Hola, apreciados lectores, el artículo de hoy, sumamente juicioso y oportuno, ha sido escrito por la joven intelectual Erinia Peralta. Con gran satisfacción lo insertamos en este espacio, y con ello se hace honor al nombre de la columna. He aquí su contenido:
Carmela llegó a mi casa recomendada por mi hermana. Solo necesitaba ayuda unas horas a la semana, así que le expliqué las tareas que quería que realizara, principalmente la limpieza de la casa. Ambas éramos inexpertas en entrevistas y negociaciones. Carmela preguntó si debía lavar o planchar la ropa, a lo que respondí que no, pero que ocasionalmente podría pedirle que me planchara alguna blusa. Parecía sorprendida por mi respuesta.
Luego llegó el momento incómodo: hablar sobre el salario. Sin pensarlo, le pregunté cuánto esperaba ganar. Su nerviosismo fue evidente, y me di cuenta de que había cometido un error. Traté de motivar a que me dijera como lo veía ella que no había problemas. Le aseguré que evaluaría si podía pagar esa cantidad. Su respuesta, con la mirada hacia abajo, fue un tímido «lo que usted quiera».
Comprendí que era una situación incómoda, como lo es para cualquier empleado, y decidí hacerle una oferta justa, tomando como referencia el salario mínimo para trabajadoras domésticas que había establecido el Ministerio de Trabajo.
Carmela quedó satisfecha y su actitud cambió de inmediato. Sin regateos ni condiciones, tomó el “suape” y comenzó a trabajar.
Este momento me generó una serie de sentimientos. Imaginé que era una situación común, aunque no generalizada. Si no hubiera tenido la intención de ser justa y una referencia de salario adecuada, Carmela podría haber terminado con un acuerdo desfavorable.
Aquí radica la importancia de regular el trabajo doméstico: la justicia. Siempre he considerado acertada la decisión del Ministerio de Trabajo en este sentido, por lo que lamento profundamente la reciente decisión del Tribunal Constitucional y lo que ésta puede implicar.
Es preciso tener reglas y parámetros claros que puedan regir este tipo de trabajo es importantísimo. Conviene entender que más allá de nuestro propio criterio hay derechos, y que los trabajadores domésticos los tienen y avanzar hacia una cultura en la que estos se reconozca y respeten. Cualquier paso en esa dirección debe ser bien recibido.
Debemos retomar el camino hacia la justicia, aunque tarde en llegar. Es fundamental encontrar una solución, ya que no todas las personas tienen la suerte de tener alguien que entienda lo difícil que es negociar un salario justo, como Carmela.
rafaelperaltar@gmail.com
(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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