Por Máximo Caminero
Siempre me ha dado vueltas esa frase puntual de la Biblia que dice «libre albedrío». Me parece una forma genial, de Dios, de «liberarse de toda responsabilidad».
Algo así como, ahí los dejo a todos, ¡a la buena de Dios!.
Pero en términos más filosóficos y menos espirituales, se me ocurre «atar» al destino, con el libre albedrío.
Podría parecer una confrontación de opuestos, ¿cómo, podría existir un destino …libre?.
Se supone, y esto va para los deterministas como yo, que el destino, por más vueltas que dé, siempre nos lleva a donde «se supone» que teníamos que ir.
Pero ahora se me ocurre la brillante idea de que en «verdad» no venimos atado a «un» destino, sino que «podemos escoger entre muchos» destinos.
¿Cómo es eso?. Eureka!. La palabra clave es, nada más y nada menos que, ¡el libre albedrío!. Estoy seguro que ya se lo sospechaban.
Supongamos que andamos perdidos. Llevamos días de andar por un camino por el que no se ve a nadie hasta que, de repente, el camino se divide en cinco.
Es en este punto cuando entra en función el libre albedrío. Aquí tenemos que decidir entre uno de los cinco. Cualquiera de estos nos tiene un destino distinto, pero esos destinos nos corresponden. No importa cuál escojamos, estaban todos escritos única y exclusivamente para nosotros.
¿Qué sucede con los cuatro destinos que no escogimos?. En algunos casos diremos, debí de haberme ido por allí, tal vez me hubiese ido mejor con fulana o sotana.
En la mayoría de los casos, no nos enteraremos de ¿qué hubiera sucedido si…?. Solo estamos seguros de que, si hubiésemos tomado otro camino, no estaríamos viviendo la vida que tenemos ahora.
La buena noticia es que tanto el libre albedrío como el destino, parecen ser inagotables y, hasta me atrevería a decir, eternos e infinitos, es decir, van más allá de las estrellas.
Como una buena partida de ajedrez, tenemos la opción de «cambiar» una y otra vez el camino andado.
Podemos devolvernos, doblar a la izquierda, brincar y desaparecernos por cualquier callejón y, al llegar a la calle del otro lado, seguir caminando sin parar.
Tenemos el libre albedrío de ¡soltar! Lo que no nos guste, lo que nos estorbe, todo lo que nos cause dolor o llanto.
El destino «escogido» no necesariamente tenemos que aguantárnoslo, para eso está su compañero fiel, su cómplice de batallas, el que nunca le abandonará, así usted no lo use, el libre albedrío.
Dios y su infinita misericordia o el universo geométrico, que todo lo tiene calculado, han tenido la paciencia de elaborar para nosotros un plan de diversas e intrincadas posibilidades.
Está en nosotros tener el coraje de decidir vivir un solo destino o «arriesgarnos» a buscar otro sin saber si será mejor o peor…a mí no me ha ido tan mal.
Para concluir el punto y que no nos vayamos tan perdidos voy a «tratar» de simplificar el asunto.
El libre albedrío es la herramienta que tenemos para cambiar el canal de televisión que estamos viendo.
De vez en cuando hurgamos en los otros canales y si no encontramos nada regresamos al que estábamos, pero a veces…no regresamos.
El destino es el lugar al que nos lleva ese canal. Las sonrisas, los miedos, los amores, la miseria, la riqueza, etc. etc. etc.
Existen canales de terror, otros de monasterios y de las mil y unas formas que usted quiera, para eso tiene la libertad de escoger.
Pero si solo tiene un canal y ¡no le gusta! Siempre puede apagar la televisión y conversar con su amigo inseparable.
De seguro que él le llevará a su libre destino… ¿o no?. ¡Total, todos los caminos conducen a Roma y Roma al revés significa …Amor!. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
massmaximo@hotmail.com
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