Las civilizaciones antiguas privilegiaron a los hombres de edad y los prefirieron en las posiciones de Gobierno: como consejeros o legisladores. De la República romana, madre de la cultura latina, se ha expandido a través de muchos países un modelo de organización del Estado que, con adaptaciones, preserva su vigencia.
Las leyes representan una vía fundamental para trazar los lineamientos que rigen el Estado y para organizar la vida en sociedad. De ahí la necesidad de los legisladores en toda nación democrática. El pueblo, en quien reside la soberanía, delega en unos ciudadanos la función de aprobar los cánones que han de normar las relaciones entre las personas y entre estas y el Estado.
De la antigua Roma nos ha llegado la función de senador. La etimología de esta palabra se ubica en el latín “senator” que significa “miembro del senado”. La componen el vocablo “senex” (viejo), más el sufijo -tor (-dor, agente). Desde su origen, este cargo se reservó a hombres maduros.
En los primeros tiempos de la República Dominicana, lo que hoy conocemos como Senado, se llamó Consejo Conservador, equivalente al Consejo de Ancianos de distintas naciones. En esas civilizaciones, la voz “anciano” nunca se ha empleado con intención despectiva, pues para su gente la longevidad es un mérito.
La Constitución dominicana ha marcado diferencias entre las funciones de senador y diputado y en algunos momentos, ha desigualado la edad requerida para ocupar estos cargos: senador, 30 años y diputado, 25. No en vano, al Senado se le sobrenombra cámara alta, pese a que siempre la cantidad de miembros es menor que los de la Cámara de Diputados.
Actualmente, tenemos 32 senadores y 90 diputados. En nuestra tradición constitucional, a la cámara baja se le ha llamado oficialmente Tribunado, también herencia romana. Allí los tribunos se explayaban en piezas retóricas. Es un espacio ideal para el desfogue de políticos jóvenes y vigorosos.
Los políticos mozos precisan agotar la etapa del desfogue: hablar, exaltarse, sacar la fogosidad que los quema interiormente. Tras el desahogo, viene la madurez, dejan que el otro hable, ponderan pausadamente las decisiones y evitan caer en el ridículo. Es el tiempo de ser senador, el más alto grado de un congresista.
En Roma, el senador era consejero del rey, por su edad y sabiduría. Se solía nombrar miembro del Senado a magistrados que habían agotado su mandato.
La autoridad del Senado se fundamentaba en el historial, las aptitudes y el prestigio de los senadores. Ser senador conlleva un peso específico. No es juguete de muchachos.
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(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).