Por Pedro Corporán Cabrera
La remotísima polémica filosófica entre Sócrates y los Sofistas, sobre si muchos de los valores morales eran de tipología cultural o producto de condiciones innatas en la naturaleza del hombre, nos asalta la memoria en estos momentos en que emerge a la vista de todos, desde el pozo más nauseabundo, el Leviatán de siete cabezas, con toda su carga putrefacta, en que se convirtió el Estado de la República Dominicana.
Exponer sobre los asuntos medulares de esta discusión, trasciende las dimensiones de este escrito y no aportará en nada a reducir las abismales distancias que separaron el pensamiento filosófico de sus iniciadores en la época del imperio griego, Edad Antigua, al fragor de las ciudades Estado, cuna primigenia efímera de la doctrina democrática.
Si Sócrates tenía razón al considerar que existían algunas normas absolutas y universales conectadas a la naturaleza del hombre, entonces el ser humano jamás renunciará a sus aspiraciones de reivindicación moral, aún en medio de la más degradante existencia, inducido por el imperativo irrenunciable de encontrarse consigo mismo, sin lo cual seguiríamos como cápsula espacial perdida en el universo.
En el segundo ámbito, si aceptamos la concepción de los sofistas de que todas las normas eran creadas por la cultura humana, también es posible confinar al olvido los valores perversos de los sistemas culturales ingeniados por los seres humanos, adoptando como fuerza motora la conciencia histórica del lastre moral que nos arropa y el peligro de extinción que representa.
Lo importante es que una y otra concepción filosófica, adoptan al hombre como protagonista de la creación y/o reconocimiento de los sistemas de valores que rigen a la sociedad y sus instituciones.
Sabemos que identificar los factores que finalmente impulsarán la agenda de premura social de la moralización del estado y la sociedad dominicana, es aún un ejercicio de cuasi prestidigitación.
Pero la dialéctica es prodigiosa, como lo expuso el filósofo griego Heráclito, registrado como el primer dialéctico del mundo, cuando escribió sus pensamientos: “Sólo el cambio pervive”. “Nadie se baña en el mismo río dos veces”. Es la ley insobornable que impone inexorablemente la transformación, a veces radical, de las cosas, evitando que nada sea para siempre.
¡Qué proverbio del universo! Cuando los hombres, por poder y erudición que se consideren tener, no interpretan desapasionadamente la muerte y nacimiento de los ciclos sociales, se enfrentan sin esperanza de victoria, con las leyes de la dialéctica de las cosas, en nuestro caso, expresadas social y políticamente, por el despertar de la conciencia del pueblo dominicano.
Y es que todo fundamentalismo es ignorante, aunque se cree muy sabio, pues niega el carácter universal del pensamiento, sin percibirlo adopta el estatismo y cree que se puede fundar una ideología para servir a un egocentrismo, rasgos de marcada predominancia de la élite de poder que ascendió a la dirección del Estado, impulsado por la escuela política del Partido de la Liberación Dominicana.
Hoy la dialéctica evolutiva de la historia del pueblo dominicano, vista como convergencia de factores revolucionarios endógenos y exógenos, aunque tardaron hasta la desesperación, finalmente están formando una tormenta perfecta de transformación inexpugnable del Estado, por encima de la voluntad política o no de ningún gobierno, dictando su decreto supremo e inviolable que está postrando a los que han detentado el poder con monopolio dictatorial, depredación y abuso del patrimonio público, deshonor y vileza, engreimiento y prepotencia, secuestro institucional y mafia, cultura del delito público y traición a los fueros nacionales de la nación.
Ojalá que el ciclo de arritmia actual que se entroniza en la República Dominicana, enrumbe los procesos judiciales contra los depredadores públicos y el debate jurídico-político nacional, por la senda de la necesidad imperiosa de hacer renacer moralmente a la sociedad y el Estado, y sea tan fecundo como el de Sócrates y los Sofistas.
!Qué inmenso fue Sócrates! Todavía es maestro moral de nuestros tiempos y su filosofía ha sido tan imperecedera, como deben ser preciadas aquellas virtudes que consideraba eternas y no cambiantes con la evolución cultural del hombre.
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