Creer o no creer, esa es la cuestión…
¿Qué es importante, creer o no creer? Unos dicen que es «preferible» creer, ya que no se pierde nada con hacerlo, sin embargo, «esa creencia» debe estar acompañada de un convencimiento real y sincero. De lo contrario, si «ese algo» existe, no se tragará el cuento…
Por lo menos, es lo que «hemos interpretado» de esa fuerza superior que nos ha dado la vida. Los evolucionistas y los «casualistas» están exentos de «esa maraña» de cuentos.
Las historias provenientes de antaño, en las que «se intenta» darle «un origen santo» a la creación del hombre, son fantásticas y fuera de la posibilidad de que seamos capaces de realizar dichas proezas.
Hasta ahora, todo lo narrado está «por encima» de las habilidades humanas, por lo que «todo» lo que esté fuera de estas, es considerado «divino» y digno de arrodillarse y clamar…
Ciertamente, esas historias pasadas nunca se han manifestado en tiempos modernos, salvo uno que otro «avistamiento» de ovnis escurridizos, tal cual los dioses creídos.
Los que creen suelen no practicar al detalle las reglas de sus religiones. La solidaridad es algo incierto en un mundo de inciertos. Los dioses son «más prácticos y reales» y basados en el bolsillo y el poder de solvencia.
Muchos exitosos terminan creyendo en Dios, ya que tienen más de lo que pudieron haber soñado y «eso» los acerca a lo divino. Aunque del «otro lado» también suele haber un acercamiento basado en la esperanza de que «ese Dios» se apiade de sus miserias.
Nada nuevo e innovador que digamos, ningún aporte al comportamiento humano de miles de años. Seguimos aferrados al bienestar individual y «creemos», pero no participamos del problema del otro.
Tampoco es un asunto diferente al de los que no creen. Su comportamiento es similar al de los creyentes, ya que «la humanidad» se impone. Estamos programados desde una individualidad cercana a «lo cercano», es decir, la familia y «quizás» luego el resto.
Esta aplicación es más sensata si usted no cree, pero si cree, no está acorde a su creencia. Se supone que, el dado a Dios piensa que todos «somos hermanos», pero todos sabemos que hay hermanos y hermanos…
Y aquí entra «la falla» de Dios: nos ha dado una personalidad auténtica y única y es «algo» que, efectivamente, aplicamos. Nadie se muere por el otro, ni lo ampara para siempre, ni lo adopta, lo cuida, lo mantiene. Nuestra naturaleza es individual, ya sea en el que cree o en el que no.
Nadie actúa de acuerdo a «los libros sagrados»; es toda «una ilusión» y un sueño de los creadores, aquellos que intentaron cambiar su mundo escribiendo «lo que debería ser», pero nunca será.
Agradecer siempre debe ser un acto diario de consciencia. Sabemos lo frágil y breve que somos. Los ignorantes y especuladores ante el misterio de ser y «estar» donde estamos. Ante nuestra misma aptitud egoísta de «salvarnos» ante lo insalvable.
Pero agradecer siempre, por el simple hecho de «participar» sin ser invitados, digamos, por la oportunidad de sentir todo lo que uno siente en este estado, inmarcesible y marchitable a la vez, como un regalo ante nuestra ignorancia.
¿Que somos gente del cielo viviendo una experiencia terrenal? Quisiera pensarlo así, y ojalá que tengamos un juicio en que se delaten todos nuestros pensamientos y acciones «malabericas» donde se expongan todas nuestras miserias humanas.
Me encantaría ver los argumentos ante «esta creación» creada por un Dios «perfecto» creando «imperfecciones»… Todo un caos de irracionalidades que los creyentes atribuyen «al libre albedrío» y los incrédulos a la incertidumbre y el azar…
Ser bueno, así no haya paraíso, siempre engendra un bienestar que se torna en salud y equilibrio mental. Ser bueno, con Dios o sin é, es la «particularidad» de «esa gente» del cielo aquí en la tierra.
No es necesario creer, pero sí amar, pero sí dar y recibir y ser noble y sensato con ese bienestar que se proporciona o recibe. Con esa «intención» que manifiesta nuestra mente. No es válido «pensar» bueno y «actuar» malo. Dios es un bien indivisible, por lo menos, en la mentalidad humana. ¡Salud! Mínimo Cielero.
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(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).