«Quien en Dios espera no desespera…, corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante», nos dice la Biblia, y hoy más que nunca es necesario hacerlo. Creámosle a Dios y a sus promesas, como él mismo nos sugiere. Dejemos la prisa y la impaciencia, ellas no conducen a nada positivo.
Pero ¿qué es la paciencia? Se trata de vivir abrazando la virtud que nos permite sobrellevar con entereza adversidades en el hogar, el trabajo, donde pernotamos. Asimismo, las ofensas; rechazando el lamento y aún expuestos a situaciones difíciles, actuar con altos niveles de dignidad, de decoro.
A decir del recordado filósofo y científico, Aristóteles, la paciencia permite a las personas, sobreponerse a emociones fuertes generada por las desgracias o aflicciones. Hoy y ahora, el mundo sigue atravesando momentos difíciles. Esas problemáticas económicas, sociales, entre ellas el colapso del sistema sanitario, ya existían; el COVID solo las desveló. Pero recordemos: «nunca es más oscura la noche que cuando va a amanecer». La comunidad internacional tendrá que replantearse, si la desigualdad social o inequidad y la inducida pobreza, como fuente de enriquecimiento de unos pocos, seguirá siendo parte del mundo post coronavirus.
Pero, volviendo al tema que tratamos hoy, es imperativo dejar la prisa. Parece que en el día, nuestro país, sobre todo en Santo Domingo, viviendo todavía en confinamiento; en la fase II, ha retomado su antigua cotidianidad. Sea temprano de la mañana o de la tarde…, salir a laborar, hacer diligencias y conducir vehículos de motor; circular por las principales vías, es entrar a un pandemónium total. Conducir es para valientes o personas arriesgadas…, hay que encomendarse a Dios antes de salir a las principales avenidas.
Llevamos tanta prisa que parece como si viviéramos solos y los demás no importan. Eso no es vivir en colectividad, es momento de despojarnos de esa velocidad soberbia, ella no es buena aliada. ¿Pero cuándo pararemos?.
Exhibir buenos modales, ser cortes, es parte de ser paciente, y poder hacerlo cuando el estío nos acompaña, es para seres humanos de estatura elevada a nivel cognitivo. Máxime cuando decimos ser creyentes en Dios. Si de verdad lo amamos, seremos fortalecidos y él nos enseñó que: «para toda paciencia y longanimidad seremos fortificados».
Aunque sé que no seremos Job, porque, para nosotros es difícil, casi imposible ser como los profetas, porque ellos sí que dieron ejemplo de paciencia, pero podemos imitar una ínfima parte de su legado. Quizás si nos avocamos a ella, Dios sea más compasivo. A él la gloria. Humanicémonos. Cambiemos nuestros sentimientos nocivos!.
Es difícil pero con la paciencia que cada día labraremos, lograremos combatir el estrés que vivimos fruto del famoso y vulnerado distanciamiento social o por todo lo que estamos viviendo, el enojo y la frustración. Recordemos que hay «Vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad», dice Romanos 2:7. Respondamos con paciencia. Dios nos ayude.
(La autora es educadora, periodista, abogada y locutora residente en Santo Domingo).
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