Reflexiones en el cambio #50
Vivimos en un país caro, muy caro, carísimo. No sé, en verdad, cómo nuestra gente subsiste en medio de una pérdida absoluta del valor del dinero. Penosamente, los que llevamos la peor parte somos los de la supuesta clase media, quienes resistiendo para no caer en la clase baja entonces caemos en la trampa voraz del empresariado y el Estado.
Estamos ante una verdadera y demencial locura en la que cada día todo es más caro, donde los precios de todo cambian día a día y el que no compró hoy un artículo, mañana lo comprará a otro precio.
Díganme qué es barato aquí, siquiera a precio justo. ¡Nada! La ruta de gastos de un día cualquiera obliga a preguntarse qué está pasando en nuestra patria. Será que quieren que los pobres o la clase media no existan, porque como va esto le dejaremos esta media isla a la oligarquía, que son los únicos que, sin chistar, soportan los gastos de este nuestro inasequible país.
Hace unos tres días se me ocurrió llevar con exactitud y detalle los gastos de un día. Claro, siempre verifico lo que gasto, apuntándolo todo en una libreta para esos fines, solo que quise ver en detalle el círculo infernal de la sobrevivencia. Veamos lo que resultó.
La cocinera, Doña Kika, junto con el desayuno me ofreció la noticia de que se había acabado la compra. Pero hacía pocos días había hecho una, de manera que le repuse lo que pidió, aunque me advirtió que «eso no da para mucho». Nada, en ese momento mis posibilidades no daban para más. Pero al terminar de desayunar me di cuenta de que llevando la dieta (yogurt, salmón de pavo y pan integral) había gastado casi 500 pesos solamente en la primera comida del día. Sin duda que hacer dieta es cosa de ricos.
No bien terminé el desayuno me traen los pagos de los servicios de la casa: me tiraron a la cama un recibo por 23 mil pesos de electricidad, en una casa donde solo se enciende el aire acondicionado de mi habitación o de mi oficina. Será que Edesur piensa que es una fábrica que hay aquí.
Siguió la ruta del gasto con 6 mil de mantenimiento de la Junta de Vecinos que se encarga del residencial; 4,500 porque hay que limpiar el patio, 4,300 de teléfono e Internet, de agua y basura 1,400… además de que se estaba acabando el gas de cocina y a la compañía se le debía una factura de casi 5 mil… ah, el cable otros 2 mil y lavar el carro 350 más la propina, sumando 500 pesos. ¡Y eso, todavía no he salido de la habitación!
Cuando me monto en el vehículo, el chofer, Orlando, me da la noticia de que «hay que echar gasolina». «Bueno, pues párate en la bomba», le respondí. Se me ocurrió decirle al bombero que llenara el tanque… pero cuando me dijo «6 mil» ¡solo pensé en mi amigo Ito y su bendita fórmula! Y entonces, en ese mismo momento me llaman de la casa para decirme que se debía pagar el combustible de la planta eléctrica. ¿La factura? 4,300 pesos más.
Por supuesto, un clase media que se respete siempre necesitará tener un inversor y planta eléctrica, porque las «edes» atracan a los clientes cobrando a precio prohibitivo un servicio «a medias», pues a cada rato se va la luz.
No bien resueltos esos gastos, me llama otro asistente para decirme que ese mismo día se vencía una de las seis cuotas del seguro del vehículo. Pregunto cuánto es y responde: 18,600 pesos. ¡Pero ofrézcome, tener un vehículo es tan caro como mantener una segunda base!
Al salir de la bomba pasamos a recoger unos medicamentos a la farmacia, que según entiendo deberían durar por lo menos un mes. Solamente debo pagar la diferencia porque tengo un supuesto buen seguro médico. Cuando me pasan la factura, como paciente asegurado me tocaron pagar 12,600 pesos. ¡Pero Dios mío, qué es esto!! Entonces me responde la joven que me atendió, que «la caja de pastillas para la presión dura una semana y valen casi 2mil pesos».
Al llegar a la oficina del partido ni me desmonté porque la administradora, Doña iris, me avisa que se deben pagar de inmediato los servicios del local. Me puse las manos en la cabeza: solo a Edeste había que pagarle 50 mil de luz, porque cobran una carga fija de 25 mil. ¡Qué maldito abuso, dado que hace semanas que en ese local no se usa nada, porque después de la pandemia no se hacen reuniones presenciales! Pero las «edes» te promedian el consumo y nunca baja el costo, aunque esté todo apagado, alegando una tal «carga fija». ¡Lo que les falta es salir con una pistola a atracar a los ciudadanos!
Quedé de verme con unos amigos de la diáspora, a quienes había invitado a reunirnos en un restaurant, a media mañana, para saludarlos. Por cortesía, pedí la cuenta. Éramos cuatro, pero solo se desayunaron tres y la cuenta hizo casi ¡5 mil pesos de desayuno! ¿En qué país del mundo se le cobra al cliente 18% de itebis, más 10% de servicio y no se le puede dejar menos de un 10% de propina de la cuenta total, porque si no le dejas eso como mínimo, después te atienden a desgano.
De regreso a la casa le digo a una colaboradora que hay que hacer una carta. Me dice que se acabó el tóner y que eran 1, 450 pesos. Se lo paso y que siga la fiesta, pero sube a decirme que la motocicleta del mensajero no tiene combustible. Le doy 500 pesos. Como tenía una reunión en mi casa a la 1:00 pm con los representantes de los partidos, tenía que alistarme.
Antes había llamado a mi amigo Hatuey Sánchez para que, por favor, cuando viniera me trajera una paella para mis invitados, que eran como 20; en mi casa solo prepararían ensalada y lasaña. A esos fines había entregado el día antes 8 mil pesos. Como era considerable la cantidad de invitados, le digo a quien me asiste que busque dos personas más para que ayuden a atender a los comensales. La tertulia duró como dos horas. Al salir del comedor, cuando se habían retirado mis invitados, me dicen que eran tres mil para los que sirvieron de ayudantes y que uno de mis asistentes había pagado «lo del postre», que no se había contemplado, por lo que se le debía devolver esa suma. Casi me da un síncope cuando mi amigo Hatuey me dijo que había pagado 30 mil por la paella, pero que solo le devolviera 10 mil que lo demás era un aporte. Respiré hondo, si bien me apené por el tablazo que, sin querer, se le había pegado a mi amigo. Albania, que tiene conmigo casi 20 años, al salir me dice: «Don los últimos vinos que quedaban de las canastas y regalos de navidad se acabaron en ese almuerzo». Esa era mi reserva de alcohol para invitados porque, aquí en mi casa, nadie toma, gracias a Dios.
Eran como las tres y media de la tarde cuando me avisaron que la actualización de los documentos de una fundación propia costaba 10 mil pesos, pero que, aparte, había que pagar otra vez el registro del nombre a ONAPI (¿pero qué locura es ésta?) y por tanto, el costo total era de 15 mil pesos.
Cuando voy a mi habitación, extenuado de tantos gastos, pongo a Netflix pero me dicen qué hay que pagar. Por suerte es lo único que no resulta caro, apenas trece dólares (como mil pesos). Viene a ser que el streaming, que es una tecnología de última generación, era lo más barato que había pagado en todo el día.
No bien me acomodo para ver una serie histórica, me llaman para informarme que se debe pagar la diferencia de la clínica de un colaborador de largos años. Cuando pregunte cuánto eran… 22mil pesos… y eso que apenas tenía 3 días de internamiento y el seguro le había cubierto el 80% de los gastos. Ya me doy cuenta de por qué se muere tanta gente, al no poder cubrir esos gastos médicos.
Orlando, el chofer, interrumpe y me dice «Don, que Renso vino de la lavandería y que trajo la ropa (la que no se lava en casa)». 4 mil 800 más. ¡Pero será que me la están vendiendo de nuevo!, pensé.
Cuando miro la cuenta de lo que me habían depositado de sueldo el Parlacén en mi calidad de Diputado y me di cuenta que solo me quedaban 13 mil pesos. Le dije a un buen amigo que me facilitara «un dinero» y así lo hizo. Sentí que me salvó la vida. Ya eran un poco más de las 6 de la tarde, así que le pedí a un compañero que vendría a mi casa que pasara por el Centro Cuesta y que me trajera un libro, que se lo devolvería cuando llegara a mi casa. Así lo hizo y le devolví casi tres mil pesos (caramba, pero ¡qué libro más caro!).
Pese al Covid, del cual trato de resguardarme, vinieron a verme dos amigos residentes en España, uno de los cuales «se sentía agripado». Le dije a Gleny, otra colaboradora, que les hiciera una prueba para evitar el contagio, ya que en esos días habían salido dos positivos en el equipo.
Dado que hacemos pruebas constantes hasta ahora hemos evitado el contagio, gracias a Dios que nos protege. Me responde que se acabaron las pruebas y le digo que le diga al suplidor, que se llama Mario, que nos envíe una caja, que como siempre le haríamos la transferencia. Amablemente me la envió con un mensajero. ¿El costo para solo 25 pruebas? 500 dólares. Cuidarse de esta pandemia es toda una odisea, definitivamente.
Cuando llegaron los amigos les hicimos la prueba PCR y salieron «negativo». Respiramos tranquilos. Los visitantes nos pidieron que les guardaran «un sancocho». Así lo hicimos. Como siempre hay personal y no se discrimina a los que comen, de modo que se hizo comida para todos menos para mí, que llevo una dieta pre-quirúrgica. Kika, la cocinea, dijo que se iría al terminar porque tenía un compromiso. Se le devolvieron los tres mil de los gastos de elaboración del sancocho, más 500 para un taxi porque estaba saliendo tarde.
Los invitados vinieron «con su pan debajo del brazo», es decir, trajeron sus bebidas y hablamos de la política, de cómo está España con el desafío independentista catalán, etcétera. Se fueron como a las 11 para no salirse del horario de restricción de tránsito. Al retirarse me fui a mi habitación a leer, a escribir y revisar los mensajes. Ahí veo uno del banco: hay que pagar el préstamo de la casa, que llevo casi 5 años pagando y que solo ha bajado 650 mil del capital.
¡Qué día más largo y tedioso éste! En la ruta del gasto de un clase media abstemio, porque ni tomo alcohol, ni soy miembro de club social alguno, ni voy a recrearme «al Este», ni tengo lujos, aunque vivo en una casa bonita que hasta que no la termine de pagar no es mía, es del banco, por lo cual solo soy su inquilino.
Esto que vivimos y que aquí narro, lo viven «los del medio» y «los de abajo», cada quien en su dimensión y en su nivel de gastos, pero son los mismos, cambian solo los montos. Dígame usted, lector, si los de la clase media o se echan una soga al cuello o se los matará el estrés, porque sobrevivir en nuestro país es una travesía tan costosa, dado que República Dominicana es definitivamente, uno los países más caros del mundo.
El autor es dirigente político residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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