Un hombre y su esposa han consentido en publicar la historia que los ha envuelto a propósito de presentarse entre ellos un invitado no deseado. La víctima principal ha sido el marido a quien llamaremos Augusto, pero la historia es contada por la esposa, Jonaira (también nombre fingido). Constituyen una familia de clase media y con nivel de educación calificado. Así ha hablado la señora:
Sabes que está en todos lados, estás segura de que es real y es de alta peligrosidad para la salud. Lo vivido por mi familia luego de que mi esposo fuese contagiado (no sufre de ninguna de las afecciones mencionadas que pueden agravar su estado) es un drama que hasta este momento cuando me siento a dar testimonio, lloro.
Desde inicio de la cuarentena establecimos reglas, como los hijos son adultos, irían una vez por semana al súper. Y se hizo así, pero antes de dar apertura a la desescalada por fase, ya mi esposo tenía que ir a la oficina (encargado de contabilidad) y él entendía que ya que salía, podía hacer compras (reconozco que abusó). Esas salidas se hicieron más frecuentes. Estaba presente el gran riesgo, aun tomando medidas: mascarillas, guantes, desinfectante.
Le llega una tos, casi un mes. Pierde el olfato, por lo que le digo “hay que tomar esto con más seriedad por el COVID”, ya me estoy inquietando y le propongo que debería buscar cómo tomarse una prueba PCR, pero me alega que él no tiene nada, en estas situaciones el último en reconocer síntomas y aceptar un posible contagio es el afectado.
Las autoridades le dan apertura a la fase I de la desescalada e inician las labores con un horario reducido, por lo que, en la primera semana hace acto de presencia el tercer síntoma, la fiebre, lo despachan del trabajo hasta que se haga prueba o hasta nuevo aviso y es aquí donde a la familia le empieza su odisea.
Ese mismo día que lo despachan, le conseguimos la indicación y un tratamiento genérico para calmar más que los síntomas presentes y los que luego llegaron.
Veintiún días de aislamiento fueron suficientes para que la familia pasara todas, lo que más impotencia producía en todo este proceso era el no conseguir cita en los laboratorios.
La primera cita fue una experiencia terrible, horas (hasta 70 minutos de espera) no solo en un teléfono, no sólo en laboratorio, sino con un teléfono fijo y tres celulares, aun así fracasó el primer intento, las respuestas de los laboratorios llovían: “Ya no hay cupo, llame mañana”.
(El autor es periodista escritor y periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
rafaelperaltar@gmail.com
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