He leído, al igual que los demás miembros del jurado, los respetados colegas Fari Rosario y Rey Andújar, unas 88 historias depositadas ante el Instituto de Dominicanos en el Exterior para participar en el segundo Concurso de Escritura Personal, dirigido a nuestra gente radicada fuera del territorio nacional.
La característica predominante es que se trata de historias que sí cuentan, historias que describen escenarios, que narran sucesos y que trazan perspectivas en torno a personas reales que han vivido situaciones reales, cuyas peripecias superan todo lo que pueda imaginar un autor de cuentos, novelas o de cualquier creación basada en la ficción.
Algunos autores de textos literarios gastan esfuerzos en la búsqueda de argumentos para componer sus obras, sobre todo aquellos que ignoran, y a veces desprecian, la realidad que los circunda. Desperdician la oportunidad de contar historias nuevas, repletas de interés humano, con caracterización perfecta de las personas que, por sus vidas incidentadas, se tornan en personajes.
Estamos hablando de personas provistas de cédula, de pasaporte y también de obstáculos y estrecheces materiales, pero que, amparadas en la esperanza, trabajan para un propósito, el propósito de crecimiento económico en unos, crecimiento profesional, en otros, y satisfacción espiritual en todo caso.
De este certamen de MIREX puede inferirse un aprendizaje, o mejor dicho reforzarse un conocimiento que puede llevarse a los libros de teoría literaria. Y es este: para escribir historias, lo más importante son las vivencias, haber vivido experiencias que dejen huellas en la conciencia de quien las ha experimentado.
La emigración conlleva dejar atrás el lugar con el que se guardan vínculos entrañables, pero además se deja a la familia, y más doloroso aún, cuando llega a otras tierras, tiene el migrante que enfrentarse a temperaturas hostiles, a una lengua extraña y ha de asumir la condición de extranjero la cual solo resulta halagüeña en República Dominicana.
Será difícil que, de una vida llana, sin alteraciones, sin sobresaltos, pueda surgir una historia digna de contarse ni para la ficción ni para la realidad. El hecho de emigrar, aun fuese en condiciones cómodas, constituye una ruptura en la vida de la persona que lo hace. ¿Cómo ha de ser para aquellos que abandonan el lar nativo sin dinero, sin abrigo y sin saber dónde dormirán la primera noche en tierra extraña?.
Con sus andares, trabajos y esfuerzos relatados en estos escritos, los autores han demostrado la certeza de la sentencia del poeta español Antonio Machado cuando expresa: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.
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(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).