(a propósito de mi «sobrino» Jean Alain Rodríguez)
La única vez que alcancé a ver a Jean Alain, el momento quedó plasmado en una vieja cámara Polaroid. Serían los principios de los 80, cuando su madre, mi prima hermana, nos regaló una visita a mi casa materna en el barrio de Los Prados.
Aquel niño inquieto (tendría unos 7 años y yo 18) llamó mi atención por su locuaz desenvolvimiento y simpática inteligencia. Le hice posar a mi lado para tomarnos la foto.
A día de hoy solo he vuelto a verlo en todos los medios ávidos y por haber de la República Dominicana. Jamás supe de él hasta que me enteré de que era el «mandamás» de la justicia dominicana.
Con esto último dicho no intento guardar la distancia por todos los actos de los que se le acusa, ya que siempre he pensado que uno de los principales problemas por los que nuestro país ha sido tan golpeado es precisamente por «esa clase» llamada «oligarquía».
¿Cuántos Jean Alain se le han escabullido a la «justicia dominicana»? ¿Cuántos andan «relajados y tranquilos» por nuestras calles? ¿Acaso, esto es una primicia? ¿Algo nuevo? Y sigo preguntando, ¿a cuántos Jean Alain conocen ustedes? ¿A cuántos amigos suyos o familiares? El silencio siempre nos ha hecho cómplices y en muchos casos protagonistas de estos desmanes.
El problema no es nuevo ni es de ahora, es desde la misma fundación de la nación y seguramente desde antes.
Por fin, el gobierno se ha «dignado» en «intentar» «ensayar» una justicia independiente. Personas que cumplan con ese rol tan necesitado, ansiado y deseado por un pueblo huérfano de gente jodía y pasando necesidades, consecuencia, no solo de estos «tutumpotes» chupando de su sangre, sino de muchos hijos de machepa entrenándose a ser vampiros también.
Cuando me refiero a «intentar, ensayar» lo digo como un grito profundo de dudosa realidad. Apenas estamos conociendo «los nombres» de los implicados. Y «los salpicados» serán más, ¡muchos más!. Al punto que «tal vez» tengamos que buscarnos «otro gobierno»…
Si en verdad tenemos la intención de hacer justicia, no basta con «relucir», «resaltar», «repetir hasta la saciedad» el nombre de un individuo. Como si fuese «el único» embaucador de un pueblo donde se conocen a todos sus ladrones.
Esto me recuerda una anécdota ocurrida en Colombia; se había «decidido eliminar» al jefe paramilitar, Carlos Castaño, por lo que se llevó a «dar una vuelta» por el monte sin que este supiese las intenciones. Se dice que uno de los asesinos comenzó a pegarle con una correa, a lo que otro, indignado, le llamo la atención y le dijo: «humillarlo no, mátalo de una vez».
El morbo, nunca ha sido algo ético en sociedades altamente conscientes de que «el criminal» tiene familia que nada tienen que ver con el crimen… No se «restriega» tanto al culpable, sino que se busca dejarlo en el olvido, de poco le sirvió a la ciudad de Chicago intentar borrar todos los vestigios donde ocurrieron los crímenes de Al Capone, la gente «ama» el morbo porque tal vez lo somos…
Se intenta evitar que los hijos sientan el resentimiento de la sociedad que injustamente los hace cómplices sin serlo, por lo menos, cuando son apenas niños.
¡Ojalá! Que la justicia se mantenga independiente y es algo por lo que todos tenemos que involucrarnos para que así sea.
¡Ojalá! Que esta siga indagando y recupere, no solo las fortunas robadas recientemente, sino ¡todas!. Desde la famosa época ¡del jefe!… Los escándalos serán tan colosales que, «estos» actuales y deleznables igual, los veremos chiquitos…
La última vez que me tocó reunirme con «esa clase» dudosa y pretenciosa que circunda ambiciosa por toda la geografía, logré, de cierta manera, dejarlos a todos conscientes de su «banalidad».
El único extraño, en aquella mesa de diez personas, era yo, por lo que uno de ellos «de forma gentil» pidió que cada uno se identificara no solo diciendo quién era, sino también de que «estirpe y alcurnia» con la llamada intención de saber si yo… Era uno de ellos.
Me dejaron de último para irme «torturando» por lo que cada uno se fue explayando, hijo del general tal, sobrino del empresario x, primo de la reina z, hasta que llegó mi turno en donde todos ansiosos esperaban humillar a este pirata…
Lentamente, me paré de la silla y en tono serio y enérgico alcancé a decirles ¡yo soy el tataranieto del Conde Drácula!. Todos exclamaron aterrorizados, ¡ohhh! Por lo que apresuradamente y en tono más sutil alcancé a susurrarles «pero no se preocupen… No chupo sangre». Ahhh ¡brindemos!. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
Posdata: El juicio aún está pendiente, como también en mi memoria está aquel niño mordaz, que curiosamente se acercó a mí aquella lejana tarde. Al despedirse me dijo adiós con sus manos, yo solo atiné a decirle; que te vaya bien…
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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