Leí una información publicada por la prensa dominicana sobre el abandono de un ataúd con el cadáver de una persona fallecida supuestamente a causa del coronavirus. Vi la foto. Era un ataúd blanco ubicado a la orilla de una carretera.
Ocurrió en un pueblo de Santiago, conocido como Baitoa, donde los lugareños aseguraron que la caja fue dejada allí por unos individuos a bordo de una ambulancia de una funeraria que tenían instrucciones de enterrarlo en un camposanto, pero no lo hicieron. Los familiares dijeron que a esos individuos les pagaron para que se encargaran de sepultarlo. Tomaron el dinero y no cumplieron.
Lo curioso del caso es que al frente hay un cementerio. ¿Por qué no lo sepultaron allí? Supongo que por temor a contagiarse con la epidemia. Afortunadamente, las autoridades de encargaron de dar una digna sepultura a la víctima que en vida le llamaban Rafael Fernández.
Eso nos muestra que el virus ha creado un pánico colectivo y un temor a morir por contagio. También está generando altos niveles de insensibilidad en las personas, al extremo de que pocos dolientes participan en los funerales y sepelios de aquellos que fallecen a causa de la pandemia.
El Ministerio de Salud Pública informó que hay bolsas especiales en los hospitales para organizar el manejo de un cadáver y el uso inmediato del féretro con fines a ser llevado al cementerio; por tanto, ningún hospital ni clínica puede desconocer esto y debe tener disponible, para estos casos, las fundas especiales que están diseñadas y disponibles en cada uno de estos centros.
El ministro Rafael Sánchez Cárdenas fue preciso al señalar que se debe “empacar el cadáver bajo estrictas medidas de seguridad, usar el féretro y retirarlo para el enterramiento inmediato del cadáver, esa inhumación debe ser realizada, de manera que debo decir que esos protocolos están hechos, la incineración, Salud Pública recomienda, que se haga, pero eso tiene unos costos en la funerarias y no todas las familias tienen para hacerlo”.
¿Entonces, por qué los empleados de la mencionada funeraria abandonaron el féretro en una carretera?
Como era de suponerse, la situación creada por el coronavirus es aprovechada por los cristianos para sacar provecho a esa desgracia mundial. Ya andan pregonando que la peste es un castigo de su Dios y que solo se salvarían los siervos de Jesucristo. Son oportunistas que sobreviven y progresan a base de la manipulación de los ignorantes.
El sacerdote Ángel Cuevas, párroco de la Catedral Nuestra Señora del Rosario en Barahona, descartó que se trate de un “castigo” de Dios como piensan muchos, sino una consecuencia de los propios humanos que han llevado al mundo a esta situación. Considera que “el Señor lo permite para que nosotros despertemos, encarrilemos nuestras vidas y nos demos cuenta de que no podemos vivir en el egoísmo, mentira, sobre todo, con esa falta de solidaridad y de entrega”.
Criticó que mientras unos cuantos no encuentran qué hacer con su dinero, con su poder, así como con su riqueza y abundancia, muchos otros, que son la inmensa mayoría, mueren de hambre, de miseria “y todo esto debe llevarnos a practicar una solidaridad común”.
Es un razonamiento correcto. El hombre es el responsable del descalabro que registra la Tierra, no el Dios que presumen que existe y reina en el Universo. El cambio climático es una muestra de eso. La ambición descontrolada de una minoría poblacional por acumular riquezas, controlar las industrias, los empleos y explotar a los trabajadores, así como la insensibilidad demostrada ante las miserias de las mayorías, son ejemplos de esa realidad.
El columnista Desmond Brown, del periódico estadounidense The Washington Post, habla de esa realidad en un artículo publicado el 25 de marzo de 2020 en el que expresa lo siguiente:
“No podemos seguir viviendo en un planeta donde más del 80% de la riqueza, está concentrada en un 1% de la población. Me resisto a defender con mi silencio un indefendible y despiadado statu quo que concentra la riqueza de nuestros recursos naturales, y medios de producción en pocas manos, capaces de derramar sangre inocente por mantener intacto ese statu quo. Yo no puedo defender este statu quo que privatiza el agua, la salud, la educación, el viento, el sol; Derechos Humanos Universales que se han convertido en mercancías, que se encuentran solo al alcance de una minoría rapaz, voraz e insaciable; mientras las grandes mayorías invisibles; solo son visibles en los procesos electorales, disfrazados de Democracia”.
Y como dice el colega Pastor Vásquez: “El poder maneja el mito a su antojo, adoctrina en su provecho”.
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