Uno llega de repente y se encuentra con todo esto. Al principio, somos tan ignorantes que ni siquiera nos preguntamos ¿De qué se trata? simplemente llegamos y «nos integramos»…
Más adelante, comienzan las preguntas y uno «se reconoce» como un «ser extraño» que no tiene futuro, más que «un tiempo» para estar y que a «ese tiempo», tendrá que apresurarlo si es que quiere… «vivir algo».
Se va enterando de la historia y se «regocija», por haber llegado en un momento donde la mayoría de las enfermedades están «solucionadas» con una serie de pastillas de «variados colores».
Un simple dolor de muela, piensa, en aquellos tiempos atrás debió de ser algo terrible, ni decir de las enfermedades venéreas, que terminaban minando la vida del portador.
Pero hay «algo» que lo atrae y trae consigo «un no sé qué» que llama a su alma y siente que, hay otras épocas específicas, que son parte de él, por la razón que sea. Total, el mundo es ya un misterio y que uno lleve consigo «otro» no es na’.
Yo siento algo de nostalgia por la época del descubrimiento de América, como si yo hubiera participado de aquellos instantes en donde, de isla en isla, Cristóbal Colón y los demás marineros, íbamos descubriendo un archipiélago de paraísos infinitos.
Por supuesto que la mayoría íbamos desdentados y malolientes. No había desodorantes y los jabones escasos. Un trapo mal puesto en los pies, como media, de unos «zapatos» amarrados a fuerza de soga.
La belleza era distinta y la vestimenta harapienta. Los trajes «finos» fueron y siguen siendo exclusivos de unos pocos. La miseria era vista de otra forma, ya que uno se conformaba con una choza y una dieta simple y, yo diría, más sana que la de ahora.
Ni un radio o televisión para enterarse qué estaba pasando en el mundo. Muchos menos celulares o forma rápida de comunicación, es por eso que las novias, morían de angustia cuando nos desaparecíamos por meses en el océano sin saber si habíamos perecido en la travesía.
Los reencuentros eran como si volviéramos a ver a un muerto, ya que la gente se desaparecía y más si debía dinero… Bueno, eso me favorecía antes…
La primera vez que vi a «esas indias» juraba que habíamos llegado al paraíso prometido de Dios, dije, «hemos descubierto la morada santa». Mujeres hermosas, de piel tostada y encima ¡Desnudas!
Por un momento pensé que habíamos fallecido todos y que ahora estábamos en el cielo, hasta el mismo Colón llegó a dudar de nuestro estado. Lo cierto era que no se me ocurrió volver a España y pedí quedarme con el grupo que esperaría la vuelta del almirante.
Los vimos marcharse en las dos calaveras que quedaban. El júbilo y los miedos naturales de quedarnos solos con tantas mujeres desnudas, se mezclaban con el «miedo natural», de estar también rodeados de hombres desconocidos.
A los pocos días comenzaron los problemas. Los celos, que siempre han existido en todas las épocas y culturas del mundo, terminaron por matarnos y comernos. Cuando llegaron de vuelta de España, ni un hueso nuestro encontraron.
Así terminé aquella época. La angurria es algo heredado que traje a esta. Me iba a morir de todas maneras, bien fuera por los mosquitos o por las selvas o por el tiempo que ha pasado, más de quinientos años.
Lo cierto es que, de todas las vidas que he vivido, la cambiaria todas por esas pocas horas caribeñas que pasé con aquellas «indias». Ni siquiera sentí «el tallaso» que me metió Caonabo en la cabeza, morí en los brazos de Mencía.
Uno debe morirse así siempre.
Pero aquí estoy ahora, rememorando épocas pasadas en donde la libertad era tan simple, que bastaba con dar unos pasos y ya estaba uno en la soledad absoluta.
Buscando descubrir un mundo donde todos nos descubríamos y no como ahora, que si te vas a perder con una india las posibilidades de ser «descubierto» por tu mujer son demasiado altas!… ¡Salud!. Mínimo Epocero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).