A Pleno Sol
En el sistema electoral democrático, hay un día donde todos son iguales. Andrajosos o perfumados, su voto tiene el mismo valor. Unos venden su conciencia y otros mendigan para cerrar el hambre de un día. Es la feria de las oportunidades, donde el sueño de lo imposible dura de diez horas.
Es un instante fugaz que se da cada cuatro años, cuando el excluido, el Don Nadie, el pie descalzos, el sin nombre, tiene la mayor importancia, y es el dueño de decidir el futuro del país.
El voto tiene que ser un ejercicio de conciencia, pero donde apuran las necesidades extremas, los deberes ciudadanos se cambian por un pica pollo. Los abandonados de la suerte no han cometido un pecado, siguen siendo víctimas de sus inseguridades e insatisfacciones.
Esa mayoría fue silenciosa, hoy habla a través de las redes, de las iglesias, de las asociaciones de vecinos, o en los colmados donde a pico de botella propagan sus desventuras. Paulatinamente deja de callar, pero sigue siendo amorfa, sin cabeza y sin pies para marcar su senda.
La ignorancia extrema, unida a la marginalidad total, hace muy difícil poder discernir de la importancia del voto, y la trascendencia de que sobre ese populacho irredento descansa el destino nacional.
Los partidos políticos juegan en atraerse a esa masa, que únicamente se toma en cuenta el día de las elecciones. Después del triunfo se levantan las murallas y nunca vuelven a ver a los que se tiraban a los barrios enlodados y cargaban muchachos con pañales sucios.
Hay unas elecciones municipales pautadas para mediados de febrero. Allí estará la verdadera encuesta nacional. El que obtenga más síndicos en esos comicios, tiene la puerta abierta para ganar las presidenciales. Los municipios se conforman de cordones de miseria, de abandono social, de masas desamparadas, y donde la lejana capital no pasa de ser un espejismo.
Muchas veces para un municipio lejano de Santo Domingo lo más importante es una toma de agua, una zanja para distribuir el líquido servido, un camino vecinal, un centro sanitario y una escuelita de primaria. No tienen a quien pedírselo, porque su grito no llega al Gran Santo Domingo.
La clase política dominicana debe ir sentando las bases de la institucionalidad. El partidismo no puede ser un botín de piratas, o la forma fácil de ascenso social. Hay que pensar servir al prójimo, utilizar los recursos a mano para tratar de lograr un desarrollo equitativo.
El voto tiene que ser un ejercicio de conciencia. No puede estar a la venta. No es una mercancía de libre cambio. El pie descalzo es le dueño del destino del país, si sabe escoger a sus candidatos. ¡Ay!, se me acabo la tinta.
manuel25f@yahoo.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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