A la desgracia del coronavirus se agrega el infortunio de que esa pandemia coincide con la simulada campaña electoral para las elecciones ahora fijadas para el 5 de julio, lo ayuda a desatar bajas pasiones en grupos e individuos que solo conseguirían sus propósitos políticos si arde Roma.
La covid-19 no es ideal para catapultar a ningún sector al Poder, menos con el uso de plataformas ordinarias de promoción o con la instalación de laboratorios de infamias. Este es un momento trágico e inédito que requiere de valores, no de prejuicios.
La indignación colectiva que por la suspensión de las elecciones del 16 de febrero fue exitosamente manipulada por clanes políticos y mediáticos que la convirtieron en un tsunami contra el Gobierno y el partido oficial a los que endosaron ese crimen.
El éxito de esa estratégica política y comunicacional que puso a las redes a vomitar odio y a la juventud de clase media a trasladar Altos de Chavón a la Plaza de la Bandera, se reflejó en los resultados de los comicios efectuados un mes después.
A la Organización de Estados Americanos (OEA) le fue encomendada investigar las causas de la interrupción de esas votaciones, con la condición de que los resultados de esa indagatoria tuvieran efecto vinculante sobre todas las jurisdicciones nacionales, lo que fue aceptado por el Gobierno y acogido por el liderazgo político.
Resulta que los auditores de la OEA determinaron que no hubo fraude ni agresión externa contra ese proceso eleccionario y que la interrupción fue motivada por negligencia e inobservancia del área de informática de la Junta Central Electoral (JCE). ¿Quién recoge el agua derramada? ¿Qué decirle a los muchachos de la Plaza?
Con el coronavirus se ha querido repetir la misma receta sustentada en afrenta e infamia, sin darse cuenta que esta vez no es una comedia, sino una auténtica tragedia que abate a la población y que no ofrece espacio para la perversidad política.
Aunque es mucho e intenso el veneno que se le inyecta, las redes sociales, como cuerpo vivo y viable de la población, ha creado sus propios anticuerpos que garantizan que no convulsionará ante tanta toxina de insidia, infamia, odio y rencor.
En este tiempo de coronavirus, debe aflorar en cada individuo, sin importar bandería política, posición social o credo religioso, los más excelsos valores humanos, como el amor, solidaridad, sacrificio, valor, comprensión, desprendimiento y compasión.
La lucha contra la COVID-19 nada tiene que ver con las elecciones presidenciales y congresuales, por lo que no se repetirá la farsa política y mediática derivada de la suspensión de las elecciones del 16 de febrero. Esta vez hay que enhestar la Bandera Nacional con auténtico fervor patriótico.
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