Visión global
Cuando la ultraderecha fraguó como meta mediante un lowfare llevar a la cárcel a Luiz Inácio Lula da Silva en 2018, la idea predominante no fue solo su prisión, sino sacarlo para siempre de la lucha política.
Ha sido una de las orquestaciones más despiadadas en la política latinoamericana, que empezó en 2016 con la destitución de Dilma Rousseff mediante un golpe blando.
Una justicia instrumentalizada, primero en la persona de un juez político, y luego con otros estamentos judiciales, robó a Lula, no solo la posibilidad de que el pueblo brasileño volviera de nuevo hacia él—la primera afectación—, sino parte de su vida personal y familiar con daños irreparables.
Nadie puso en duda desde el principio que el objetivo fundamental era proscribir a Lula de manera definitiva—trataron de enterrarme, pero aquí estamos», dijo en su discurso del domingo en la noche—, pues conocen mejor que nadie la inmensidad de su personalidad política y su liderazgo esencial.
En principio lo lograron, aunque solo de manera temporal, pues por virtud del plan en las elecciones de 2018 ni siquiera se permitió que el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) pudiera referirse a su líder en las actividades de campaña.
No se permitió que Lula enviara a los medios un mensaje alentando a sus seguidores, y ni siquiera se permitió que fotos suyas fueran exhibidas durante los mítines; toda una maldad bien ensayada.
Pero Lula volvió, como han logrado volver otros grandes hombres en la historia de la humanidad que en su momento se pensaban acabados.
Resulta que esos hombres han logrado reponerse o volar por sobre el fango de las perversidades porque han dejado un legado a su paso por el poder.
Es el caso de Lula, cuya impronta como gobernante tiene un impacto inmenso en las grandes mayorías brasileñas que el domingo decidieron volver a él cuando su situación se ha deteriorado hasta la ruina.
Si bien los pueblos suelen olvidarse de sus redentores, no siempre se logra confundir a todo el pueblo todo el tiempo. Ha sido el caso de Lula.
Sometido a una campaña brutal para llevarle a la cárcel «sin pruebas, pero con convicción», muchos daban por hecho de que Lula da Silva era un muerto político.
Sin embargo, es oportuno entender que en la política los muertos no abundan, y que quienes hoy pudiera considerárseles cadáveres, mañana pueden renacer.
Son las circunstancias las que determinan la suerte de los líderes. Y para Lula la circunstancia surgió cuando los brasileños escogieron como gobernante a alguien lleno de muchas maldades y pocas virtudes. Allí empezó la resurrección de ese gran líder.
Nelsonencar10@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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