normal. La heroína y demás opioides han hecho estragos en una sociedad norteamericana más cercana al abismo que nunca.
Afganistán, tan de moda en estos días, es el mayor productor de opio seguido muy de cerca por México.
De la planta adormidera o amapola, se extraen las capsulas que al exprimirlas producen el jugo llamado opio, de este se fabrica la morfina, la heroína y la codeína.
Los efectos del opio son analgésicos, hipnóticos y narcóticos, además producen dependencia en alto grado.
Unas gotas de heroína son suficientes para que usted; no sienta nada, no entienda nada, no busque nada y solo quiera estar dormido.
Por esto vemos a toda esta gente, tirada en las aceras, inmovilizadas como estatuas en medio de la calle, desnudos o como les agarre la nota, indiferentes ante la basura y el olor fétido de toda esta podredumbre de desechos humanos.
Están ahí, pero no lo están. Su cuerpo atrapado a los efectos de estas drogas se desdobla impotente ante la ausencia de la mente. La conciencia se hace inconsciente y entonces surge el zombi.
Muchos son violados y ni cuenta se dan. El intento de escapar de la realidad terrícola es fallido. Los breves instantes de vuelo no alcanzan a llegar a la estratosfera.
Sin embargo, la caída es estrepitosa y desconcertante. Vuelve uno a una realidad que ya es la irreal y entonces bate presuroso sus alas en busca de «su mundo»…
Pero en esta realidad material hay que dar «algo» a cambio del pasaje. Dinero, trabajo o tu cuerpo. Ese que ya no deseas y que te mantiene atado a un mundo que necesita comer por una boca que apenas usas.
El silencio intenta ser tu cómplice, pero tú, que eres el, te hablas constantemente mientras «aquel» que eres tú te pide callar y así te vas debatiendo entre murmullos por todas las calles y casas del barrio.
Ya no se sabe ni como escapar. Uno se encuentra entre dos mundos. Atado a dos dimensiones en la que el sueño es la realidad que sueña.
No voy a entrar en cifras o estadísticas porque ya una vez hable de ello. Lo que aquí resulta insólito es que todo este escenario palpita ante la mirada indiferente de las autoridades. Es como si esta epidemia de siglos nos hubiera ganado la batalla ante el empuje de lo «habitual».
Cada nueva generación viene más habituada, más acostumbrada, más tolerante y más viciada de estos narcóticos que a la vez ya no son exclusivos de narcotraficantes sino de grandes corporaciones.
Dentro de unas cortas décadas, veremos una sociedad caótica en donde los encargados de dirigirla, los policías, los jueces, abogados, políticos, senadores y hasta presidentes, serán opioides dependientes.
Observar Kensington Avenue, debería de alertarnos hacia donde nos dirigimos y que debemos hacer para cambiar el rumbo. Debería servirnos de espejo de lo que podríamos llegar a convertirnos sino detenemos esa epidemia cerrando todas las calles vecinas.
La ciudad del amor fraternal, como significa el nombre de Philadelphia, fue así nombrada buscando que fuese «un lugar de tolerancia religiosa» en 1682. Cuna de la independencia norteamericana en 1776.
A los 339 años de su fundación, Philadelphia, es el lugar favorito de la tolerancia «drogadicta» y cuna de la destrucción de la sociedad norteamericana. Un mérito doble, una obra de teatro que termina, exactamente donde comenzó. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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