Se dice de la lengua Quiché, hablada en Guatemala y México, proveniente de los Mayas, que «Jun Raqan» significa «uno-pierna». Así le llamaron al Dios de los rayos, los vientos y del fuego. Las características propias de un huracán.
Los taínos de las Antillas también usaban esta palabra, por lo que aún no se define cuál de los dos pueblos «se lleva el mérito» de tan tenebrosa voz…
No sería hasta el año 1847, cuando William Reed crearía el primer sistema de alerta de huracanes del hemisferio norte, más específico en Barbados. Luego, en 1873, el servicio meteorológico estadounidense emitiría su primera alerta de huracán.
Los desdichados taínos y mayas y demás etnias que habitaban el continente siglos antes de esto se enteraban del huracán cuando ya lo tenían encima.
Misma suerte que corrieron los conquistadores europeos, que al ver «el juidero» de los nativos gritando ¡Jun Raqan! Se aprendieron la palabra tan rápido como los vientos que les cayeron de sorpresa.
En 1969, a otros gringos se les ocurrió darle categoría a la intensidad de los vientos y calcularon, del 1 al 5, la magnitud de daños que cada una produciría.
De aquí tenemos que un huracán de categoría 1 tiene vientos de entre 74 a 95 millas por hora (M/h). Esto causaría que árboles ligeros se caigan al igual que cables eléctricos.
El huracán tipo 2, de 96 a 110 m/h, además de los daños de la categoría anterior, podría hacer daños a las estructuras de las casas.
El 3 consta de vientos superiores a 111 y 129 m/h. Lo que causaría daños a estructuras sólidas y apagones por varias semanas.
Ya el 4, a velocidades entre 130 y 156 millas por hora, tumbará casi todos los árboles y buena parte del vecindario. Sus daños podrían dejar sin actividad por meses a las ciudades que toque.
Con el 5 sobre las 157 millas en adelante, casi todas las casas saldrán volando y ni decir de los árboles y tendidos eléctricos. Vientos catastróficos mudarán su casa del barrio y la disolverán en el aire.
¡Suena fatal! Pero las imágenes que vemos de ciudades afectadas por estos fenómenos meteorológicos son más estremecedoras que los bombardeos tan de moda últimamente en el Medio Oriente.
Ya viví el huracán David del año 1979 en Santo Domingo. Categoría 5. Luego, el Andrew (1992), Miami, 5 también. Hasta en Cuba he sorteado a estos endemoniados vientos que suelen llegar todos los años en fila desde el oriente como el occidente.
Mi abuelo fue víctima de uno de estos, en el año 1930, lo cual trajo consecuencias a mi destino, como sucede cada vez que estos fenómenos ocurren. No solo traen vientos o lluvias torrenciales, sino que son causas de muchos finales y principios…
Una barrida inesperada del camino que anduvimos y del que andábamos. Nos puede cambiar en un momento la vida, así como apagarla. Nada diferente a llegar un minuto antes o después a la calle o lugar a donde acudimos «a una cita» que no teníamos programada…
La única forma de evitar un huracán es mudarse a donde estos no suelen ir. Pero si no lo agarra un tsunami, lo agarrará un terremoto. ¡Nada! Que donde quiera que vaya se quitara uno, pero le saldrá otro.
Tal vez lo mejor hubiera sido quedarnos como los taínos, indiferentes a la llegada tan hoy anunciada y mortificadora de los «adivinadores» del impacto. Nos ponen a correr de un lado al otro, para evitar el sablazo, y terminamos golpeados en el mismo medio. ¡Salud! Mínimo Huracanero.
¡Por cierto! Mientras escribo este latido, 4:28 AM, estoy a unas horas de recibir a Milton, de quien se dice será un huracán devastador de categoría 5… y yo, que vivo en un ventorrillo. Ya me confesé… por si las moscas. ¡Salud otra vez!.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).