Se observa en nuestra sociedad una escalada peligrosa de situaciones traumáticas, depresivas y estresantes que conducen a las personas a despojarse de la preciada vida. Es un asunto repetitivo que genera preocupación. Para decirlo en un lenguaje más llano, la depresión nos está matando.
¿Cuáles son las causales de ese fenómeno social?
Esas eventualidades traumáticas son el producto de varios factores, como maltrato físico o abuso sexual, la muerte o la pérdida de un ser querido, una relación difícil de pareja o problemas económicos. Le agregamos la situación genética de familiares consanguíneos que tienen antecedentes de depresión, trastorno bipolar y alcoholismo.
La crisis emocional ataca a todas las personas por igual, sin importar que sean ricos, pobres, profesionales, educados o no. Se presenta en cualquier momento, sobre todo, cuando surgen circunstancias inesperadas.
Los textos de medicina la definen como «un trastorno mental caracterizado por un bajo estado de ánimo y sentimientos de tristeza, asociados a alteraciones del comportamiento, del grado de actividad y del pensamiento. Es la primera causa de atención psiquiátrica y de discapacidad derivada de problemas mentales».
Se baraja la tesis de que atrapados en las redes del decaimiento emocional, los individuos ven el suicidio como la única solución a los tormentosos problemas que acarrean. Es como hacerle honor a la lapidaria frase del fallecido escritor colombiano José María Vargas Vila, de que «Cuando la vida es un martirio, el suicidio es un deber».
El suicidio es algo similar a la eutanasia con la diferencia de que en el primer caso el individuo se despoja de la vida de forma solitaria. Es decir, se envenenan, se cuelgan, se arrojan a las aguas del mar o desde un edificio, se disparan a la cabeza o rocían gasolina y se pegan fuego.
La eutanasia es la muerte directa o voluntaria con el consentimiento al médico de parte del paciente o los familiares en función de la voluntad de morir para terminar el sufrimiento causado por una enfermedad catastrófica e incurable. En términos prácticos, es una fórmula para acabar con la tristeza, la melancolía y el desánimo.
Hay mucho mito sobre el desaliento y el suicidio. ¿Se le puede tildar de cobarde a una persona que intenta matarse? Creo, es lo que estimo, que es un derecho que le asiste, aunque se considere una errática decisión.
Se ha escrito bastante sobre ese asunto. Comentemos solo dos mitos acerca de esa manera drástica de acabar con la existencia: «Toda persona que quiere suicidarse, no quiere morir, sino aliviar un intenso sufrimiento», «La desesperanza provoca una constricción en la visión de sí mismo del entorno y de su vida, facilitando una visión en túnel».
Las estadísticas universales son escalofriantes. En República Dominicana los fallecimientos por suicidio durante los años 2007-2016 ascendieron a 5,662, un promedio de 566 casos anuales, representando el 11.22% del total de muertes violentas para ese período. La tasa de mortalidad por esa autodestrucción en ese año fue de 6.4 por cada 100 mil habitantes, donde en un 85.41% de esos hechos fueron hombres y 14.58% mujeres.
En septiembre de 2023 se dio a conocer un informe de que en el país que en 2016 hubo una cifra específica de mortalidad por esa vía en adolescentes de 2.3 por cada 100 mil habitantes. La adolescencia es una etapa peligrosa en la que se replantea la definición personal y social del ser humano en el hogar, la búsqueda de pertenencia y el sentido de vida.
Se ha determinado que cada año, alrededor de 67 mil adolescentes se quitan la vida, convirtiendo el proceder en la tercera causa de muerte en ese segmento en el mundo y la cuarta en América Latina y el Caribe. (Fuente: «Mortalidad por suicidios en adolescentes en la República Dominicana», Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), marzo-abril de 2018).
Esa patología social aún persiste. Citemos solo un hecho. El 28 de febrero del 2024, varios hombres rescataron una joven mujer que intentó lanzarse de una de las vigas que atraviesan el paso a desnivel de la avenida 27 de febrero con Defilló, en el Distrito Nacional. Sentada sobre la viga, ella lucía muy pensativa e indecisa, mirando a los vehículos que circulaban raudos por la concurrida vía. Nadie sabía lo que pasaba por su mente en esos momentos críticos. Por el tiempo que permaneció indecisa, se deduce que estaba depresiva y no quería morir. Se especuló que tenía cierto desequilibrio mental.
¿Acaso se acobardó al no arrojarse al vacío? Es posible, porque pese a ese impacto emocional y desgarrador, es bueno continuar viviendo en medio de dificultades. Hay que verse en esa situación para responder a esa interrogante.
La verdad es que no se debe criticar a nadie que tome decisiones de ese tipo, sino lamentarlo, averiguar qué está ocurriendo en nuestra sociedad, por qué hay tantas gentes depresivas y cómo ayudarlas a preservar sus vidas, aunque sea con precariedades.
Y bien lo dijo el famoso filósofo español José Ortega y Gasset con las siguientes frases: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo»; La voluntad de ser uno mismo es heroísmo»; «No podemos dejar de vivir hasta que estemos listos».
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).