Callar no es una cualidad apreciada, las personas que no dicen nada, en medio de una reunión social, por lo general son tomadas como «odiosas», sin embargo, suelen ser de pensamientos profundos, lo cual no les quita el título de antipáticas…
Lo cierto es que, ser el payaso o la monedita de oro que tantos aspiramos, genera una labor tediosa y de mucho esfuerzo. Estar dentro de uno y mirar a los demás como seres «imberbes» es algo que corresponde a personas de mucha experiencia o seres muy evolucionados que han entendido que «casi» todo lo que se habla carece de realidad, verdad o simplemente exagerado.
Cuando uno escucha la facilidad con que la gente «ladra» tantas teorías y noticias o afirmaciones, que escucharon «por ahí», sin haberse tomado la molestia de indagar lo que repiten como grabadora y de manera «convincente», es cuando aprendemos a callar…
Nos vamos haciendo viejos y sabios cuando ya no importa sobresalir, cuando no es necesario «salir en la foto», o simplemente cuando no nos toman en cuenta. No es que uno quiera que lo ignoren o dejen de apreciarlo, pero, esas trivialidades se van alejando cada vez más de uno, y que bueno, que uno también se aleje de ellas…
El manantial de voces se hace ausente y uno se reafirma en lo que uno ha llegado a ser. Un ser despojado de anhelos vanos y de aplausos que «claclaquean» fuerte a nuestros oídos. Uno se hace bailarín de un ballet «cisnero» qué imperceptible roza el agua y se escurre silencioso en una estela sencillita.
¡Qué bueno es el silencio! Que placer callado arropa gentil nuestra piel que sin recompensas expele un olor inodoro, porque está fuera ya de los egos y las fragancias y todos los antídotos embriagadores que sirven al cuerpo, no al alma.
Uno se va desapareciendo, como efectivamente sucede, en un camino solitario que siempre estuvo ahí, pero que ahora lo vemos con más esplendor porque, de cierta manera, él permanecerá incólume, y esa nostalgia nos toca y despierta y nos reafirma el momento y todo lo que se va perdiendo.
Un camino que nos trae momentos andados y que anhelamos tocar de nuevo. Volver a cruzarnos una vez más de esa «nostalgia extraña» que registró sentimientos buenos y que, tal vez, el camino, como testigo constante nos «charle» detalles no percibidos, por ese ímpetu de antaño.
Las voces, los pensamientos y todas las distracciones inmaduras van tropezando ecos «gangosos» que cual estampida aún retumban como truenos por toda la pradera. Mientras uno se acerca bajito, como quien flota del suelo, intentando tocar sin tocarse, intentando bañar sin mojarse.
Dicen que «el que come callado, come dos, tres y muchas veces más». Lo cierto es, que mientras más callado ande uno, más lejos llegará. Una afirmación lógica, tomando en cuenta que al primero que «le tiran» es al que más bulla hace.
No se olvide de guardar silencio, observe, escuche, hable lo necesario y aprenda a disfrutar del placer de este. Un oasis en medio de la nada, rodeado de gigantescos altoparlantes de gente levantando su mano en un vano esfuerzo por ser escuchadas «intentando» llamar su impresión, mientras usted se toma su agua de coco ¡A la sombra de la palmera!. ¡Salud!. Mínimo Silenciero.
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(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).