Por David R. Lorenzo
El Colegio Dominicano de Periodistas (CDP) es una institución, que al mismo tiempo que sus paredes y columnas se agrietan, sus principios, ética y moral, ruedan a nivel de de sus alfombras.
Es una institución, que a medida que envejece, las ideas progresistas que le dieron origen, mueren, para dar paso a otras, que como la cizaña, degustan sin saciarse, hasta tomarlo todo o casi todo.
Cuando pisé en el 1977 el local de lo que era antes el Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales (SNPP), del que fui dirigente, ocupado ahora por el transformado Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP) y el CDP, lo hice siendo un joven, con ideas revolucionarias, ya que formé parte de varios grupos estudiantiles y partidos de izquierda.
Odiaba la reelección presidencial, la corrupción, la falta de libertades públicas, la restricción a la libertad de expresión, la represión policial, el ventajismo político, el egoísmo, los beneficios personales y el secuestro de instituciones.
En el SNPP, SNTP y el CDP me uní a un grupo que formamos llamado Movimiento Marcelino Vega, del cual llegué a ser su tercer coordinador; los dos primeros fueron Clodomiro Moquete y Frank Peña Tapia, fallecidos. Era un movimiento formado mayormente por jóvenes con ideas progresistas, que amaban la libertad, los principios y los valores.
Abandoné ese grupo en agosto del 1993, por un conflicto en las elecciones del CDP. Desde esa fecha ese movimiento se fue paulatinamente degenerando, y dominado por aquellos dirigentes con otras ideologías.
Se sumaron a la nueva corriente de los que van a dirigir instituciones creyendo que son patrimonios personales y herencias, a los que hacen cualquier cosa por dirigir y a los que no les importa que los critiquen. Algunos duran décadas dirigiendo gremios y otras instituciones, con el apoyo de una membresía compuesta por incautos, tontos o mentecatus, que ha perdido su espíritu crítico y su capacidad de razonamiento.
El país está lleno de estos nuevos dirigentes, o viejos dirigentes degradados, algunos hábiles otros más toscos, que van a las instituciones para dominarlas y aniquilarlas. Algunos practican o poyan el robo, otros tienen botellas o se prevalecen de su posición para obtener cargos u otros beneficios del Estado, y hay hasta quienes practican relaciones pecaminosas.
Este sábado 18 de junio del 2022, participé, como lo hago siempre, en una asamblea general del CDP, y me volví a dar cuenta de que esa institución es de difícil recuperación, no sólo económicamente, sino algo más importante, de sus nobles principios ideológicos, porque muchos de sus dirigentes y miembros no saben diferenciar lo honesto de lo deshonesto.
Qué pena y vergüenza me dio cuando un ex presidente del CDP, para enfrentar mi posición, justificó que los dirigentes tienen derechos a auto proponerse para ser pensionados por el Estado y obtener otros beneficios, sin saber, que eso es prevaricación, un delito de abuso de poder, cometido por una autoridad que realiza una conducta ilegal e injusta.
Son tan tontos que ignoran que un presidente de una institución, o cualquier otro dirigente, no pueden prevalerse del poder para obtener un beneficio. Que los dirigentes son los últimos en ser favorecidos, y que si tienen aspiraciones de beneficiarse de una conquista, deben renunciar para competir en igualdad de condiciones con los de abajo.
Ese mismo dirigente llegó al extremo de decir, que para gobernar no hay que tomar en cuenta a quienes hacen oposición.
Qué pena me dio, cuando una ex presidenta del CDP habló media hora para pedir a los asambleístas que voten para que se sancionen a los dirigentes de la seccional del CDP de Nueva York, que encabeza el compañero Roberto Francis, en lugar de buscar la armonía, cuando otros de su grupo debieron ser sancionados hace tiempo por cometer diversos delitos, como robos, prevaricación, impedir la participación electoral, engañar a presidentes de la República y aprobar decenas de miembros que no son periodistas, algunos analfabetos, entre otras cosas.
Qué pena me dio cuando vi que la mayoría de los delegados votaron como siempre, sin racionamiento lógico, por lo absurdo, por lo incorrecto y hasta por lo deshonesto.
En ese momento me vino a la mente, los personajes del cuento del profesor Juan Bosch, “La Mancha Indeleble”, quienes para entrar a una reunión, debían dejar sus cabezas en una vitrina, ya que no las necesitaban, porque no tenían que pensar, debido a que sus dirigentes pensaban por ellos.
Qué pena que ese grupo del Marcelino esté dirigido, con sus dignas excepciones, por los más tendenciosos y menos juiciosos. Qué pena que su presidente se deje acorralar de los más sectarios y haya manipulado la asamblea, como lo hizo.
Qué pena, que a la vez que mientras nuestro CDP se envejece, más se agrietan sus paredes y más se arruina, los nobles ideales que dieron su origen también se arruinan, y que pena que sus dirigentes y miembros no sepan distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo prudente y lo imprudente y entre lo ético y lo antiético ¡Qué pena!.
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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