Roberto Valenzuela
El historiador Roberto Cassá nos dijo, en una de sus charlas en el Archivo General de la Nación (AGN), que, sin que eso le reste méritos a su grandeza, una crítica a Duarte fue que permaneció mucho tiempo fuera del país. Los demás próceres permanecieron en República Dominicana.
Pero aclara que el primero en enarbolar la propuesta de crear un estado soberano fue Duarte: eso no estaba ni remotamente en la mente de los intelectuales ni de la población. Decían que era “un invento de esos muchachos” (de los trinitarios); algunos planteaban el regreso al coloniaje de Francia, otros a España. El profesor Cassá concluye en que Duarte es el único e indiscutido Padre de la Patria: “la República Dominicana salió de su mente…”
También en uno de esos debates sobre Duarte, el distinguido profesor e intelectual Andrés L. Mateo nos decía que, aún con todas las adversidades, “Duarte nunca dudó” de su causa, la creación de la República. Dicho esto, porque algunos de los próceres que acompañaron a Duarte en el Grito de Independencia, el 27 de febrero de 1844, en algún momento dudaron y pensaron en anexar o buscar el protectorado de una nación poderosa.
Pienso que Duarte y sus dos compañeros Padres de la Patria: Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, se complementaron para hacer realidad el proyecto de Nación. Una muestra de eso es que cuando el general Pedro Santana anexó el país a España, los tres se opusieron.
Sánchez y Mella lo enfrentaron mediante las armas; y el 16 de febrero de 1864 Duarte viajó de donde estaba exiliado, en La Guaira, Venezuela, para Curazao con el objetivo de localizar un buque que lo trajera a la República Dominicana para apoyar a las fuerzas restauradoras. Viajó en compañía de su tío Mariano Díez, su hermano Vicente Celestino Duarte, el poeta e historiador Manuel Rodríguez Objío y el venezolano Candelario Oquendo.
El objetivo del patricio Duarte era expresar su apoyo directo al Gobierno Provisional de la Restauración de Santiago de los Caballeros y ponerse a su disposición.
Pero varios acontecimientos impactaron negativamente al futuro padre de la Patria: encontró a Mella, su amigo y compañero de lucha en la Guerra de Independencia, enfermo de disentería y próximo a la muerte.
Diversas fuentes históricas coinciden que el cuadro crítico que presentaba Mella (postrado en un catre, consumiéndose) causó tanto impacto en Duarte que también enfermó de gravedad. Tenía fiebre, calenturas, debilitamiento físico, alucinación, escribe el historiador Franklin Franco, en su libro Historia del Pueblo Dominicano.
A los pocos días experimentó cierta mejoría y afiebrado siguió su viaje para Santiago de los Caballeros a la sede del gobierno. Llegó el 4 de abril para reiterar sus deseos de colocarse al servicio del país, como lo había manifestado en carta enviada desde Guayubín el 28 de marzo.
Los celos por el liderazgo de Duarte impidieron su integración, pues varios de sus compañeros de viaje, incluyendo Candelario Oquendo, que era venezolano, fueron integrados de inmediato a la lucha. Al patricio lo dejaron esperando en una actitud descortés. Luego, recibió una nota explicándole que sería enviado a Venezuela para recaudar fondos para la causa revolucionaria y otras gestiones diplomáticas. Era evidente que lo querían fuera del escenario político dominicano.
El prócer respondió que su estado de salud no le permitía hacer el viaje de regreso a Venezuela, pero que podía ayudar a otra persona que se le asignase esa función. Mientras Duarte se preparaba para viajar al cuartel general del presidente Pepillo Salcedo le entregaron un ejemplar de “El Diario la Marina de Cuba”, con una insidiosa crónica sobre los celos que despertaba Duarte entre los generales restauradores.
Planteaba que Duarte, regresaba al país para “iniciar, como en 1844, la brega para alcanzar el poder y que el presidente Salcedo, Gaspar Polanco, el generalísimo, y lo no menos generalísimos, Luperón y Benito Monción, no querían ceder la preeminencia que hoy tienen entre los suyos, y ven de reojo al recién venido”. Este documento está contenido en el Diario de Rosa Duarte, hermana del fundador de la República y en varios documentos del Instituto Duartiano.
Duarte entristeció mucho con la lectura de la crónica, no visitó a Salcedo y aceptó la misión en Venezuela. Mientras recibía la humillación, el desplante de los jefes militares pasó por la angustia, el 4 de junio, de ver morir a Mella, el discípulo que en esa misma ciudad de Santiago lo había proclamado, en 1844, presidente de la República. Partió para nunca más regresar al país.
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